Excelente versión por streaming de “UN BALLO IN
MASCHERA” en el Metropolitan
INTRIGAS, ALIANZAS Y
TRAICIONES EN LA CORTE DEL REY DE SUECIA
Martha CORA ELISEHT
El título de esta nota no pretende
emular el de un libro del periodista Gustavo Sylvestre, sino para ilustrar otra
de las excelentes transmisiones por streaming
desde el Metropolitan Opera House de New York. En el día de la fecha le
tocó el turno a “UN BALLO IN MASCHERA” de
Giuseppe Verdi (1813-1901) con producción integral de David Alden realizada en
2012, con escenografía de Paul Steimberg, vestuario de Brigitte Reinsfelstuel,
iluminación de Adam Silverman y coreografía de Maxine Braham. Deborah Voigt
actuó como presentadora, mientras que la dirección orquestal estuvo a cargo de
Fabio Luisi. Participó el Coro Estable de la institución, dirigido por Donald
Palumbo y un grupo de danza compuesto por 6 bailarines.
El elenco estuvo integrado por los
siguientes cantantes: Marcelo Álvarez (Riccardo,
Rey de Suecia), Sondra Rabdanovsky (Amelia),
Dmitri Hvorostovsky (Renato), Katheleen
Kim (Oscar), Stephanie Blythe (Ulrica), Trevor Scheunemann (Silvano), David Crawford (Tom), Keith Miller (Samuel), Marc Schonwalter (Un
juez) y Scott Scully (Siervo de
Amelia).
La ópera se basa sobre un hecho
verídico: el asesinato del Rey Gustavo III de Suecia en 1792 como consecuencia
de una conspiración durante un baile de disfraces. Luego de 13 días de agonía,
Gustavo III muere como consecuencia de las heridas recibidas. Esto motivó al
compositor francés Daniel F. Auber para componer su ópera Le Roi toué en 1833, con libreto de Eugène Scribe. El escritor
italiano Antonio Somma se basó en este último para componer Gustavo III –título original de la obra
de Verdi- en 1857. Debido a la censura imperante en la época, Verdi tuvo que
cambiar el título de su ópera en más de una oportunidad. En principio, pasó de
ser Gustavo III a Una vendetta in dominio en 1858, pero debido al intento de
asesinato del emperador Napoleón III por parte de 3 italianos en París, Verdi
no tuvo más remedio que volver a cambiar el título por Un Ballo in Maschera- acorde al refrán, “la tercera es la vencida”-
, que finalmente se estrenó en 1859 y
fue un auténtico suceso.
En vez de presentar una corte
imperial clásica con escenografía y
vestuario de época, David Alden tuvo la idea de ambientar la presente versión
del clásico verdiano a principios de 1920 –cuando ya había pasado un cierto
tiempo luego de la firma del Tratado de Versailles- y lo hizo con una
escenografía y vestuario muy simples. Mientras el Rey Riccardo
abre la obra pensando en su amada Amelia
–esposa de su amigo y consejero Ackenström
(Renato)-, aparece el paje Oscar
como un ángel alado, vestido con un traje a saco de corte clásico blanco con
ribetes negros. Probablemente haya en esto una alegoría a Mercurio –mensajero alado de los dioses-, mientras los principales
protagonistas masculinos aparecen vestidos con trajes a saco y corbata en
colores sobrios. La hechicera Ulrica lo
hace vestida completamente de negro y se arrodilla en palacio para invocar a Lucifer, hasta que el Coro le ofrece una
mesa para que la maga lea las manos de los protagonistas. Para ocultar su
imagen, Riccardo aparece vestido como
pescador, mientras que Oscar lo hace como grumete y Silvano, como marinero. Cuando Amelia hace su aparición en escena, luce
un traje a saco con estola de piel. Antes y después de su encuentro con Riccardo en el 2° Acto, lo hace con un
velo, que permite ocultar su identidad en presencia de Renato y posteriormente, mostrarlo en la escena del encuentro con
los conspiradores. Y para el baile final, Renato
luce un traje con smoking color bordó, mientras que sus secuaces Samuel y Tom, en azul. Los integrantes del Coro lucen vestidos largos con
falda amplia y el clásico smoking negros y todos, con antifaces –igualmente,
los bailarines-, mientras que Oscar luce
el mismo traje que en la primera escena del 1° Acto y Amelia, un vestido de corte clásico y falda amplia sobrio en bordó.
Por su parte, Riccardo lo hace con un
traje negro, con camisa verde oscuro.
Los detalles de escenografía son
simples: una habitación blanca con entradas múltiples como el Palacio, con
techo decorado con frescos imitando los de la Capilla Sixtina. Esa misma escenografía se aprovecha para la
entrada de Ulrica y la lectura de
manos de quienes la consultan. Cuando entra el Coro al final de la primera escena del 1° Acto, todos lucen
sombreros de copa y bastones, al igual que el Rey Riccardo, quien no teme a la conspiración planeada para urdir su
muerte, pese a las advertencias de Renato.
