viernes, 12 de septiembre de 2025

 


Raúl Canosa y el Ensamble Bellisomi, protagonístas de un excepcional atardecer en el Jockey Club. Fotografía de la autora del presente comentario.


Estupendo concierto de Raúl Canosa junto al Ensamble Bellisomi en el Jockey Club


UNA VELADA MEMORABLE A SALA LLENA


Martha CORA ELISEHT


El Ciclo de Cámara del Jockey Club ya es un clásico porteño por la alta calidad

de los intérpretes que actúan todos los jueves en el elegante Salón Anasagasti de dicha

institución. Esta vez, le tocó el turno al Ensamble Bellisomi, integrado por David

Bellisomi y Aída Simonian (violines), Carmen Gragirena (viola), Ernesto Porto

(violoncello) y Emilio Longo (contrabajo), quienes se presentaron en dicho ámbito el

pasado jueves 11 del corriente junto a un solista de lujo: el pianista español Raúl Canosa

para desarrollar el siguiente programa:

- Quinteto para cuerdas n°29 en Re menor (“Hispánico”)- Luigi BOCCHERINI

(1743-1805)

- Andante cantábile del Cuarteto para cuerdas n°1 en Re mayor, Op. 11- Piotr I.

TCHAIKOVSKY (1840-1893)

- Obertura de “Die Fledermaus” (El Murciélago) (arreglo: David Bellisomi)-

Johann STRAUSS (h) (1825-1899)

- Concierto para piano n°11 en Re mayor- Franz Joseph HAYDN (1732-1809)

Los comentarios y la presentación de los intérpretes estuvieron a cargo del

Presidente de la Comisión de Cultura de la entidad -José María Cantilo- quien no

solamente agradeció la presencia del numeroso público que se dio cita esa noche -la sala

estaba colmada y no cabía un alfiler-, sino que también mencionó que era la primera vez

que se presentaba un quinteto de cámara con piano en un escenario tan pequeño como el

del Jockey. Fundado en 2005 por David Bellisomi, la Camerata posee un sello

distintivo: su método de trabajo, basado en el de la Academia Menuhin y Alberto Lysy,

donde el abordaje de cada obra se trata minuciosamente y en profundidad para lograr un

óptimo resultado artístico. Una vez que lo integrantes del conjunto tomaron sus puestos

sobre el escenario, ofrecieron una muy buena versión del mencionado Quinteto para

cuerdas n°29 “Hispánico” de Boccherini, así denominado porque residió muchos años

en España como violonchelista y compositor de capilla real del Infante Luis Antonio de

Borbón y Farnesio. Boccherini fue no sólo un creador muy prolífico de música de

cámara, sino también el mentor de esta formación: compuso 124 quintetos y 90

cuartetos para cuerdas, 48 tríos, 28 sinfonías y 11 conciertos para violoncello y

orquesta, entre otras obras. Posee 4 movimientos: Allegro assai/ Adagio/ Menuetto-

Rondó/ Allegretto y su apertura está a cargo de la viola, el violoncello y el contrabajo y,

posteriormente, se acoplan los violines. En cambio, en el Adagio se invierte el orden:

primero entran los violines y luego, el resto. El Menuetto- rondó se caracterizó por la

precisión en las entradas y muy buenos contrapuntos, mientras que en el movimiento

final se da una situación muy similar a la del 1° movimiento, con muy buenos trinos por

parte de Aída Simonian y su réplica en viola por Carmen Gragirena. Todos y cada uno

de los integrantes del ensamble tuvieron un excelente desempeño, logrando una versión

de alta calidad que fue sumamente aplaudida por el público. Seguidamente, la


agrupación brindó una bellísima versión original del célebre Andante cantábile de

Tchaikovsky, donde David Bellissomi puso su maestría al servicio de la interpretación.

Tchaikovsky se inspiró en una canción típica ucraniana para componer esta bellísima

melodía, donde un campesino sueña con su enamorada y le declara su amor. La belleza

conmovedora de la melodía despertó las lágrimas del escritor León Tolstoi durante su

estreno en 1871.A continuación, se ofreció un interesante arreglo para cuerdas

compuesto por David Bellisomi de la celebérrima obertura de El Murciélago (Die

Fledermaus) de Johann Strauss (h), compuesta en 1874 sobre libreto de Carl Haffner y

basada en una comedia alemana (Das Gefängnis (La prisión)) que, a su vez, se basa en

el vodevil Le Réveillon (Una noche de Año Nuevo). Debido a la guerra franco- prusiana

en aquella época, Strauss decidió ambientarla en una fiesta vienesa para que no resultara

irritante por sus características francesas.

Luego de la presentación y los agradecimientos por parte de José María Cantilo, el

Ensamble y Raúl Canosa hicieron su presentación sobre el escenario para interpretar el

concierto n°11 en Re mayor para piano y orquesta de Haydn, compuesto entre 1780 y

1783 y el último de sus conciertos para dicho instrumento. Posee mucha similitud con

los conciertos para piano de Mozart y está escrito en tres movimientos: Vivace/ Un poco

adagio/ Rondó all’ Ungarese. La labor del ensamble instrumental en la introducción y

en el acompañamiento del solista fueron excelentes, mientras que Raúl Canosa logró un

sonido prístino, cristalino, con perfecta ejecución de las cadencias, trinos, arpegios,

tresillos y otros elementos de técnica. Las entradas fueron también muy precisas y logró

un versión elegante, refinada y sutil; sobre todo, en el rondó all’Ungarese final, donde

se logró un equilibrio perfecto. Los músicos fueron vitoreados y aplaudidos

intensamente después de la interpretación, dejando solo al pianista español para que

interpretara un bis como solista. Ni lerdo ni perezoso, Canosa ofreció una avasallante y

descomunal versión de la famosa Danza Ritual del Fuego de EL AMOR BRUJO de

Manuel de Falla, haciendo delirar al público tras su interpretación para poner el broche

de oro a un concierto de alta calidad. Todo el público se acercó para felicitar a los

músicos y tomarse fotografías con ellos mientras se servía el tradicional brindis de

honor al término del concierto. Una velada de gala al mejor estilo del Jockey Club, que

contó con una notoria afluencia de publico y donde todo el mundo se retiró satisfecho.

 


Esdras Campos, Emmanuel Sieffert y la Orquesta Sinfónica Nacional durante la interpretación del Concierto Para Violonchelo y Orquesta de Antonin Dvorak. Fotografía de la autora del presente comentario.


