viernes, 29 de mayo de 2020


Excelente representación histórica de MANON LESCAUT” por streaming desde el Met

SUBLIME EN TODO SENTIDO
Martha CORA ELISEHT

            Gracias al video y a la tecnología, las versiones históricas de determinadas óperas pueden disfrutarse hasta nuestros días. Tal fue el caso de la transmisión por streaming del Metropolitan Opera House de New York de “MANON LESCAUT” de Giacomo Puccini (1858-1924), que tuvo lugar el pasado miércoles 27 del corriente con un elenco equivalente a una constelación de estrellas: Renata Scotto (Manon Lescaut), Plácido Domingo (Des Grieux), Pablo Elvira (Lescaut), Renato Capecchi (Geronte de Ravoir), Isola Jones (Cantante de madrigales), Philip Creech (Edmondo), Mario Bortolino (Posadero), Andrea Veilis (Maestro de danza), John Carpenter (Farolero), Julien Roberts (Sargento) y  Rusell Christopher (Capitán de Marina). Contó con vestuario de Donovan Heeley, iluminación de Gil Wechsler y un régisseur de lujo: nada más ni nada menos que el compositor ítalo- americano Gian Carlo Menotti (1911-2007). Por su parte, un muy joven James Levine dirigió a la Orquesta Estable de la institución, al igual que un joven llamado Donald Palumbo, quien hacía por ese entonces sus primeras armas como Director del Coro del Metropolitan.
            Esta producción data de 1980 y –al igual que en LOHENGRIN- se pudo apreciar la excelente calidad fílmica y sonora del vídeo. Lamentablemente, en esta ocasión  hubo momentos donde el acceso al mismo era difícil; ya sea por falla técnica en la señal de Internet o por la enorme cantidad de espectadores en todo el mundo que se dieron  cita para disfrutar de esta colosal producción. Con una colorida y suntuosa régie y escenografía ambientadas en el siglo XVIII más un vestuario de época muy lujoso –resaltando la figura de la protagonista-, se logró una superproducción magistral desde todo punto de vista: dinámica, muy bien caracterizada, ajustada en tiempo y espacio, resaltando los roles de cada uno de los intérpretes principales y secundarios para recrear la tercera ópera de Puccini, estrenada en 1893 en el Teatro Regio de Torino  y basada en la historia original del Abate (Abbé) Prevost (L’Histoire du Chevallier Des Grieux et de Manon Lescaut) escrita en 1731. Si bien Leoncavallo estaba destinado a ser el primer libretista de la ópera, no pudo colaborar con Puccini por su intensa actividad como compositor. Por lo tanto, el compositor  eligió al dramaturgo Marco Praga como libretista, quien colaboró junto a Domenico Oliva. Sin embargo, hubo discrepancias entre Puccini y estos dos últimos, motivo por el cual su editor –Ricordi- le sugirió la dupla Luigi Illica- Giuseppe Giacosa, responsables de la mayoría de los libretos de la obra pucciniana. Desde entonces, Manon Lescaut se transformó en un suceso rotundo que catapultó a la fama a su autor.
            A diferencia de la grand opéra de Massenet –que acorde a los cánones de composición de la época, requería de 5 actos y un ballet-, Puccini ofrece una versión más suscinta (4 actos) pero que también extiende el rango de la historia. En la época en la cual el Abbé Prevost escribió su historia, Louisiana era aún colonia francesa –vendida a Estados Unidos en 1814, como consecuencia de las pérdidas económicas causadas por las guerras napoleónicas-. Por lo tanto, las mujeres de mala vida eran enviadas a América para trabajar como prostitutas en los burdeles del French Quartier de Nouvelle Orléans (hoy New Orleans). No es casual que para diferenciarla de su homónima de Massenet, Puccini decida situar la acción en Le Havre en el 3° Acto –luego del celebérrimo Intermezzo- y que fracasado el plan de su hermano junto a Des Grieux para rescatarla, el joven estudiante se ofrece para viajar a América junto a su amada. Y como buen  drama, el 4° Acto tiene lugar en el desierto, donde la protagonista muere como consecuencia de la tuberculosis contraída en prisión y la falta de agua. Según palabras textuales del compositor: “Manon es muy hermosa como para tener una sola ópera”. El tiempo le dio la razón.
