La Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, la principal protagonísta del concierto de abono del pasado 28 de Setiembre. Créditos: Prensa Teatro Colón, Fotografía del Mtro. Arnaldo Colombaroli.
Gran actuación de Wolfgang Wengeroth al frente de la Filarmónica en el Colón
ESTILOS CONFLUENTES EN UN PROGRAMA ATRACTIVO
Martha CORA ELISEHT
Dentro de los programas de conciertos sinfónicos, se combinan obras del
repertorio clásico, romanticismo y música del siglo XX. Por lo general, se arman con
una obertura, un concierto para instrumento solista y orquesta y una obra de fondo, tal
como una sinfonía y/o poema sinfónico. Últimamente, en el ciclo de Abono de la
Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (OFBA) se está estilando obviar la obra de inicio
y pasar directamente al concierto para instrumento solista y orquesta y la obra de cierre.
El pasado sábado 28 de Septiembre se llevó a cabo esta modalidad dentro del Ciclo de
Abono de la orquesta en el Teatro Colón, donde actuaron el director Wolfgang
Wengeroth y el violoncelista Alexander Hülshoff para brindar el siguiente programa:
- Concierto para violoncello y orquesta en La menor, Op.129- Robert
SCHUMANN (1810-1856)
- Sinfonía n°2 en Mi bemol mayor, Op.63- Sir Edward ELGAR (1857-1934)
En esta ocasión, actuó como concertino la violinista Ana Tarzta -contratada
especialmente para este concierto-. Tras la tradicional afinación de instrumentos, el
director y el solista se hicieron presentes sobre el escenario del Colón para brindar una
correcta versión del célebre concierto de Schumann, compuesto en 1850 y cuyo estreno
recién se produjo diez años después de su composición. Debido a que el músico alemán
aborrecía los aplausos entre movimientos, decidió componer este célebre concierto en
forma attaca -sin interrupción-. Consta de 3 movimientos (Nicht zu schnell- No
demasiado rápido en La menor/ La mayor, 4/4/ Langsam- Lento en Fa mayor, 4/4 y
Etwas lebhafter, sehr lebhaft- Un poco más animado, muy animado, en La menor- La
mayor, 2/4), que ofrecen una gran dificultad técnica en el fraseo, donde el solista debe
tener un absoluto dominio del contraste entre el registro grave y agudo del instrumento
mientras la orquesta acompaña. En el movimiento lento, el solista dialoga con otro cello
obbligato al abordar un pasaje para cuerdas dobles y, posteriormente, se acelera hasta
lograr un final impetuoso, donde las demandas técnicas se subordinan a las inquietudes
expresivas. Alexander Hülshoff brindó una versión muy correcta desde lo técnico
merced a un impecable dominio del fraseo y la digitación, pero carente de virtuosismo.
La Filarmónica sí supo ejercer su rol como acompañante merced a la muy buena
marcación de Wengeroth, logrando un equilibrio entre orquesta y solista. El
violoncelista alemán es un experto en el repertorio de cámara y lo demostró sobre el
escenario del Colón tocando una Partita de Bach como bis, que fue muy bien recibida
por parte del público.
Como obra de fondo se interpretó la Sinfonía n°2 en Mi bemol mayor, Op.63 de
Elgar, dedicada al rey Eduardo VII de Inglaterra y compuesta entre 1909 y 1911. Su
estreno se produjo en el Festival Musical de Londres en 1911 con el compositor al podio
y el mismo Elgar definió su obra como “el apasionado peregrinaje del alma”. Prueba
de ello es su poderosa orquestación -requiere de un orgánico prácticamente completo
que lleva cuerdas, maderas por 3, metales por 3, tuba, clarinete en Mi bemol, 2
clarinetes en si bemol y clarinete bajo, corno inglés, contrafagot, 2 arpas y abundante
percusión- y los diferentes motivos que aparecen en los 4 movimientos en los cuales se
divide la obra (Allegro vivace e nobilmente/ Larghetto/ Rondo/ Moderato e maestoso).
El Allegro vivace e nobilmente inicial se inicia con intervalos amplios en las cuerdas y
maderas altas, sujeto a fluctuaciones métricas asombrosas, que le dan mucha
expresividad y pasión “tremendous in energy”, según palabras de su propio autor. Le
sigue un bellísimo tema lírico a cargo de las arpas seguido de un largo episodio
espectral a cargo de los trombones y la tuba, que Elgar definió como “una especie de
influencia maligna deambulando por el jardín en la noche de verano” dado por el
“motivo fantasma” en los violines. Mediante una serie de capitulaciones y
elaboraciones complejas, el movimiento más largo de la obra -dura alrededor de 17
minutos- culmina con una coda con final virtuoso. El 2° movimiento (Larghetto) es una
marcha fúnebre de carácter elegíaco por la muerte de Eduardo VII -fallecido en 1910-
de gran belleza tonal. El Rondó del 3° movimiento hace las veces de scherzo y estuvo
muy bien logrado por los integrantes de la Filarmónica merced a la magistral dirección
de Wengeroth, quien se lució por su marcación, empaste y dominio de tempi, que
culmina con un final brillante. El movimiento final (Moderato e maestoso) es tan o más
elaborado que el inicial, escrito en forma de sonata donde se intercalan tres melodías -
una de las cuales alude a Hans Richter, quien fuera promotor de la música de Elgar-. A
pesar de poseer un desarrollo brillante, culmina con un final en pianissimo, que se va
esfumando lentamente hasta que la melodía desaparece. La versión ofrecida por la
Filarmónica fue estupenda, logrando todos los matices desplegados en esta gran
sinfonía de modo solemne y dramático a la vez. Los grupos de instrumentos principales
se destacaron en conjunto, actuando como si fueran solistas. No es una obra que se
interprete muy a menudo y la orquesta brindó una excelente versión merced al
profesionalismo de sus integrantes. El director y los músicos se retiraron sumamente
aplaudidos al finalizar el concierto.
El hecho de incorporar obras que se ejecutan en escasas oportunidades es algo que le
hace muy bien a cualquier orquesta, porque permite la renovación del repertorio y, a su
vez, familiarizarse con el mismo. Un logro más en una larga lista de méritos y una
satisfacción para el público cuando se ofrecen versiones de gran calidad.
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