Espectacular retorno de Emmanuel Siffert al frente de la Sinfónica Nacional en el

Palacio Sarmiento


EL SUTIL ENCANTO Y ARMONÍA DE LA VIDA FAMILIAR

Martha CORA ELISEHT


Galardonado como Mejor Director de Orquesta Extranjero de la Temporada

2024 por la Asociación de Críticos Musicales de la Argentina durante el transcurso del

corriente año, Emmanuel Siffert volvió a sus funciones como principal director invitado

de la Orquesta Sinfónica Nacional tras un rutilante suceso con la Orquesta de Cámara de

Chile -de la cual es director titular-. Y lo hizo el pasado miércoles 10 del corriente en el

Auditorio Nacional del Palacio Domingo F. Sarmiento junto al mencionado organismo

sinfónico, donde participó como solista el violonchelista Esdras Campos con un

programa sumamente atractivo, integrado por las siguientes obras:

- Concierto en si menor para violoncello y orquesta, Op.104- Antonin DVOŘAK

(1841-1904)

- Sinfonía Doméstica, Op.53- Richard STRAUSS (1864-1949)

Luego de los anuncios sobre las obras y la tradicional afinación de instrumentos,

el director y el solista tomaron sus respectivos puestos obre el escenario para ofrecer

una magnífica versión del célebre concierto de Dvořak, compuesto en 1895 durante su

estadía en Estados Unidos mientras se desempeñaba como director del Conservatorio de

Música de New York. Su estilo es netamente romántico, escrito en forma de sonata en

tres movimientos (Allegro/ Adagio ma non troppo/ Finale: Alegro moderato- Andante-

Allegro vivo), donde Dvořak introduce melodías folklóricas típicas de su país de

carácter dramático en los dos temas presentados por la orquesta en el 1° movimiento

antes de la intervención del cello, que son retomados posteriormente por el instrumento

solista. En cambio, el Adagio ma non troppo posee un clima más nostálgico y

melancólico, donde se introduce un lied del propio compositor (“Déjame solo”, Op.82)

y culmina plácidamente, mientras que introduce melodías folklóricas checas en el

último para terminar con un final brillante. Al enterarse de la muerte de su cuñada y

amiga Josefina Cermáková, Dvořak decidió componer este final y dedicarlo a su

memoria para que su evocación siguiese aún más viva. Independientemente del sesgo de

preferencia de este concierto por parte de esta cronista, en la presente versión pudo

apreciarse una muy buena calidad de sonido desde la introducción por parte del

clarinete marcando el primer tema del 1° movimiento – muy buena labor de Agustina

Garvaglia- que se mantuvo durante todo el desarrollo de la obra, donde la mayoría de

los solistas de cada grupo de instrumentos se lucieron en sus respectivas intervenciones;

particularmente, los de corno, oboe y el concertino Jeremías Petruff. El desempeño de

Esdras Campos fue brillante: demostró un perfecto dominio del instrumento en fraseo,

cadencias, trinos y cascadas fueron de una perfección absoluta y, además, se lo notó

perfectamente compenetrado con la obra. Debido a que el violoncello es el instrumento

más parecido a la voz humana, posee múltiples matices que le permiten “cantar” la

melodía, que fue la característica de esta gran interpretación. Por su parte, Siffert resaltó


los respectivos matices dramáticos y románticos característicos de esta obra – sobre

todo, en el Adagio ma non troppo central- mediante una impecable y sólida marcación,

logrando una versión de fuste y un perfecto lucimiento del solista. Tal así fue, que el

público estalló en aplausos tras su interpretación y Campos tuvo que ofrecer un bis: la

Courante de la Suite n°1 en Sol mayor BWV 1007 de Bach, donde el músico volvió a

lucirse y se retiró muy aplaudido.

Tras el suceso alcanzado con Vida de Héroe, Richard Strauss decidió componer -

como contrapartida- una obra que retratase su vida familiar. Así nació en 1903 la

Sinfonía Doméstica Op.53, cuyo estreno tuvo lugar en el Carnegie Hall de New York en

1904 con la presencia del compositor en el podio y que tuvo muy buenas recepción y

crítica desde el principio. Posteriormente, Gustav Mahler la estrenó en Viena durante el

transcurso de ese mismo año y también tuvo una repercusión sumamente favorable. En

realidad, no se trata de una sinfonía propiamente dicha, sino de un extenso poema

sinfónico de aproximadamente 45 minutos de duración, que posee 4 secciones:

1) Introducción y desarrollo de temas, donde se muestran los 4 correspondientes al

marido (cómodo (gemächlich), ensoñación (träumerich), heroico (mürrisch) y

ardiente (feuerig)) escritos en la tonalidad de Fa mayor; los de la esposa (vivaz y

alegre (sehr lebhaft) y grazioso) en Si mayor y el del hijo, en Re menor

(tranquilo/ ruhig)

2) Scherzo (La felicidad de los padres- Juego infantil /Canción de cuna/ El reloj

marca las 7 de la tarde)

3) Adagio (Hacer y pensar/ Escena de amor- Sueños y preocupaciones/ El reloj

marca las 7 de la mañana)

4) Finale: El despertar y la disputa feliz- Feliz confusión

A su vez, el último movimiento posee dos temas que se entrelazan con los temas

(leitmotiv) correspondientes a los integrantes de la familia en un auténtico enjambre de

matices y texturas sonoras que desembocan en una doble fuga para lograr los efectos

sonoros de confusión feliz antes del final. Es una obra que se representa en muy escasas

oportunidades por su poderosa orquestación y un orgánico que lleva cuerdas, percusión-

que incluye pandereta, bombo, timbales y glockensspiel-, dos arpas, 3 flautas, piccolo,

dos oboes, oboe d’amore, corno inglés, 3 clarinetes (2 en Si bemol y el 3°, en Fa),

requinto, clarinete bajo en Si bemol, 4 fagotes, contrafagot, 4 saxofones (soprano en Do,

alto en Fa, barítono en Fa y bajo, en Do), 8 cornos en Fa, 4 trompetas, 3 trombones y

tuba. La última representación de esta obra monumental tuvo lugar en 2017 por la

Orquesta Filarmónica de Buenos Aires bajo la dirección de Enrique Diemecke y no se

volvió a escuchar en el medio local hasta la presente versión, donde Emmanuel Siffert

descolló en una interpretación excelsa desde el principio hasta el final de una obra

tremendamente difícil y complicada, pero brillante desde todo punto de vista: desde las

entradas de los leitmotiv correspondientes a los integrantes de la familia -abordadas con

una precisión absoluta- , el desarrollo, los matices, alternancia de temas, manejo de

tempi hasta lograr que el canto interno de la orquesta fuera magistral. Alcanzó su clímax

en la Canción de cuna – donde Strauss cita la Canción de gondoleros de las Canciones

sin palabras Op.196 de Mendelssohn y la desarrolla de manera sublime- y en la Escena

de amor- Sueños y preocupaciones, donde el plano onírico estuvo perfectamente

logrado desde el punto de vista sonoro. La sensibilidad y el temperamento apasionado


del director se pusieron de manifiesto en la espectacular doble fuga de la última sección,

donde logró un final apoteótico y sublime. Una no escuchaba una versión tan vibrante y

excelsa de esta obra desde la ofrecida por Franz-Paul Decker en 1987 al frente de la

Filarmónica de Buenos Aires, que se transformó en punto de referencia. Y. en este caso,

el Auditorio Nacional se puso unánimemente de pie en una ovación de aplausos y

vítores ante una interpretación de carácter superlativo.