            Desde el punto de vista musical, James Levine ofreció una versión soberbia, equilibrada, caracterizada por la pureza y el brillo sonoro de la orquesta, recreando con notables matices los momentos de mayor intensidad dramática. Y descolló en el célebre Intermezzo al inicio del 3° Acto, donde el Metropolitan deliró en aplausos. Y como ya se dijo, el elenco fue una constelación de estrellas desde el inicio de la obra, ambientada en la taberna y donde sobresalió un muy joven Philip Creech como Edmondo. Este gran tenor afroamericano interpretó su aria (“Ave, sera gentile”) con una musicalidad prodigiosa y con una voz descollante en matices, que se lució también en el dúo con Des Grieux (“La tua Proserpina di resisterti”), que mostró a un también muy joven Plácido Domingo en el mejor momento de su carrera como tenor. Independientemente de sus ya consabidas –y magníficas- dotes histriónicas, cantó maravillosamente su rol de punta a punta desde la primer aria (Tra voi, belle, bionda é bruna”), hasta la fascinación producida por su encuentro con Manon (“Donna non vidi mai”) y los principales dúos con la protagonista (“Vedete? Io son fedele alla parola mia”; “Oh, saró la piú bella!”; “Tutta su mei ti posa” y “Vedi, son ió che piango”), ejecutados maravillosamente bien. También se lució en el dúo junto a Lescaut en el inicio del 3° Acto (“Ansia, eternal, crudel”). Con respecto de este último personaje, el barítono Pablo Elvira ejecutó una muy buena recreación del hermano de la protagonista, soldado del ejército y apostador empedernido. Sus intervenciones fueron perfectas en todos los actos (“Un asso- un fante”; “Non c’e piú vino?”; “Sei splendida e lucente”) y en los diálogos junto a su hermana y a Plácido Domingo. Por otra parte, el bajo italiano Renato Capecchi dio vida a un soberbio Geronte –el rico y adinerado protector de Manon- , dando los matices que este personaje necesita desde el punto de vista histriónico y vocal. Y en cuanto a los roles secundarios, todos los intérpretes estuvieron muy bien, ricamente ataviados acorde a las escenas: gran lujo y pelucas para el Maestro de Danza, la Cantora de Madrigales y los hermosos bordados de la chaqueta del Sargento y el Capitán de Marina, mientras que los aldeanos y el Posadero lucieron vestimentas sencillas y coloridas.   
            Una mención aparte merece el desempeño de Renata Scotto en el rol protagónico. No sólo ha sido una de las más grandes intérpretes de este rol desde lo vocal, sino que además es una actriz con mayúsculas. Está considerada como una de las más grandes voces del siglo XX y por ende, dio vida a una exquisita Manon: tímida e introvertida en el primer acto hasta transformarse en una gran dama rodeada de lujo y confort, pero que extraña profundamente la juventud, los besos y las caricias de su joven amante. Esto se manifiesta con creces en el aria del 2° Acto (“In queste trine morbide”) y en las escenas con el Maestro de Danza y la Cantora de madrigales (“Che ceffi son costor?”), donde manifiesta que se aburre. Y cuando pierde sus privilegios por haber sido descubierta junto a Des Grieux por parte de su protector,  lo lamenta profundamente en prisión ante el encuentro con su amado (“Manon! –Des Grieux!”), hasta alcanzar su clímax en la magistral “Sola, perduta, abbandonata” del 4° Acto, donde ya se siente morir. Y no sólo el Metropolitan estalló en aplausos al final de la misma, sino que también cantó acostada –ya muy débil y con un halo de voz- el aria final junto a Des Grieux (“Fra le tue braccia, amore”). Una de las mejores versiones de Manon, magistralmente interpretada por una de las más grandes sopranos de todos los tiempos.
            Es difícil encontrar palabras para cerrar una nota cuando está todo dicho. No obstante, ha sido una de las mejores versiones de este gran clásico de Puccini, sublime en todo sentido y en todos los aspectos. Actoralmente fantástica, vocalmente excelsa y con una insuperable régie a cargo de uno de los más grandes compositores del siglo XX, en una perfecta recreación de una obra aclamada ampliamente por los operómanos de todo el mundo.

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