en el Palacio Sarmiento
UNA GRAN ÓPERA PARA NARRAR UNA VIEJA LEYENDA
Martha CORA ELISEHT
El compositor tucumano Eduardo Alonso Crespo es uno de los mejores de la
actualidad y uno de los más premiados a nivel internacional. Su vasta obra comprende
dos óperas, siete sinfonías, diecisiete conciertos, dos ballets, música de cámara y
conciertos sinfónico- corales.
El pasado miércoles 4 del corriente tuvo lugar en el Auditorio Nacional del
Palacio Domingo F. Sarmiento el estreno de su tercera ópera: PUTZI -una reflexión
sobre el bien y el mal donde se recrea el mito de FAUSTO en clave humorística,
mediante la representación de episodios de la vida de Franz Liszt (1811-1886)-.
Precisamente, el título alude al apodo que dicho compositor recibió durante su infancia
y contó con la presencia del propio Alonso Crespo en el podio al frente de la Orquesta
Nacional de Música Argentina “Juan de Dios Filiberto” (ONMA) y los siguientes
cantantes: el tenor Norberto Miranda (Putzi), el barítono Marcelo Iglesias Reynes
(Paganini/ El Diablo), las sopranos Natalia Salardino (Vida) y Florencia Burgardt
(Muerte). La régie estuvo a cargo de Claudio Aprile, con participación de los bailarines
Paola Castro, Florencia Macchi, Leandro Otero y Marlon Casado. También contó con
subtitulado electrónico para que el público pudiera seguir y comprender la obra y saber
los nombres de los intérpretes.
Para permitir el desarrollo de las cinco escenas en las cuales se divide el único
acto de esta ópera, se liberó el proscenio relegando a la orquesta a las últimas tres filas.
Si bien hubo una reducción de la masa instrumental, contó con arpa, marimba y otros
instrumentos de percusión y piano. Previamente a la entrada de la concertino, sonó muy
bien afinada y afiatada.
La primera escena transcurre en un camino de Hungría en 1811 -año de
nacimiento de Liszt-, donde se cruzan la Vida y la Muerte acompañadas por su séquito:
dos bailarinas -Talento y Virtud- y dos bailarines -Rutina y Envidia- respectivamente
para disputarse la vida del protagonista. Pese a que Putzi tenía una salud muy frágil y
delicada desde que era niño, tuvo una vida muy prolongada, lo que causa la furia de la
Muerte. Mientras la Vida está representada por una soprano ligera e ingenua, la Muerte
es una soprano de coloratura más dramática y dañina. El vestuario -de neto corte clásico
y tradicional- representa muy bien la diferencias: todo lo alusivo al bien, de color blanco
y verde, mientras que el rojo representa al mal (la Muerte y el chaleco rojo de Paganini
en alusión al Diablo). La música es de línea melódica tonal, muy audible y, a diferencia
de otras obras de Alonso Crespo, no hace alusión a temas folklóricos, sino que posee
reminiscencias europeas y atisbos de compositores como Rossini, Mozart, Paganini,
Stravinsky y el propio Liszt, con muy buenos contrapuntos, profundidad sonora y
glissandi. Ambas sopranos se destacaron por la muy buena preparación vocal.
La segunda escena tiene lugar en el apartamento de Putzi en París en 1835,
donde se produce el encuentro entre el compositor y Paganini. Un adagio in crescendo
a cargo de la orquesta desemboca en un vals donde el protagonista evoca a su amada -
muy bien recreado por los bailarines, mientras una de ellas interpreta la alegoría de su
amada, quien luego muere-. La música posee reminiscencias de La Valse de Ravel y
aquí es donde aparece la primera aproximación del mito de Fausto: para salvarla, Putzi
hace un pacto con el Diablo, alabándolo y dedicándole varias de sus composiciones
(Vals Mefisto, Sinfonía “Fausto”, “Fuegos fatuos”, entre otras). María vuelve a la vida
y se produce la transmutación de la música – de clima de misterio en tono menor a vals,
en tono mayor-. Tanto Norberto Miranda como Marcelo Iglesias Reynes se lucieron en
sus interpretaciones. En la tercera escena, la Vida y la Muerte se encuentran en la
habitación de Putzi en medio de un clima de misterio, donde la primera triunfa por
sobre la segunda, quien se queja de la vanidad del Diablo en su respectiva aria, donde
Florencia Burgardt sobresalió por su coloratura, matices y línea de canto.
La cuarta escena se desarrolla en el apartamento de Putzi en París en medio de
una música alegre y triunfal, donde el Diablo le ruega que lo salve de la venganza de la
Muerte entregándole su alma y prometiéndole todo- similar a lo que sucede en Fausto-,
pero el protagonista lo rechaza. No obstante, Putzi le pide un violín. Al igual que en La
Historia del Soldado de Stravinsky, aquí confluyen ambas similitudes. Los bailarines le
entregan el violín, la pluma y el contrato a medida que van cambiando los tempi para
permitir los cambios de escena. Un gran acierto del compositor y una gran actuación de
Norberto Miranda en su aria (“Sabio cuerpo/ poderoso instrumento”), destacándose en
el agudo.
El pasaje del tiempo que transcurre hacia el final de la vida de Liszt en Roma se
logra mediante un interludio orquestal lleno de cromatismo y tonalidad expansiva,
donde los personajes desfilan mientras transcurre la música. Mediante un trémolo en
cuerdas, se logra un clima de misterio en contrapunto con la percusión y las maderas,
que desembocca en un tutti en tono mayor antes de pasar a la quinta y última escena,
que tiene lugar en el departamento de Liszt en Roma en 1865. La Vida y la Muerte se
enfrentan una vez más sobre el destino del protagonista y la primera lamenta que Putzi
hay afirmado el contrato, condenado por el peso de su arte y su éxito. Para defenderlo,
la Vida entona su aria (“Creador que vuela tras un sueño”), aduciendo que el alma de
Putzi no pertenece a este mundo, sino al universo del genio. Y aquí se produce una
sorpresa: ante la poderosa amenaza de la Muerte por querer llevarse su alma, el
protagonista toma los hábitos y logra su salvación. La Vida celebra su triunfo frente a la
estupefacta Muerte, quien se pone furiosa por haber fracasado. Un trémolo en cuerdas y
un glissando en percusión hacia el final de la obra anuncian el descenso de la Muerte y
su séquito hacia el Infierno en perfecta dicotomía (Vida/ Muerte; Triunfo/ fracaso;
Cristo/ El Diablo). La obra tuvo una muy buena aceptación por parte del público y los
protagonistas se retiraron sumamente aplaudidos.
Si bien el Auditorio Nacional no posee la infraestructura de un teatro lírico, el
hecho de montar el estreno de una ópera de autor vernáculo en versión de concierto es
un gran logro y un acierto. Una vez más, esto demuestra que no se necesitan grandes
recursos para representar una buena ópera, sino una adecuada utilización y
administración de éstos. Se pueden lograr muy buenas cosas con escaso presupuesto.
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