El 2025 es un año dorado para Emmanuel Siffert en materia de repertorio, rescate e

interpretación de obras sumamente complejas y de difícil abordaje. Lo logró con la

maravillosa interpretación de la Sinfonía n°3 de Mahler en Mayo del corriente año junto

a la Sinfónica Nacional; tuvo un rutilante suceso con la Sinfonía n°7 de Mahler en Chile

y, además, estrenó la sinfonía Long Live Freedom de Lalo Schifrin y Rod Schejtman -

obra póstuma del compositor argentino, fallecido durante el transcurso del corriente

año-. Ganó el premio de la Asociación de Críticos Musicales de la Argentina al Mejor

Director de Orquesta extranjero y descolló con la interpretación de la Sinfonía

Domestica en este último concierto. Y va por más en materia de obras inéditas para el

público argentino. Parece ser que los buenos augurios de año nuevo en materia de éxitos

y suceso se cumplen y se hacen realidad.

 


Carla Filipcic Holm, la figura estelar de este concierto de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires dirigido por Zoe Zeniodi. Crédditos, Prensa Teatro Colón con fotografía de Juanjo Bruzza.


Muy buen concierto de Zoe Zeniodi y Carla Filipcic Holm junto a la Filarmónica


LOS ESTRENOS FLUYEN EN LA INTIMIDAD DE LA MÚSICA

Martha CORA ELISEHT


Luego de una gira exitosa al frente de la Orquesta Sinfónica del Estado de Saō

Paulo, la directora titular de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires - Zoe Zeniodi-

volvió a asumir sus funciones al frente del organismo el pasado sábado 6 del corriente

en el Teatro Colón en un concierto denominado “ETERNIDADES ÍNTIMAS”, que contó

con la participación de la soprano Carla Filipcic Holm en calidad de solista.

El programa estuvo integrado por las siguientes obras:

- Adagio para orquesta en Re menor (estreno local)- Leós JANÁČEK (1854-

1928)

- Sinfonía n°8 en Si menor, D.759 (“Inconclusa”)- Franz SCHUBERT (1797-

1828)

- Hymn 2001 (estreno local)- Valentín SILVESTROV (1937)

- Cuatro últimas canciones- Richard STRAUSS (1864-1949)

Previamente al inicio del concierto, la directora helénica se dirigió al público

provista de un micrófono para explicar que no sólo se incluyeron dos obras en calidad

de estreno local, sino que también sirvieron como preludio a dos grandes obras

sinfónicas en un concierto formado por piezas de carácter íntimo. Para respetar aún más

ese clima, solicitó al público no aplaudir entre movimientos o entre las canciones de la

última obra. Una muy buena y sana costumbre que se debe explicar a la gente que -en

muchos casos- asiste por primera vez a un concierto sinfónico y desconoce las normas.

El Adagio para orquesta en Re menor de Janáćek data de 1891 y su carácter

sombrío y trágico se debió a la muerte de su hijo Vladimir el año anterior, cuando sólo

tenía 2 años. Marca el estilo maduro del compositor moravo y permite el lucimiento de

la orquesta. Hacia el final, un bellísimo solo de corno inglés- impecablemente

interpretado por Michelle Wong- marca la disolución de la obra. Una muy buena

versión en calidad de primera audición en el ambiente local, que fue muy bien recibida

por el público. Seguidamente, la orquesta brindó una correcta versión de la célebre

Sinfonía n°8 en Si menor D.759 (“Inconclusa”) de Schubert, compuesta en 1822 para

permitir su admisión como miembro honorario de la Musikverein für Steiermark

(Sociedad Musical de Estiria), bajo la presidencia de Anselm Hüttenbrenner, quien era

su amigo personal. Schubert ya había escrito los dos primeros movimientos -

completamente orquestados- para finales de ese año y el scherzo de un tercero -casi

terminado- en una reducción para piano. Desgraciadamente, la obra quedó en un cajón y

no se encontró hasta su descubrimiento por parte de Joseph Hüttenbrenner – hermano de

Anselm- en 1860, muchos años después de la muerte del compositor. La consideró un

tesoro perdido y convenció al director de orquesta Johann von Herbeck que la

interpretara. Su estreno se produjo en 1865 en Viena, pero la partitura de los dos

movimientos que la integran (Allegro moderato/ Andante con moto) no se publicó hasta


1867. Es una de las sinfonías más famosas en toda la historia de la música y representa

el vínculo poético de Schubert con la intimidad de la muerte.

La segunda parte del concierto se abrió con otro estreno: Hymn 2001, del

compositor ucraniano Valentín Silvestrov, uno de los principales representantes del

movimiento “La vanguardia de Kiev”, formado en 1965 por compositores de dicho país

en desafío a la estética conservadora musical soviética. Silvestrov lo compuso para

orquesta de cuerdas en 2001, cuando ya era un referente musical a nivel universal. Es un

adagio envolvente, de carácter íntimo, donde las cuerdas interpretan un sinfín de

texturas tenues que brindan una atmósfera de quietud dentro de una línea melódica

tonal. Sin embargo, posee una particularidad: el protagonismo no está a cargo del

concertino, sino del solista guía de segundos violines. En este caso, una óptima labor de

Demir Lulja, quien se lució en la interpretación. La pieza fue muy bien recibida por

parte del público, cuya respuesta se tradujo en numerosos aplausos.

Por último, y con un orgánico prácticamente completo, la Filarmónica brindó una

versión fantástica de las Cuatro últimas canciones de Richard Strauss, que encontraron

en Carla Filipcic Holm a una intérprete ideal: no sólo por su perfecto dominio del

repertorio germano -en el cual, es una especialista y la mejor dentro de las intérpretes

nacionales-, sino también por los matices, sutilezas, exquisitez y buen gusto en cuanto a

su interpretación, ofreciendo ese carácter íntimo e introspectivo de la obra. Por su parte,

Zoe Zeniodi ajustó adecuadamente a la orquesta para permitir el lucimiento de la voz y,

asimismo, de los principales solistas de las diferentes secciones de instrumentos en los 4

títulos que la integran (Frühling (Primavera), September (Septiembre), Beim

Schlafhengen (Al irme a dormir) y Im Abendrot (Al atardecer)). Fueron compuestas en

1948, cuando Strauss decide establecerse en Suiza luego de finalizar la Segunda Guerra

Mundial, con textos de Hermann Hesse en las tres primeras y de Joseph von

Eichendorff en la última. El público coronó la labor de la intérprete, la directora y los

músicos con numerosos aplausos y vítores.

La idea de incluir estrenos locales dentro de un concierto temático ha sido muy

original y un verdadero acierto. No sólo contribuyen a enriquecer el repertorio de una

orquesta, sino que tanto el público como el periodismo especializado siempre las

reciben de muy buen grado. En este caso, con música de carácter íntimo y universal.

