Excelente reposición de “ARMIDA” en el Teatro 25 de
Mayo
LA QUINTAESENCIA DEL
BARROCO FRANCÉS
Martha CORA ELISEHT
Dentro de la Temporada 2019, el
Instituto Superior de Arte del Teatro Colón (ISATC) ha realizado una serie de
proyectos académicos tales como presentaciones escénicas (“LA FINTA GIARDINERA” y “FORMAS IN PULVERE”), conciertos a cargo de
la Orquesta Académica del Teatro Colón (sala principal, Salón Dorado y
Auditorium de Belgrano) y ópera de cámara. En este caso, el pasado martes 12
del corriente se representó “ARMIDA” de Jean Baptiste Lully (1632-1687) en
cooperación con el Centro de Música Barroca de Versailles y que además contó
con el apoyo del Instituto Francés y la Embajada de Francia en la
Argentina.
El elenco estuvo formado por los
siguientes intérpretes: Johanna Padula (Armida),
Norberto Miranda (Rénaud), Pamela
Rosenstock (Phénice), Ana Sampedro (Sidonie), Augusto Nureña Santi (Hidraot), Jesús Viltamizar (Aronte/ Ubalde), Norberto Marcos (La Haine, el Odio) y Naoki Higasiyosihama (Artemidore/ El Caballero Danés). Participaron alumnos de danza del
ISATC y el Coro de dicha institución, dirigido por Marcelo Ayub. El francés
Benjamin Chénier estuvo a cargo de la dirección orquestal del Ensamble Barroco
–integrado por alumnos de especialización en ópera barroca de la misma
institución, con la presencia de maestros franceses invitados-, mientras que la
dirección escénica y la coreografía estuvieron a cargo de Deda Cristina
Colonna; la escenografía y la dirección de arte, de Diego Siliano y la
supervisión de vestuario e iluminación, por Francesco Vitali.
La mencionada ópera (tragedie lyrique) consta de un prólogo
y cinco actos y se basa sobre el poema Jerusalén
liberada de Torquato Tasso, donde la sacerdotisa sarracena se debate entre
su deber y la pasión que siente por el caballero Rénaud. Fue estrenada en París en 1686 y se caracteriza por ser una
de las primeras obras donde hay un continuum
musical; es decir, donde prácticamente no hay diferencias entre las arias y
los recitativos característicos de la ópera barroca. Por ende, se logra una
expresividad que atrapa y atrae al espectador desde su inicio, en
contraposición con el virtuosismo local de la ópera italiana. Además, se
representa muy pocas veces en la actualidad –según datos de Operabase, sólo 2 veces entre
2005-2010-, de modo que tan sólo el hecho de encarar entre proyecto en conjunto
ya de por sí es un mérito. Si a eso se le suma un vestuario de época soberbio,
la excelente preparación de las voces principales y del coro –que cantó fuera
de escena, a la usanza de época- y el hecho de que los bailarines no bailaran
en puntas de pie e interpretaran danzas típicas de ese entonces (bourrelle, sarabande, rondó), el resultado
ha sido una versión excelsa, de exquisito buen gusto y un placer para todos los
sentidos. La soberbia y magistral dirección de Benjamin Chénier a cargo del
Ensemble Barroco con instrumentos originales de época (déssus, hautres- contre, taille, quinte, flautas dulces, fagot, continuo y continuo de gamba, que fueron diseñados específicamente para esta
ocasión) fue un total y absoluto
placer para los oídos del público y de los
periodistas especializados. A
pesar de no ser una experta en el tema, quien escribe aprendió a descubrir la
belleza de la música barroca tocada con instrumentos de época y sus infinitos matices, ideales para el
acompañamiento de las voces. La estupenda escenografía de Diego Siliano y Deda
Cristina Colonna fueron el marco ideal para la presente representación, con un
perfecto uso del video para ambientar el palacio de Armida, la playa y la escena del monólogo final de la protagonista,
donde el palacio arde en llamas, mientras Armida
es transportada al cielo luego de haber sido abandonada por Rénaud
(“Le perfide Rénaud me fuit”). En la versión original, la
protagonista es transportada al cielo en un carro, pero en la presente, ese
efecto se logra oscureciendo el escenario, colocando un velo que cae por
delante de la misma y tras el mismo, la protagonista resplandece mediante un
sutil efecto de iluminación. Estuvo muy bien logrado y con recursos sencillos
–maniquíes tras los cuales, los bailarines se escondían y se desplazaban-.
También estuvo muy acertada la aparición fuera de escena de los invasores (Rénaud, Ubalde, el Caballero Danés y Artemidore) tratando de conquistar el
castillo de Armida. En esta versión,
se suprimió el prólogo y los
personajes que intervienen en el mismo (la
Gloria y la Sabiduría) y se lo reemplazó por un interludio orquestal.
Los roles
principales y los personajes secundarios estuvieron perfectamente bien
preparados, tanto desde el punto de vista local como actoral. Merece especial
mención la protagonista –Johanna Padula, quien ofreció una Armida memorable-, quien en determinado momento canta acostada el
aria final (“Le perfide Rénaud me fuit”/
El pérfido Rénaud me ha abandonado), al igual que en el recitativo del 2°
Acto, donde se encuentra de rodillas a punto de matar a Rénaud (“En fin, il est dans ma puissance”/ Al fin lo tengo en mi
poder). El bajo Augusto Nureña Santi (Hidraot,
tío de Armida) caló hondo y tuvo un ligero traspié en las notas más graves
en el aria del 2° Acto, pero que fue rápidamente subsanado. Norberto Marcos
encaró estupendamente bien al Odio (La
Haine) y fue sumamente aplaudido al final, al igual que Norberto Miranda
–quien tuvo a su cargo el difícil rol del protagonista masculino (Rénaud)- y el joven Naoki Higasiyosihama,
quien es un estupendo contratenor a ser tenido en cuenta para futuros roles.
Por su parte, Pamela Rosenstock y Ana Sampedro también ejercieron una muy buena
labor como Phénice y Sidonie, respectivamente.
Si bien es una ópera de cámara,
hubiera sido sublime que la presente producción hubiera tenido lugar sobre el
escenario mayor del Colón; no sólo por la alta calidad de la misma, sino
también por la jerarquía de los intérpretes. Las autoridades del Teatro deberán
tener en cuenta este tipo de producciones para el futuro, a fines de mejorar
una Temporada Lírica magra en títulos y rica en versiones de dudosa calidad
interpretativa.
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