Gran transmisión histórica por
streaming de “TANNHÄUSER” en el Metropolitan
ENTRE EL AMOR PROFANO Y EL AMOR SAGRADO
Martha CORA ELISEHT
El pasado miércoles 22
del corriente, el Metropolitan Opera House de New York hizo gala de otra
histórica transmisión por streaming reponiendo
“TANNHÄUSER” de Richard Wagner
(1813-1883) con dirección musical a cargo de James Levine, dirección coral de
David Stivender, producción integral de Otto Schenk, escenografía de Gúnther
Schneider- Siemssen, vestuario de Patricia Ziprodt e iluminación de Gil
Wechsler. La coreografía estuvo a cargo de Norbert Vesak.
La mencionada
producción data de 1982 y contó con el siguiente reparto: Richard Cassily (Tannhäuser), Tatiana Troyanos (Venus), Eva Marton (Elisabeth), John Mc Curdy (Hermann,
Landgrave de Turingia), Bernd Weikl (Wolfram von Eschenbach), Robert Nagy (Walther von der Vogelweide), Richard Clark (Biterolf), Charles Anthony (Heinrich
der Schreiber), Richard Vernon (Reinmar
von Zwiter) y Bill Blaber (Pastor). También
participaron seis integrantes del Coro de Niños de la institución interpretando
a los pajes de la corte del Wartburg.
Por su calidad fílmica
y sonora, la presente versión de esta gran
ópera romántica –según definición del propio Wagner- se halla también
disponible en DVD. Es una de las más bellas obras compuestas por el genio de
Bayreuth y en esta ocasión, se representó la versión de Viena (1881), que
conjuga elementos de las versiones de Dresde y París y que es también la más
vista y escuchada hasta nuestros días.
El libreto también
estuvo compuesto por Wagner sobre la base de tres leyendas medievales: la del
caballero Tannhäuser (siglo XVI), la
de los Caballeros y el Torneo de Canto del Wartburg
–basada en un hecho verídico, ya que el Landgrave
Hermann von Thuringen existió en la vida real y era protector de las artes-
y la de Santa Elisabeth –nuera del Landgrave
en la vida real, que enviudó a los 20 años y pasó el resto de su vida
dedicada a las obras de caridad entre pobres y enfermos-. En el primer caso, Tannhäuser ha vagado por el mundo entero
hasta establecerse en Venusberg, donde
se produce su encuentro con la diosa del amor. Sin embargo, cansado de los
placeres que la diosa le ofrece, decide volver al mundo real invocando a la
Virgen María. Emigra a Roma para obtener el perdón de sus pecados por el Papa,
pero es rechazado y el Sumo Pontífice le advierte que su bastón de madera se
llenará de flores antes de perdonar a tamaño pecador. Desilusionado, regresa a Venusberg y desaparece para siempre.
Mientras tanto, su bastón se ha llenado de flores –cosa que sucede en la escena
final de la ópera-. En el segundo caso, el Landgrave
Hermann organiza un torneo de canto, donde el caballero Heinrich von Offerdingen
alaba a su maestro –el Duque Leopoldo-, motivo por el cual lo condenan a
muerte, pero Sofía –esposa del Landgrave-
intercede y evita que lo hieran. Lo que hace Wagner es fundir la figura de
Sofía con la de Elisabeth, quien en
este caso es la sobrina del Landgrave y
el objeto amoroso de Tannhäuser, a
quien ella llama cariñosamente Heinrich. Por
lo tanto, también se funde el rol del caballero que ofende al Landgrave en la vida real con el
empedernido pecador, que sólo hallará su salvación mediante el perdón del Papa.
La espléndida Obertura –que conjuga los leitmotives del Venusberg, el coro de Peregrinos y la disyuntiva del protagonista
debatiéndose entre el amor profano y el sagrado- contó con una perfecta
marcación de James Levine, al igual que la Bacanal.
No sólo dio vuelo y equilibrio sonoro a la orquesta, sino que también
impartió su énfasis y entusiasmo habituales mediante sus gestos y dando las
correspondientes entradas a los diferentes instrumentos. Luego de los primeros
80 compases que integran la misma, el telón se levanta para mostrar a los
bailarines con torsos desnudos, pies descalzos y vestidos etéreos color carne y
verde hoja, dando la sensación de estar completamente desnudos para dar lugar a
la orgía en medio del bosque mediante un genial efecto de iluminación, mientras Tannhäuser
reposa junto a Venus y se escucha
el coro femenino detrás de escena en pianissimo,
una vez que el frenesí llegó a su clímax. Los bailarines se retiran
paulatinamente para dar paso a los protagonistas, que despiertan luego del
éxtasis de amor. Para la segunda escena del 1° Acto se empleó una escenografía
sencilla –que se utilizará posteriormente en el 3° Acto, pero lo único que
cambia es la iluminación-, donde Tannhäuser
reposa al pie de una cruz hasta que se produce su encuentro con los
caballeros del Wartburg –donde
posteriormente, Elisabeth también
yace hasta que Wolfram la encuentra, exhausta
y deprimida por la separación y la condena del hombre al que ama-. La sala
donde se llevará a cabo la competencia aparece ricamente decorada y muy bien
iluminada, con doble hilera de ventanales en forma de arcos romanos de medio
punto, con escaleras por donde suben y bajan el Coro, las trompetas y los
protagonistas. El magnífico vestuario de época creado por Patricia Ziprodt
permitió el lucimiento del Coro y los intérpretes.