 


Jessica Pratt y Khamal Khan en una memorable presentación en el Teatro Colón, captados en ésta oportunidad por Juanjo Bruzza para Prensa del Teatro Colón


Jessica Pratt y Kamal Kahn brillaron en el Colón


Excelente cierre de “Grandes Intérpretes”

Domingo 7 de septiembre de 2025


Teatro Colón

Escribe: Graciela Morgenstern

Fotos: Juanjo Bruzza


Jessica Pratt (soprano)

Kamal Kahn (piano)

Programa:

Richard Strauss: Breit’ über mein Haupt dein schwarzes Haar, op. 19 n.º 2

Ich schwebe, op. 48 n.º 2

Befreit, op. 39 n.º 4

“Großmächtige Prinzessin” de Ariadne auf Naxos 

Frédéric Chopin: Barcarola en fa sostenido mayor, op.60  (piano)

Vincenzo Bellini: La ricordanza

Malinconia, ninfa gentile :

“Oh! se una volta sola rivederlo io potessi” “Ah, non credea mirarti” “Ah! non giunge” ,

de La sonnambula

Eva dell’Acqua: Villanelle

Alfred Bachelet: Chère nuit

Jacques Offenbach: “Les oiseaux dans la charmille” de Los cuentos de Hoffmann

Ned Rorem: Barcarolle n.º 1 (piano)

Pippa’s Song - Cradle Song, de Six Songs for High Voice

Leonard Bernstein: “Glitter and be gay” de Candide

Como cierre del ciclo “Grandes Intérpretes”, debutó en el Colón la soprano australiana

Jessica Pratt, acompañada por el pianista Kamal Kahn, quien ya es conocido en nuestro

medio. Ambos conformaron un dúo de excelencia que deslumbró al público.

Presentaron un programa muy variado y atractivo, que recorría varios géneros e

idiomas, desde las canciones de Strauss hasta Bernstein, pasando por las arias de

ópera, incurriendo en repertorio italiano, alemán, francés y americano, todos con igual

eficacia.

Pratt, quien desarrolla una importante carrera internacional, cuenta con una voz de

timbre cristalino, bellísimo, registro parejo y lozano, en toda la extensión y suficiente

caudal para llenar la enorme sala de nuestro Colón. Su sólida técnica y facilidad para

el agudo, le permite afrontar hasta la más complicada coloratura y fragmento de

bravura con filados perfectos y una naturalidad asombrosa.


Para comenzar, encaró tres canciones de Richard Strauss, vertidas con expresividad,

otra de sus cualidades: marcar la intención detrás de cada palabra. Lo mismo sucedió

con las canciones de Bellini. Pero los puntos cúlmines de esta primera parte, fueron

sin duda, las arias de “Ariadna en Naxos” y “La sonnambula”, con impecable manejo

del legato y una sentida interpretación, para terminar con “Ah! non giunge”,

desarrollando óptima coloratura que remató con un sobreagudo.

En la segunda parte, dando muestra de su gran versatilidad, abordó repertorio francés,

vertido con refinamiento y exquisitez. También llegó el momento humorístico con “Les

oiseaux dans la charmille” de Los cuentos de Hoffmann, aria en que tanto la soprano

como Kamal Kahn deleitaron a la audiencia por su desempeño actoral. Finalmente,

dos canciones de Ned Rorem y “Glitter and be gay” de Candide, de L. Bernstein,

interpretadas de manera inmejorable tanto desde el punto de vista vocal como por la

intencionalidad que otorgó a cada frase y cada palabra.

El pianista y director de orquesta Kamal Kahn exhibió nuevamente sus bondades

interpretativas, tanto en las dos obras en que fue solista como en su magnífico

acompañamiento de la soprano.

Ante la enorme ovación de un público enardecido, fuera de programa, Kamal Kahn

interpretó “Tango”, de Albeniz con arreglos y acompañó a Jessica Pratt en “Ah Tardai

troppo.. O luce di quest’anima”, de Linda di Chamounix, de Donizetti, Variazioni di

Proch, como homenaje a Regina Pacini y finalmente, nada menos que “Casta Diva”,

de Norma, de Bellini

La ovación final parecía no tener fin


CALIFICACION: EXCELENTE

lunes, 1 de septiembre de 2025

 

Muy buen concierto del Ensamble CONCENTUS en el Palacio Domingo F. Sarmiento

 

UN RETORNO MUY ESPERADO EN UN GRAN ANIVERSARIO

Martha CORA ELISEHT

 

            Luego de un lapso de ausencia de los escenarios porteños, el Ensamble CONCENTUS volvió a presentarse en Buenos Aires de la mano de su titular – Ricardo Sciammarella- con un solista de lujo: nada más ni nada menos que el violinista Pablo Saraví en el marco de los festejos por los 125 años de la Fundación Beethoven.  La cita tuvo lugar en el Auditorio Nacional del Palacio Domingo F. Sarmiento el pasado domingo 31 de Agosto para interpretar el siguiente programa:

-          Sinfonía n°63 en Do mayor, Hob. I (“La Roxelane”) (segunda versión)- Franz Joseph HAYDN (1732-1809)

-          Romanza n°1 en Sol mayor para violín y orquesta, Op.40

-          Romanza n°2 en Fa mayor, para violín y orquesta, Op.50- Ludwig van BEETHOVEN (1770-1827)

-          Sinfonía n°40 en Sol menor, K.550 (segunda versión)- Wolfgang A. MOZART (1756-1791)

Previamente al inicio del concierto, el maestro Sciammarella se dirigió al público provisto de un micrófono no sólo para agradecer su presencia, sino también a las autoridades de la Fundación Beethoven y, muy especialmente, a su presidente -Pupi Sebastiani- y a los patrocinantes por el apoyo brindado para la realización de este concierto.

Tras la tradicional afinación de instrumentos de época, el concierto comenzó con una muy buena versión de la mencionada sinfonía de Haydn, denominada “La Roxelane” en homenaje a la cautiva rusa Alexandra Lisowska (1506-1558, conocida con dicho apodo por su cabello rojizo) quien, posteriormente, se transformó en la única esposa legítima del sultán Solimán el Magnífico (1494-1566) y pasó a la historia como Hürrem. Compuesta entre 1777 y 1779, pertenece al segundo período sinfónico del compositor, cuando formaba parte de la corte Esterházy (1761-1790) y posee dos versiones: la primera, escrita para orquesta de cuerdas, dos oboes, dos fagotes, dos trompas, dos trompetas y timbales, y la segunda, sin percusión y con una flauta, dos oboes, un fagot y dos trompas más las cuerdas. Las dos poseen 4 movimientos (Allegro en Do mayor, 3/4 / Allegretto: La Roxelane en Do menor, 2/4 / Menuetto: Trío en Do mayor, ¾ y Finale: presto en Do mayor, 2/4) pero en la segunda, la diferencia se produce en el último, mientras que en la primera es Finale: prestissimo (en 2/2). El criterio historicista típico del CONCENTUS se puso de manifiesto por el empleo de cuerdas de tripa y réplicas de instrumentos de época como los oboes, los fagotes y las trompas. Debido a la alta humedad reinante en el día del concierto ocasionada por las inclemencias climáticas, se apreció cierta imprecisión en las maderas, pero que no opacó la muy buena labor del conjunto, que recibió numerosos aplausos.

