sábado, 31 de agosto de 2019


Cierre del Abono Sinfónico Coral con “LA CONDENACIÓN DE FAUSTO” en el Colón


PARA BIEN Y PARA MAL
Martha CORA ELISEHT

            El Ciclo de Abono de Conciertos Sinfónico- Coral llegó a su fin el pasado jueves 29 del corriente con la reposición de “LA CONDENACIÓN DE FAUSTO” (“La Damnation de Faust”, según su título original en francés) de Héctor Berlioz (1803-1869), dentro de los festejos con motivo del 150° aniversario del fallecimiento del compositor. En esta ocasión, participaron la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires –bajo la dirección del croata Srban Dinic-, el Coro Estable y el Coro de Niños del Teatro Colón –bajo la dirección de Miguel Ángel Martínez y César Bustamante, respectivamente- y los siguientes solistas: Arturo Chacón Cruz (Fausto), Adriana Mastrángelo (Marguerite), Hernán Iturralde (Mefistófeles) y Lucas Debevec Mayer (Brander).
            La mencionada obra de Berlioz está caratulada por su autor como “leyenda dramática” y se basa en la obra homónima de Goethe. Berlioz compuso un primer esbozo cuando tenía 24 años y ante la falta de respuestas por parte del autor alemán, abandonó su obra para retomarla posteriormente en 1845 y la estrenó en 1846 como ópera en versión de concierto. El fracaso fue rotundo y no le quedó otra cosa por hacer mejor que emigrar –por sugerencia de su amigo Honaire de Balzac-. Volvió a representarla en Moscú y San Petersburgo, donde obtuvo un gran suceso que lo llevó a dirigirla en Berlín y Londres. Pero no fue hasta 1877 –a poco menos de diez años luego de la muerte del compositor- hasta que La Damnation de Faust pudo volver a escucharse en Francia merced a los esfuerzos de Édouard Colonne y Jules Pasdeloup, quienes la rescataron del olvido y la incorporaron al repertorio de sus respectivas orquestas. Posee una estructura de 18 números, divididos en un Prólogo, Segunda, Tercera y Cuarta partes antes del Epílogo final y se requiere una orquestación numerosa, con bronces fuera de escena, abundante percusión y un trío de piccolo para lograr los efectos diabólicos por parte de Mefistófeles; dos arpas, dos oboes, corno inglés para las escenas románticas de la dulce e inocente Marguerite; metales (3 trombones, 2 tubas, 4 trompetas y 4 cornos), que marcan el leitmotiv de Mefistófeles y la célebre Marcha de los Caballeros con la que se cierra el prólogo; clarinete, clarinete bajo y requinto más 4 fagotes. A su vez, los diferentes grupos de instrumentos ilustran con su sonoridad los diferentes pasajes de la obra: la llegada de la primavera y la exaltación de la Naturaleza por parte del Doctor Fausto, el festejo de los campesinos, la entrada de  Mefistófeles, la balada de Marguerite sobre el rey de Thulé, el descenso a los infiernos y la salvación de Marguerite antes de su entrada en el reino de los cielos. Berlioz pinta todas estas escenas con una paleta tonal magistral y se anticipa en casi 10 años al impresionismo musical francés, que alcanzará su apogeo de la mano de Dukas, Ravel y Débussy a posteriori.
            Si bien para la presente versión estaba previsto que el francés Marc Piollet dirigiera a la Filarmónica, hubo una queja del director debida a que a su criterio, necesitaba más ensayo para representar adecuadamente la obra, debido a su alta complejidad. Al recibir la negativa por parte de las autoridades del teatro, se retiró ofuscado y debió ser reemplazado de urgencia por el mencionado director croata, que le puso un sello muy personal a la orquesta. Pese a que logró un buen sonido, hubo momentos donde se lo escuchó muy excesivo en los tutti y en el Pandemonium, al igual que con cierto grado de desacople en las entradas del coro- que fueron rápídamente subsanadas- . No obstante, debido a la profesionalidad de los músicos de la Filarmónica, se brindó  una interpretación de calidad. Los trombones sonaron espléndidamente, al igual que el trío de flautín formado por Claudio Barile, Gabriel Romero y Ana Rosa Rodríguez. Michelle Wong también ejecutó con proverbial maestría el bellísimo solo de corno inglés que anticipa el aria de Marguerite luego de ser abandonada por Fausto (“O’amour! L’ardente flamme”), mientras que Matías Tchicourel, Sebastián Tozzola y Alfonso Calvo se lucieron en sus pasajes. También fue soberbia la interpretación de las violas –bajo la guía de Kristine Bara en el solo de dicho instrumento- en la Segunda parte de la obra y la consabida maestría de Pablo Saraví en su carácter de concertino de la agrupación.
            En cuanto a los principales protagonistas, el mexicano Arturo Chacón  Cruz encarnó a Fausto con pasión y gran soltura escénica. Posee una bellísima voz y una muy buena línea de canto, aunque por momentos, se lo notó algo impreciso en el fraseo. No obstante, sorteó sin dificultad las notas sobreagudas que requiere su personaje y se lució en las principales arias (“Le viel hiver a fait place au printemps”, al inicio de la obra y en “La cours au énfer” (La carrera hacia el infierno). Hernán Iturralde –quien también debió reemplazar a Fernando Radó en último momento- encarnó un muy buen Mefistófeles, tanto vocal como actoralmente. Lucas Debevec Mayer brindó una correcta versión del Aria de la rata como Brander en la Segunda parte, mientras que Adriana Mastrángelo tuvo una actuación un tanto irregular. Comenzó muy bien en el aria del rey de Thulé (“Autrefois, un roi de Thulé…”) y logró un buen dúo de amor con Chacón Cruz, pero se la notó algo deslucida en “O’amour, l’ardente flamme”, que es el aria más conmovedora de toda la obra. El Coro Estable estuvo muy bien preparado y sonó muy bien, mientras que la intervención del Coro de Niños fue muy breve –sólo marca la entradas de Marguerite al cielo, logrando ese efecto de ascenso mediante voces angelicales-, pero efectiva.
            Una vez más hubo desprolijidades, cambios de elenco y de director de orquesta a último momento, sin comunicar previamente a la prensa especializada ni a los abonados. Cualquiera puede enfermarse o sufrir un contratiempo, pero es la segunda vez en lo que va del año donde ocurre este tipo de situaciones. Ya pasó con LA SYLPHIDE y ahora vuelve a suceder. Un teatro lírico de la jerarquía del Colón no puede darse el lujo de tener estos contratiempos y mucho menos, que el público se habitúe a los mismos. Caso contrario, es una clara señal que demuestra que las cosas van de mal en peor.

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