La caracterización de
Tatiana Troyanos como Venus estuvo
perfecta, luciendo un vestido clásico color dorado antiguo a la usanza griega
con un tajo al costado, lo que permitía exhibir sus piernas. Es una excelente
mezzosoprano y su desempeño actoral fue magnífico: provocativa, seductora,
dispuesta a todo con tal de retener a Tannhäuser
desde la primer aria (“Geliebter,
sag, wo weitt dein Sinn?”) hasta la invitación a la gruta (“Geliebter, komm! Sieh dort die Grötte”)
y sublime cuando le lanza su maldición. Y en el 3° Acto, aparece como una
visión espectral mediante un perfecto efecto de iluminación junto a las ninfas
y náyades sobre una tarina un tanto más elevada.
En cuanto al
protagonista, Richard Cassily no es un auténtico heldentenor. Tiene una voz potente, caudalosa y con buenos matices,
pero que sonó un tanto áspera al inicio, cuando canta su canción pretendiendo
dejar a Venus acompañado por su arpa.
No obstante, posee el physique du rôle para
dicho papel y su voz fue creciendo y afianzándose a medida que se desarrolló la
función, luciéndose en la 2° escena del 1° Acto, donde se da cuenta que perdió
su alma por sus pecados (“Wer ist dort im
brüstigen Gebete?”) antes de su encuentro con los caballeros del Wartburg. Al referirse a Elisabeth, su pianissimo fue soberbio, al igual que el sexteto de voces que marca
el final del 1° Acto (“Als die inkühnen
Sange uns bestrittet”) y el dúo con Elisabeth
del 2° Acto (“Der Gott der Liebe
sollst du preisen”), hasta desembocar en el aria más dramática en el 3°
Acto, donde se presenta como peregrino, con sus ropas rotas, su cabello
desgreñado y su barba crecida (“Inbrust
im Herzen”). Su caracterización también fue perfecta, al igual que la del
barítono Bernd Weikl, quien brindó un magnífico Wolfram von Eschenbach, destacándose en sus dos arias principales: “Blick’ich umhrer in diese melden Kreise” y
la celebérrima Canción de la Estrella
Vespertina (“Wie Todesahnung… O, du mein holder Abendstern”), donde narra
su amor por Elisabeth y a la vez, le
canta al lucero de noche –que asimismo, representa a la Virgen María en la
mitología cristiana-. También tuvo una destacada actuación el bajo Richard
Clark como Biterolf y John Mc Curdy dio
una auténtica cátedra de canto y
actuación al interpretar al Landgrave Hermann desde su aparición en
escena en el 2° Acto (“Dich treffe ich
hier in dieser Halle”) hasta brindar su sentencia final enviando a Tanhhäuser a Roma tras la intercesión de
Elisabeth (“Ein furchtbares Verbrechen ward
begangen”). Y en cuanto a los roles secundarios, Bill Blaber interpretó al Pastor con una voz angelical de niño,
dentro del perfecto marco brindado por los solos de oboe y corno inglés mientras
se escucha el Coro de Peregrinos fuera de escena.
La gran soprano húngara
Eva Marton encarnó una angelical y doliente Elisabeth,
cuya intervención fue magistral desde su aria de presentación en el 2° Acto
(“Dich, teure Halle”), enfundada en
una vestido largo con capa en tonos de marrón, beige y dorado para recibir a
los participantes del torneo de Canto en el Wartburg.
Y a medida que iba creciendo la intensidad dramática, su rostro se iba
transformando acorde sucedían los acontecimientos, hasta llegar a pedir por la
vida de Tannhäuser (“Hör bei mein Gottes
Will”). Ya en el 3° Acto, su imagen lucía aún más angelical enfundada
en un vestido color celeste antes de su encuentro con Wolfram, rogándole a la Virgen María luego de no encontrar a su
amado entre los peregrinos que regresaron de Roma (“Almäch’te Frau, hör mein Flehen!”). Dicha plegaria mereció la
ovación del Met.
La actuación del Coro
merece un párrafo aparte, ya que no sólo se lucieron las voces femeninas desde
el primer momento, sino también al entrar en el Wartburg al compás de la célebre Marcha Festiva (“Freudig begrüssen wir die elde Halle”), al
repudiar a Tannhäuser por haberle
cantado a Venus (“Heraus zum Kampfe mit
una allen!”) y la famosa aria correspondiente al Coro de Peregrinos (“Beglückt darf nun dich, ihre Heimat zu
schauen”). Y es precisamente el Coro
que cierra la ópera, cuando Wolfram le
dice a su amigo que Elisabeth ha
muerto para salvarlo (“Heil! Heil! Der
Gnade Wunder Heil!”). La vara del peregrino florece antes que el
protagonista expire, mientras la escena se ilumina (“Ich ward den Engel sol’ger Lohn”). La redención por amor y la muerte son temas
que redundan en el universo wagneriano y que en este caso, permiten la
salvación del alma del protagonista.
Merced a la excelente
calidad fílmica y sonora del material en cuestión, una pudo volver a apreciar
este gran clásico wagneriano con una exquisita interpretación de voces únicas,
que han hecho historia y con una puesta en escena magistral, cuya excelsa
música transporta al oyente a otro universo. En este caso, donde un hombre se
debate entre el amor profano y el amor sagrado, que pese a los avances en
materia de educación sexual, aún hoy sigue siendo una dicotomía. Hasta en eso
Wagner es actual.
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