Seguidamente, Pablo Saraví hizo su presentación sobre el escenario para presentar dos obras de juventud de Beethoven: sus Romanzas para violín y orquesta, compuestas durante su juventud entre 1798 y 1802. La primera fue su Romanza en Fa mayor, Op.50, pero lleva el n°2 porque recién se publicó en 1805, mientras que la n°1 en Sol mayor. Op.40 fue compuesta en 1802 y se publicó al año siguiente. Ambas están escritas en un único movimiento (Adagio cantábile) en rondó con dos espacios contrastantes. La interpretación fue brillante, con una actuación impecable por parte de Pablo Saraví y una marcación muy precisa y segura de Ricardo Sciammarella, quienes se retiraron sumamente aplaudidos y ovacionados.

Como obra de cierre, el Ensamble brindó una magnífica versión de la celebérrima Sinfonía n°40 en Sol menor, K.550, denominada también Gran Sinfonía en Sol menor para diferenciarla de la Pequeña Sinfonía en Sol menor, n°25. Fueron las dos únicas sinfonías que Mozart compuso en modo menor y en la misma tonalidad. Compuesta en 1788 junto con sus homónimas n°39 y 41 (“Júpiter”), también posee dos versiones: en la segunda, el genio de Salzburgo introduce dos clarinetes y modifica definitivamente la orquestación vienesa típica de la época. El claroscuro característico de esta pieza predomina en sus 4 movimientos (Molto allegro/ Andante/ Menuetto- Allegretto- Trío / Allegro assai) y la versión ofrecida fue un broche de oro por su alta calidad y jerarquía interpretativa. Representó lo mejor de la noche y el público ovacionó a los intérpretes.

A pesar de haber sido un espectáculo de alta calidad con intérpretes de primer nivel y entrada libre y gratuita, el mal tiempo reinante jugó en contra con respecto de la asistencia de público. Una pena, porque no es fácil organizar un programa con criterio historicista con instrumentos de época. La excelencia del conjunto amerita mucho más.          

domingo, 31 de agosto de 2025

 


Kahki Solomnishvili y la Filarmónica de Buenos Aires en plena interpretación de la Novena Sinfonía de Gustav Mahler. Créditos: Prensa Teatro Colón, fotografía de Patricio Cortes.


TERMINO CONVENCIENDO

 

Teatro Colón, temporada 2025. Ciclo de conciertos de abono a cargo de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, Director Invitado: Kahki Solomnishvili. Programa: Gustav Mahler: Sinfonía N º 9. 30/08/25.

 

NUESTRA OPINION: BUENO

 

 Una de las obras convocantes y por las que el público siente predilección, ya sea por su temática o por sus dificultades interpretativas, es la novena sinfonía de Gustav Mahler. Página que en los últimos cincuenta años se ha erigido en una favorita de toda buena orquesta que se precie de ser tal. Surgida en el verano boreal de 1909 en la hoy Dobiacco (Italia), en aquellos tiempos Toblach (Austria), en una casa de campo en los Dolomitas, célebre por la cabaña de madera que su esposa Alma hizo erigir allí para que este creador tenga su espacio, su silencio y que  de ese modo plasmara en el pentagrama las obras que surgían de su mente. En aquellos tiempos Mahler se hallaba envuelto en un verdadero torbellino. Su hija María Anna fallecida por escarlatina. Presiones externas lo llevaron a dimitir al cargo de Director Musical de la entonces Opera Imperial de Viena y, finalmente, su médico le revela que ha contraído una Endocarditis Bacteriana  que habrá de llevarlo al final de su vida  en poco tiempo. Obsesionado por superar el número 9 en cantidad de sinfonías (allí, entre otros, culminaron Beethoven y Schubert), se sumergió en esta obra que a la postre sería la última que el culminó,  ya que “La Canción de la Tierra” debe tomársela como un ciclo para voz y orquesta y de la  sinfonía Nº 10 solo pudo completar un Adagio que aparentemente debió ser el movimiento de apertura.

 

  Deryck Cooke, el biógrafo más célebre del compositor (quién además lideró el equipo que se sumergió con autorización de la Sra. de Mahler en la tarea de culminar la Sinfonía Nº 10),  sostuvo que ante el hecho irreversible de la muerte, Mahler brindó en música tres alternativas diferentes: la Segunda Sinfonía con su esperanzador enfoque de muerte y resurrección. La Sexta, con un desenlace por demás duro e inflexible que culmina con el fin del protagonista (que no es otro que El mismo) y en esta ocasión en donde la novena  (plagada de autorreferencias) va transitando un camino que culminará con una serena y resignada aceptación ante la inminencia del final de su vida. Quienes escuchamos el Adagio de la inconclusa décima sinfonía, podemos apreciar en que hay un dramático discurso, tras el cual nuevamente la resignación llega en el cierre de esta página.

 

 

  El “Andante Cómodo” con el que la sinfonía se inicia, muestra el germen de todo este trabajo. Tras compases introductorios de las cuerdas graves con apoyo de los cornos, una melodía plena de melancolía nos indica el comienzo de la despedida, el amor por la vida, por su terruño y, lógicamente, por su música. La presencia de su situación de salud se plasma en un ataque justamente del corno para que esa cuerda ahora exprese el drama y que tras una fanfarria, el tema inicial emerja triunfador. Tras ese momento, se inicia un segundo tema en que los vientos toman el discurso y de ahí irán surgiendo las diferentes llamadas que recordarán el duro momento que el compositor atraviesa. Desde ese instante, con intervenciones que graficarán a ese corazón gravemente afectado pero que aún late, intercaladas con el melancólico tema inicial, se desarrolla este movimiento que ubica al oyente frente al plan general de la obra.

 

  Comenzando con el análisis del concierto en sí, este tiempo, que marca la tendencia que dominará a toda la sinfonía, fue abordado en medio de muchas imprecisiones que dejan entrever que se necesitaba un mayor tiempo de preparación de la obra.  Debe destacarse la total predisposición de los maestros de la Filarmónica para superar los escollos de la partitura de la mejor manera posible ante cada requerimiento del Director.

 

  Tras este difícil pasaje, los tres movimientos restantes  (“En el Tiempo de un Cómodo Ländler”, “Rondo: Burleske” y el gigante “Adagio” con el que la obra culmina), mostró la mejor de las labores del Maestro Solomnishvili en Buenos Aires y la total mancomunión de esfuerzos que los Maestros demostraron junto al Director para ir construyendo de menor a mayor una labor que terminó convenciendo, ya sea por el acertadísimo enfoque que el Director tuvo del vals campesino en el segundo movimiento, el muy buen trabajo respecto al estilo contrapuntístico que domina todo el tercero y poder lograr la mejor interpretación posible del Adagio de cierre con una cuerda formidable a la que se la extrañaba en demasía y que aquí resurgió de manera extraordinaria, acompañada de vientos en el mismo nivel y de bronces que dieron en el punto justo ante cada intervención . El saludo final del maestro a los músicos. expresado con apretones de manos a los líderes de cada familia de instrumentos a las que luego hizo poner de pié en su totalidad, habla de la gratitud del conductor y del logro de una labor de equipo por demás encomiable.