Puede parecer un tanto hollywoodense, pero bien compaginada y lograda. En
el 2° Acto sólo se agrega una escalera subterránea por la cual suben y bajan
los protagonistas, mientras que en la primera escena del 3° Acto se muestra una
habitación en blanco y negro, que representa la casa de Amelia y
Renato. En una de las paredes cuelga
un retrato del Rey, que posteriormente Renato
destruye mientras planea su venganza (“Eri
tu, qui macchiavi quell’anima”), mientras que los protagonistas entran y
salen mediante rampas móviles. La escena final en Palacio es igual que en el 1°
Acto, pero se proyectan arcos y una columnata mediante video.
Fabio Luisi es uno de los mejores
directores que Italia ha dado últimamente y supo recrear el clásico verdiano
con suma maestría y lirismo. Excelente el solo de violín que anuncia la entrada
del Rey en la segunda escena del 3° Acto y la advertencia de Amelia sobre el complot para matarlo,
aunque Riccardo sigue incólume pese a
las advertencias de Ulrica y de la
mujer a la cual ama. El Coro estuvo excelentemente bien preparado y jugó un rol
fundamental, al igual que los bailarines en el 3° Acto.
En cuanto a los roles principales,
Marcelo Álvarez brilló en el rol protagónico. Sus excelentes matices, su
impecable técnica vocal y sus dotes histriónicas descollaron en las arias
principales y en la cavatina de la
escena junto a Ulrica (“Su, profetessa,
monta il treppe”). Pero el Met se
vino abajo luego del dúo de amor con Amelia
(“Teco ió sto…”), al igual que en las dos arias principales del 3° Acto (“Ah! Desse é la….porrei vederla” y “Ella é pura”). Lo mismo ocurrió con el
gran Dmitri Hvorostovsky, que encarnó a un excelente y dolido Renato, debatido ante su deber de
consejero real y de marido traicionado. Su actuación fue magistral en el 2°
Acto (“Segolemi….Mío Dío!”) y durante
todo el 3° Acto desde la primera escena (“A
tal colpo é nullo il pianto”) hasta la ya mencionada “Eri tu qui macchiavi quell’anima” que son las arias de mayor
intensidad dramática de la ópera. Al finalizar esta última, se produjo una
ovación generalizada. Lo mismo sucedió con el célebre quinteto (“Alle danze questa sera”), donde la
alegría de Oscar contrasta con el
macabro plan de los conspiradores. Este último personaje encontró en la soprano coreana
Katheleen Kim a su intérprete ideal. Su prodigiosa coloratura, la amplitud del
registro de su voz en las notas agudas y su diminuta estatura contribuyeron al physique du rôle necesarios para
componerlo. Su cavatina (“Il primo
Giúdice”) fue perfecta, al igual
que la mencionada “Ah! Dessa é porrai
vederla” junto a Riccardo. Por su
parte, la gran mezzosoprano Stephanie Blythe encarnó una excelente Ulrica, donde su imponente voz de
coloratura dramática brilló desde su primera intervención (“Zitti… l’incanto non déssi turbare”) y descolló en los diálogos
con Riccardo y Amelia. Naturalmente, fue sumamente aplaudida y ovacionada al
término de la función. Y una soprano dramática de los quilates de Sondra
Rabdanovsky fue ideal para personificar a una excelsa Amelia, que descolló en las arias principales (“Ecco l’orrido campo”, “Ma dall’arido stello divulsa”) y que
alcanzó su apoteosis en el 3° Acto (“Morró
ma prima in grazia”), donde arrancó el aria cantando acostada sobre el piso
y fue incorporándose lentamente a medida que avanzaba la misma. Ahí se produjo
otra ovación de vítores y aplausos para esta gran intérprete. No sólo sus agudos son estupendos, sino
que también posee excelente color y matices en las notas graves, con cierta
oscuridad en el tomo de voz. Y en cuanto a los roles secundarios, el barítono
Trevor Scheunemann encarnó a un excelente Silvano,
que descolló en su aria principal (“Su,
fattemi largo, saper vo’il mio fato”…). Los bajos David Crawford y Keith Miller –que interpretaron a Tom y Samuel, respectivamente- se lucieron en el célebre quinteto del
3° Acto, mientras que el tenor Mark Schonwalter brindó un muy buen Juez.
Cuando se escuchan cantantes de
semejante envergadura, es un placer para los oídos poder disfrutar de esta gran
ópera de Verdi, basada en una historia de la vida real. Y que al igual que su
homónima Rigoletto, presenta todos
los condimentos que un buen drama debe poseer: intrigas, alianzas y traiciones,
que persisten hasta la actualidad y permiten que las obras del genio de Roncole
gocen de buena salud en tiempos modernos.
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