Monumental versión del “MAGNIFICAT” de Roberto
Caamaño en el Colón
SOLEMNIDAD Y GARRA EN EL PODIO
Martha CORA ELISEHT
El pasado viernes 17 del corriente se llevó a cabo el 2º
de los tres Conciertos correspondientes al Abono Sinfónico- Coral en el Teatro
Colón, con la participación de la Orquesta y Coro Estables del mencionado
teatro y la presencia de la soprano Marisú Pavón como solista. La dirección
orquestal estuvo a cargo de Mariano Chiacchiarini y la del Coro Estable, de
Miguel Ángel Martínez.
El programa comprendió las siguientes obras: la Música para cuerdas, Op.23 de Roberto
Caamaño (1923-1993), la Sinfonía nº29
en la Mayor, K.201de Wolfgang Amadeus
Mozart (1756-1791), el motete Exultate,
Jubilate K.165/158ª del mismo compositor y, como obra de fondo, el Magnificat, Op.20 de Roberto Caamaño.
La Música para
Cuerdas fue compuesta en 1956 por encargo de la Asociación Amigos de la
Música y estrenada en 1957 por la Orquesta de la mencionada entidad, bajo la
batuta de Jean Martinon. Se divide en cuatro movimientos y combina elementos de
tango y ritmos populares argentinos, que se van alternando. Una recuerda muy
bien esta obra cuando se realizó un concierto en homenaje al compositor
–fallecido en 1993- a cargo de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires,
dirigida por Pedro Ignacio Calderón. En este caso, Mariano Chiacchiarini
ofreció una excelente versión, caracterizada por una armonía perfecta, con buen
manejo de los tempi, estupendos matices
por parte de los instrumentos de cuerda y, por sobre todas las cosas,
profundidad en el sonido. Al término de la misma, el público estalló en
aplausos.
Era la segunda oportunidad que esta cronista escuchó la Sinfonía nº29 en La mayor de Mozart en
una misma semana. A diferencia de la versión ofrecida por la Orquesta de Cámara
de Munich –que contó sólo con 24 músicos y fue más íntima y luminosa-, la
ofrecida por Chiacchiarini fue más académica y más solemne; quizás, por haber
contado con mayor cantidad de músicos. Sin embargo, tuvo el enorme mérito de
dirigirla de memoria, mostrando su formación y su experiencia europeas, a la
usanza de los grandes directores. Porque lo es, pese a su juventud –sólo tiene
37 años- y porque ha ofrecido una versión estupenda, donde hizo sonar con
brillo a la Estable. Lo mismo sucedió en el Exultate
Jubilate, donde Marisú Pavón demostró ser una excepcional soprano de
coloratura, con un gran caudal de voz y un bellísimo timbre para interpretar
este tipo de obras. Estableció un perfecto diálogo con la orquesta, sin
sobresalir el uno del otro. Y el Halleluja
final fue una auténtica apoteosis sonora, tras lo cual, el público estalló en
aplausos y se retiró ovacionada.
Sin lugar a dudas, lo mejor de la noche fue la espléndida
y monumental versión que ofreció Chiacchiarini del Magnificat de Roberto Caamaño. Compuesto en 1954, requiere de una
orquestación que comprende maderas por dos, cuatro cornos, dos trompetas, tres
trombones, tuba baja, timbales, percusión, arpa, cuerdas y coro a cuatro voces.
Se trata de un doble canon in crescendo, donde
a medida que crece el sonido por parte de la orquesta, el coro responde. En el
primer número (“Ad Majorem Dei gloriam”), la respuesta vocal se da por
parte de las contraltos y las sopranos, para proseguir en un recitativo (“Et misericordia ejus”) a cargo de los
tenores y bajos. Posteriormente, continúa con un pasaje homofónico, que sigue a
un breve fugato (“Fecit potentiam”),
tras lo cual, las voces retoman la unidad rítmica en “Deposuit potentes”, para
recapitular con el primer tema en “Sicus
locutus est”. Finalmente, desemboca en una culminación extensa y grandiosa
con un tutti orquestal, mientras el
coro canta “Gloria patri et fili et
Spiritu sancto”, en alabanza a Dios. Durante todo el desarrollo de la obra,
tanto la orquesta como el coro descollaron en una versión luminosa, con una
pureza sonora pocas veces escuchada, sin caer en excesos. La dirección de Chiacchiarini
fue estupenda, demostrando garra y solemnidad sobre el podio, marcando
perfectamente los tempi orquestales y
las entradas del coro. Unido esto a los
matices y reminiscencias –tanto mahlerianas como straussianas, conjugadas con
tintes de Carmina Burana, de Carl
Orff- que posee esta obra, hizo que se despertara una ovación de aplausos por
parte del público.
Hasta el momento, el Abono Sinfónico Coral ha dado una
grata y agradable sorpresa al contar tanto con un repertorio como de directores
de inmensa jerarquía. Lo demostró con la excelente versión del Réquiem de Mozart con Evelino Pidó y con la maestría de Mariano
Chiacchiarini, quien brindó esta soberbia versión del Magnificat y va camino a ser uno de los grandes directores
argentinos del futuro. Una versión que será recordada como una de las mejores
que se hayan escuchado en el Colón.
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