 

  En el cierre, a medida que la música se iba extinguiendo, en igual forma fue disminuyendo la intensidad lumínica en el escenario. Es una idea respetable, pero las grandes versiones escuchadas de esta página por aquí en los últimos tiempos (Abbado-Filarmónica de Berlín, Decker con la propia Filarmónica de Buenos Aires, Calderón-Sinfónica Nacional) no hizo falta esto, sino un respetuoso silencio que dé paso a la retribución del público. Justamente, esto último hubiese sido muy necesario en este concierto.  Parece que a muchos les molesta y que por eso atacaron con aplausos sin dejar que se extingan por completo los últimos sonidos.

 

Donato Decina


 


Escena del encuentro del segundo acto entre Charlotte y Werther, captada para Prensa del Teatro Colón por Juanjo Bruzza


“Werther” en el Colón


UNA BUENA VERSIÓN

Teatro Colón

Viernes 29 de agosto de 2025

Escribe: Graciela Morgenstern


“Werther”, de Jules Massenet

Libreto: Édouard Blau, Paul Milliet y Georges Hartmann

Elenco: Jean-François Borras, Annalisa Stroppa, Jaquelina Livieri, Alfonso Mujica y

Cristián De Marco, Sebastián Sorarrain, Pablo Urban, Rocío Arbizu y Mauricio Meren

Coro de Niños del Teatro Colón. Directora: Helena Cánepa

Orquesta Estable del Teatro Colón 

Iluminación: Gonzalo Córdova

Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari

Dirección de escena: Rubén Szuchmacher

Dirección musical: Ramón Tebar.


El Teatro Colón continuó su corta Temporada Lírica Oficial, con una buena versión

de Werther, la ópera basada en la novela epistolar “Las penas del joven Werther”, de

Johann Wolfgang Goethe. La atmósfera netamente romántica de la obra, es

subrayada por el dramatismo de la íntima partitura de Massenet, uno de los más

nítidos ejemplos de cómo se puede mantener la atención del público en forma

constante aun sin contar con una acción teatral pulsante. La esencia interior de los

personajes y conflictos íntimos, así como las situaciones que conducen al con-,

movedor desenlace, conforman una cadena acumulativa de teatralidad y de tensión

emocional. Massenet triunfó en el arte de delinear, musicalmente. la evolución

psicológica de sus personajes, los impulsos y las vallas morales que los separan y

en introducir algunos pasajes o toques de color que alivian la tensión.


Liderando el elenco. el tenor francés Jean-François Borras en el rol protagónico,

desplegó un canto seguro, de emisión pareja y fraseo elegante. A pesar de no contar

con la “physique du rôle”, actuó con entrega y convicción suficientes para encarar los

requerimientos del atribulado personaje.


Annalisa Stroppa tuvo a su cargo el rol de Charlotte, una parte genuinamente

coprotagónica. Su interpretación dramática estuvo a la altura de las circunstancias por

su intensidad. Desde el punto de vista vocal, si bien su Iínea de canto y fraseo fueron

inobjetables, su voz careció de la cualidad traslúcida que requiere su parte. De todas

maneras, realizó una actuación muy digna y aunque su Aria de las cartas fue

tímidamente aplaudida, recibió calurosos aplausos al finalizar la función.


La voz cristalina de Jaquelina Livieri, su simpatía y desenvoltura juvenil, de la mano

de su evolución vocal, lograron que el animado personaje de Sophie resultara

verosímil.


La actuación del barítono Alfonso Mujica como Albert, fue para el olvido, al igual que

sus anteriores participaciones en nuestro medio.


Muy buena labor cumplió el bajo Cristián De Marco como Le Bailli, tanto vocalmente

como en lo actoral.


Tanto el resto del elenco como el Coro de Niños del Teatro Colón realizaron buenas

actuaciones.


La dirección escénica, a cargo de Rubén Szuchmacher, no sobresalió especialmente,

se desarrolló en un marco de corrección, con un cambio de época innecesario pero

que no molestó. La escenografía de Jorge Ferrari no fue de especial belleza, por

momentos, resultó infantil y el vestuario, también de su autoría, se ajustó a la época

en que se ubicó a la obra. Buena la iluminación de Gonzalo Córdova.


Buena labor la de la Orquesta Estable bajo la batuta de Ramón Tebar, quien dio fuerza

dramática de la partitura, sin dejar de resaltar también, las sutilezas que la misma

entraña.


Un espectáculo digno en definitiva.


CALIFICACIÓN: BUENO

 Muy buena versión del segundo elenco de “WERTHER” en el Teatro Colón


QUIEN NO HAYA SUFRIDO POR AMOR, QUE TIRE LA


PRIMERA PIEDRA


Martha CORA ELISEHT


¿Quién no se enamoró de alguien que ya estaba comprometido o tuvo un amor

no correspondido?... Un tema que sigue tan vigente hasta el día de la fecha como en

1774, cuando Wolfgang von Goethe (1749-1832) escribe Las penas del joven Werther,

basado en su relación sentimental con Charlotte Buff -una mujer casada de la cual se

enamoró cuando era estudiante en Wetzlar, motivo por lo cual sufrió mucho- que, su

vez, fue el resultado de su experiencia con el movimiento romántico Sturm und Drang

(Tormenta e Impulso), que fomentaba el arte en total libertad y marcó una ruptura con

los cánones convencionales. Sin embargo, la idea de componer una ópera sobre el

drama de Goethe surgió casi un siglo después, cundo Jules Massenet (1842-1912)

descubrió que Las penas del joven Werther se adaptaba muy bien a su temperamento. El

proyecto se decidió en una reunión con el libretista Paul Millet y el editor Georges

Hartmann y, posteriormente, se le sumó Édouard Blau como tercer libretista. Massenet

demoró dos años en escribir la partitura (entre 1885 y 1887) y, finalmente, el estreno

tuvo lugar en la Hofoper de Viena en 1892 con traducción del libreto al alemán, porque

no condecía con lo establecido por l’ Opéra- Comique de París. Luego de representarse

en Ginebra y Weimar, el estreno parisino se produjo en 1893 y alcanzó no solamente

gran repercusión y éxito, sino que Massenet se transformó en el compositor por

antonomasia de la ópera romántica francesa.

Tras 10 años de ausencia, el Teatro Colón decidió reponer este gran clásico del

repertorio galo con dos elencos internacionales de prestigio, cuyas representaciones

tendrán lugar entre los días 24 de Agosto al 3 de Septiembre inclusive y que cuentan

con la siguiente ficha técnica: dirección de escena de Rubén Szuchmacher; escenografía

y vestuario de Jorge Ferrari; iluminación de Gonzalo Córdova; coreografía de Marina

Svartzman; asistencia de dirección de escena de Florencia Ayos y asistencia de

escenografía y vestuario de Florencia Tutusaus. Participan la Orquesta Estable y el Coro

de Niños del Colón dirigidos por Ramón Tebar y Helena Cánepa, respectivamente.

Quien escribe asistió a la función del pasado jueves 28 del corriente, con el

siguiente reparto: Arturo Chacón- Cruz (Werther), Alejandra Malvino (Charlotte),

Constanza Díaz Falú (Sophie), Sebastián Angulegui (Albert), Gustavo Gibert (El

alguacil), Luis Gaeta (Johann), Gabriel Centeno (Schmidt), Rocío Arbizu (Kätchen) y

Mauricio Meren (Brühlmann). Los hijos del alguacil fueron interpretados por los niños

Ana Caterina Cestari, Iulia Chernikova, Vera Scattini, Ariana Sofía Villanueva León,

Guillermo Martín D’Angelo y Tiziano Rodrigo González.

En la presente versión, en vez de situar la escena entre los meses de Julio y

Diciembre en la Alemania del siglo XVIII, Szuchmacher la traslada a 1930, trazando un

paralelismo con otra historia de amores contrariados: Boquitas pintadas, de Manuel


Puig, que también transcurre en un pueblo y que permite realizar una puesta sencilla,

funcional, que respeta la concepción original de la obra. El vestuario de época realizado

por Ferrari es de muy buen gusto y condice perfectamente con los meses del año en los

que tiene lugar la obra: verano en el 1° acto, otoño en el 2° e invierno, en el 3° y 4°. En

los dos primeros actos -donde todo es luminoso- aparece un telón blanco con una

mancha negra, dentro del cual está el nombre del protagonista, mientras que, en los dos

segundos, se invierten los colores y presagia el desenlace fatal. Por lo tanto, la

iluminación también acompaña la curva emocional de la obra, pasando de la luz a la

oscuridad, que indica el estado depresivo del protagonista y su intención de quitarse la

vida -cosa que finalmente sucede- ante el rechazo de la mujer que ama.

En cuanto a la parte vocal, se logró una excelente preparación del coro de Niños

y todos los intérpretes de roles coprimarios estuvieron muy bien, destacándose Luis

Gaeta como Johann, Gabriel Centeno como Schmidt y Gustavo Gibert como el Alguacil

(padre de Charlotte y Sophie). Con respecto de este último rol, Constanza Díaz Falú se

lució como la alegre y coqueta hermana de Charlotte, feliz y despreocupada hasta que

se da cuenta que su hermana sufre por la partida del protagonista. Su línea de canto, su

coloratura y sus dotes de soprano ligera le permitieron encarar su personaje a la

perfección, destacándose en el aria del 2° acto (“Du gai soleil, plein de flamme”),

mientras que Sebastián Angulegui interpretó un muy correcto Albert. En esta función, el

rol de Charlotte fue interpretado por Alejandra Malvino -quien tuvo que remplazar en

último momento a María Luisa Merino Ronda por problemas de salud- y lo hizo con

excelencia vocal e interpretativa. Es especialista en este tipo de repertorio y lo demostró

con creces sobre el escenario del Colón, luciéndose en el aria de las cartas del 3° acto

(“Werther! Qui m’aurait dit… Ces lettres!”), tras la cual, el Colón estalló en aplausos.

El rol protagónico tuvo un digno representante en el mexicano Arturo Chacón- Cruz,

quien lo ha cantado en numerosas oportunidades. No sólo es un especialista en

repertorio francés -hay que recordar su memorable Condenación de Fausto de Berlioz

en 2019 junto a la Filarmónica de Buenos Aires-, sino que posee una voz melodiosa, de

gran caudal, con muy buenos matices y una impecable línea de canto. Su interpretación

fue magistral desde su aparición en el 1° acto (“O, Nature, pleine de grâce”) y, a

medida que fue aumentando la tensión dramática por la desilusión amorosa, sus dotes

histriónicas y los matices fueron creciendo en intensidad (“Lorsque l’enfant revient

d’un voyage”) hasta la celebérrima aria de Ossian del 3° acto (“¿Pourquoi me révellier,

ó souffle du printemps?”). El público comenzó a aplaudir y vitorear calurosamente ni

bien terminó la primera estrofa de dicha aria antes de que comenzara a cantar la

segunda. El rugido del Colón se sintió una vez más -ahora sí- luego de su finalización.

Lo mismo sucedió en el aria donde decide poner fin a sus días (“Ouvraira ma tombe”)

a fines del 3° acto.

Merece un párrafo aparte la impecable dirección del valenciano Ramón Tebar al

frente de la Orquesta Estable, respetando la poderosa orquestación, lirismo y

cromatismo característicos de Massenet. El sonido fue brillante y, por sobre todas las

cosas, romántico. Los cantantes infantiles que participaron como los hijos del Alguacil

estuvieron perfectamente selecionados bajo la muy buena dirección de Helena Cánepa

al respecto. Al culminar la función, todo el elenco se retiró sumamente aplaudido.


En líneas generales, ha sido una muy buena producción en todos los aspectos,

con intérpretes dignos de un teatro lírico de la jerarquía del Colón. Éstos son los

espectáculos que una siempre quisiera ver y apreciar. La renovación de este clásico

francés mediante una puesta en escena atemporal fue un acierto que permite que los

nuevos públicos se interesen por este tipo de obras. En este caso particular y,

parafraseando la Biblia: el que no haya tenido una pena de amor, que arroje la primera

piedra.

sábado, 30 de agosto de 2025

 


Ricardo González Dorrego durante su presentación en el teatro Nacional Cervantes captado por la cámara de la autora del presente comentario


Magnífico concierto de canciones inglesas en el Ciclo de Lieder del Teatro Cervantes


PRIMERAS AUDICIONES EN UN CICLO DE EXCELENCIA

Martha CORA ELISEHT


Uno de los eventos culturales más importantes que posee la amplia oferta en la

materia en Buenos Aires es el Ciclo de Música Lieder en el Teatro Nacional Cervantes.

Bajo la producción y dirección general de Martín Queraltó, este prestigioso ciclo no

sólo se dedica a la difusión de tradicional canción de cámara alemana, sino que también

se incluyen temas en otros idiomas. Las interpretaciones son de alta calidad y cuenta

con entrada libre y gratuita.

En esta oportunidad, les tocó el turno a las canciones de cámara inglesas en un

concierto ofrecido el pasado miércoles 27 del corriente en la Sala Luisa Vehil de dicho

teatro, donde participaron los siguientes cantantes: Daniela Prado (mezzosoprano),

Ricardo González Dorrego (tenor) y Alejandro Spies (barítono) acompañados en piano

por Carlos Koffman y Malena Levin para ofrecer el siguiente programa:

- “Danish Songs” (Canciones danesas) (1° audición)- Frederick DELIUS (1862-

1934):

- “The Violet” (2)- RT V/21

- “In the Seraglio Garden” (7)- RT III/4

- “Silken Shoes” (7)- RT III/4, n°1

- “Autumm” (2)- RT V/21

- “Irmelin” (7)- RT III/4, n°2

- “Summer nights” (7)- RT III/4, n°3

- “Through long, long years” (7)- RT III/4, n°6

- “Wine Roses” (7) - RT III/4, n°5

Solista: Daniela PRADO Piano: Carlos KOFFMAN


Henry COWELL (1847-1965):

- “St. Agnes Morning” (1914)

- “Daybreak” (1946)

- “The Little black boy” (1952)

- “Three anti- modernist songs” (1938) (estreno local)

Charles IVES (1874-1954):

- “Songs my mother taught me” (1895)

- “General William Booth enters into Heaven” (1914) (estreno local)

Solista: Ricardo GONZÁLEZ DORREGO Piano: Malena LEVIN


- “The Travel Songs”- Ralph VAUGHAN WILLIAMS (1872-1958):

- “The Vagabond”

- “Let beauty awake”

- “The roadside Fire”

- “Youth and Love in dreams”

- “The infinite shinning”

- “Heavens”

- “Whither must I wander”

- “Bright is the Ring of Words”

Solista: Alejandro SPIES Piano: Carlos KOFFMAN


A su vez, Martín Queraltó fue el encargado de presentar a los intérpretes y

realizar una breve reseña sobre los compositores y las obras. En el caso particular de las

Danish Songs (Canciones Danesas) de Delius sobre textos del poeta Jens Peter

Jakobsen (1847-1885) no existen antecedentes de que se hayan interpretado

anteriormente en el país debido -entre otras cosas- a la dificultad en conseguir las

partituras. Por lo tanto, representa la primera audición a nivel local. Fueron compuestas

en 1897 durante su estancia en Noruega -era muy amigo de Edvard Grieg y Christian

Sinding- como Seven Danish Songs y, posteriormente, se agregaron The Violet y

Autumm, que datan de 1900. Su estreno tuvo lugar en 1901 en París, donde Delius

residía desde 1897. Su estilo postromántico, impresionista y refinado se pone de

manifiesto en este ciclo al igual que su exuberante cromatismo musical, que permite el

lucimiento de la voz. En este caso, Daniela Prado fue la intérprete ideal: amplio dominio

del registro vocal, histrionismo, voz aterciopelada con excelentes matices románticos y

dramáticos y una interpretación que se vio coronada por el perfecto acompañamiento al

piano de un consabido instrumentista como Carlos Koffman. Ambos se retiraron

sumamente aplaudidos al final para dar paso a la dupla integrada por Malena Levin y

Ricardo González Dorrego, quienes interpretaron obras inéditas de dos autores

estadounidenses: Henry Cowell y Charles Ives. El primero de ellos adquirió fama por

ser anticonvencional y controvertido, pero se convirtió en un compositor emblemático

de la primera mitad del siglo XX y la vanguardia americana. Su lenguaje musical

fusiona elementos folklóricos, contrapunto disonante, temas paganos irlandeses y

orquestación no convencional para crear un lenguaje propio. Para ello, estudió música

oriental -lo que le permitió romper con las normas y cánones europeos- y su música se

caracteriza por el indeterminismo -indicaciones y guiños en la partitura que permiten la

improvisación en ciertos temas, en vez de ser fijos- en contraposición al serialismo.

Tampoco se encontró registro de representación de sus canciones en Argentina, de modo

que también se ofrecieron en calidad de estreno local.

La primera de ellas (St. Agnes’ Morning) tiene letra de Maxwell Anderson y

posee una melodía tonal agradable, que permite el lucimiento del tenor tanto en

crescendi como en pianissimi. Los textos de Daybreak y The Little black boy son de

William Blake y esta última fusiona melodías típicas de los negro spirituals con el ritmo

oriental ya mencionado. En cambio, las Tres canciones antimodernistas pertenecen a

Nicolás Slonimsky y poseen elementos clásicos como una sucesión de arpegios y


glissandi en piano previamente a la entrada del tenor -que remedan mucho a Forårsregn

(Chubasco de Primavera) de Grieg- y luego, golpes en el registro grave del piano que

remedan el sonido de un tambor, con una muy buena traducción musical de los sonidos

onomatopéyicos. También se lograron muy bien los efectos de sonido modernos

mediante una sucesión de escalas, pasajes y arpegios en el piano – similares a La

Consagración de la Primavera de Stravinsky- y una serie de onomatopeyas hacia el

final en el piano mientras el tenor narra el texto, sin perder línea de canto ni tonalidad.

Una tarea magnífica por parte de Malena Levin y Ricardo González Dorrego, que le

valieron un aplauso cálido y sostenido por parte del público antes de pasar a Songs my

Mother taught me (Canciones que me enseñó mi madre), compuestas por Charles Ives

en 1895 sobre texto del poeta checo Adolf Heyduk. Basada en su homónima de Dvořak

para canto y piano, la de Ives se caracteriza por poseer una melodía romántica, pero a su

vez, nostálgica. Por último, la dupla cerró con General William Booth enters into

Heaven, con texto de Vachel Lindsay sobre la vida del fundador del Ejército de

Salvación -un pastor metodista que brindó ayuda a los pobres, necesitados y marginados

durante la Revolución Industrial en el siglo XIX-. La melodía es una perfecta transición

y collage entre la tonalidad y atonalidad -tema en el que Ives era un experto- donde el

piano marca una serie de acordes que imitan el sonido de un bombo, pero que se hacen

cada vez más tonales a medida que se repite el estribillo (“¿Te has purificado en la

sangre del Cordero de Dios?”). Este exceso de material en el piano se va “limpiando” a

medida que transcurre la melodía y el tenor ofrece su recitativo. La labor desempeñada

por ambos intérpretes fue sublime, lo que les valió infinidad de aplausos y vítores por

parte del público.

A diferencia de los otros ciclos de canciones, el de Ralph Vaughan Williams

(The Travel Songs) fue interpretado hace algunos años atrás por el barítono Alejandro

Meerapfel. Fueron compuestas para barítono y piano entre 1905 y 1907 sobre textos de

Robert Louis Stevenson, quien fuera el escritor predilecto del músico inglés. No

obstante, recién se publicó como ciclo completo de canciones en 1960 -dos años

después de su fallecimiento-. Se inicia con The Vagabond (El Vagabundo), donde el

piano toca un ritmo de marcha de carácter ambiguo -la nostalgia por lo que dejó atrás y,

a su vez, el orgullo de abandonar-, que se repite en la mayoría de las canciones. La

segunda (Let beauty awake) posee arabescos y glissandi que brindan un tinte francés a

una melodía sumamente romántica. En la tercera (The roadside Fire) se repite la misma

base rítmica, pero con un tema mucho más romántico, que brinda un efecto de

caleidoscopio sonoro. La interpretación de Alejandro Spies fue excelsa desde todo

punto de vista: matices, esmalte, material vocal, línea de canto, perfecto dominio de

pianissimi y una tesitura soberbia en todas las canciones -especialmente, en Youth and

Love, la melancólica In dreams, The infinite shining Heavens y la espectacular ¿Whither

must I wander?, que deja un mensaje de esperanza pese a que es alguien que abandona

su tierra-. Por su parte, Carlos Koffman lo acompañó maravillosamente bien. Al

terminar, todos los artistas salieron a saludar y agradecer los aplausos del público.

Es una pena que este tipo de eventos no tenga mayor difusión. Una se enteró por

invitación personal y, de no ser por las redes sociales y por los programas especializados

en música clásica, el público ignora que estos ciclos existen. Sería muy bueno que los

grandes medios tuvieran su agenda y su sección correspondiente para dar cabida a este

tipo de ciclos de excelencia, donde se pueden escuchar estas auténticas gemas.