Monumental concierto de cierre del Festival
Barenboim a cargo de Anne- Sophie Mutter
LA MÚSICA ES LA
VOLUPTUOSIDAD DEL ESPÍRITU
Martha CORA ELISEHT
La célebre frase del pintor francés
Eugène Délacroix es la ideal para definir el concierto de clausura del Festival Barenboim de Música y Reflexión 2019
el pasado miércoles 7 del corriente –que también se repitió el jueves 8- en la
Sala Sinfónica (Auditorio Nacional) del
Centro Cultural Kirchner (CCK), con la participación de la West Eastern Divan
Orchestra y el célebre director argentino- israelí al podio, a lo cual se sumó
una figura de lujo: la violinista alemana Anne- Sophie Mutter, en un programa
que comprendió las siguientes obras: el
3° Movimiento (Andante) del Concierto
Anne- Sophie para violín y orquesta de André Previn (1929-2019) (primera
audición a nivel local), el Concierto
para violín y orquesta en Re menor, Op. 47 de Jan Sibelius (1952) y la Sinfonía n° 7 en La mayor, Op. 92 de
Ludwig van Beethoven (1770-1827).
El Concierto “Anne- Sophie” fue compuesto en 2002 por André Previn y
está dedicado a la mencionada violinista, quien fuera esposa del compositor
–fallecido en Abril de este año-. Es el primero de una serie de conciertos
compuestos por Previn entre 2002 y 2014 y el tema del 3° movimiento se basa en
una canción infantil (“Wenn ich ein
Vöglein var” (Si fuera un pajarito)) que, a su vez, es la predilecta de la
intérprete. Por ende, la célebre violinista decidió pedirle a Barenboim poder
tocar este movimiento como homenaje póstumo a su esposo, a lo cual, el director
accedió inmediatamente. Se trata de una obra con muchos elementos de jazz,
lirismo e impresionismo, con una buena paleta tonal y un sonido envolvente que
se aprecia desde su inicio, donde el arpa da un tono voluptuoso a la obra –en
contrapunto con el violín solista- La orquesta -afinada un semitono más alto-
ejecuta una síncopa que contrasta perfectamente en contrapunto con los solos de
violín. A su vez, el instrumento solista posee elementos de blue y cantábile, lo que le da un tono más lírico en el segundo tema, de
carácter romántico y que es introducido por el mismo. Posteriormente, la
orquesta recapitula sobre el tema inicial, con una melodía introducida por los
siguientes instrumentos, respectivamente: flauta, oboe, clarinete, clarinete
bajo y corno en contrapunto con el arpa, hasta que se suma posteriormente toda
la orquesta, logrando un efecto de gran voluptuosidad y belleza sonora. La versión ofrecida por Anne- Sophie Mutter
fue sumamente expresiva y exquisita, con una gran delicadeza y sutileza en los pianissimi y, a su vez, impetuosa en los
pasajes más dificultosos. Enfundada en un bellísimo vestido verde de corte
sirena, lucía espléndida. El Auditorio Nacional estalló en aplausos y vítores al
finalizar la obra.
El Concierto para violín y orquesta en Re menor es uno de los más
bellos de su género y fue compuesto por Jan Sibelius en 1903. Debido a que
despertó críticas ambiguas en su estreno, fue revisado y se interpretó por
primera vez en Berlín en 1905 bajo la dirección de Richard Strauss, con Karl
Halir como solista. El éxito alcanzado fue contundente y es la versión que se conoce actualmente. Consta de tres
movimientos y abre con un Allegro
moderato en Re menor escrito en forma de sonata, donde prácticamente no
existe introducción orquestal. Por ende, el violín solista domina la música con
una cadenza que incluye un tema
típicamente escandinavo, apoyado por los clarinetes. Recién las cuerdas entran
para anunciar el segundo tema de este movimiento, pero lo interesante es que la
cadenza se emplea como parte del
desarrollo. En esta versión, lo más destacable fue el perfecto contrapunto
entre la viola solista y el violín. De más está decir que la excelencia de la
orquesta y de la solista hicieron posible que el bellísimo cantábile del 2° movimiento (Adagio
di molto, en Si bemol menor) sonara como los dioses. Es el más romántico de
los tres y se inicia con los vientos, con una melodía que remeda al Preludio a la siesta de un Fauno de
Débussy, dejando en suspenso a la frase. Cuando entra el violín, lo hace de un modo más
temperamental. Y, en este caso, de manera sublime y monumental. Excelente el
solo de contrabajo y timbal que inician el 3° movimiento antes del tema
principal, interpretado por el instrumento solista (Allegro ma non tanto en Re menor) en ritmo de polonesa/ mazurka a
toda velocidad y en notas dobles. Es bien conocido por su difícil y compleja
técnica, que pone a prueba a los grandes intérpretes. Posteriormente, la
orquesta introduce el segundo tema con matices de vals, pero dando protagonismo
total al solista en un tutti lleno de
armonías que tiene una particularidad: cuando la resolución parece inevitable,
el violín vuelve con el tema inicial y con la misma frase. A partir de allí, la
orquesta adquiere cromatismo y el violín – a toda velocidad y con un difícil fraseo- se mueve en cascada para terminar en una sola
nota, que da por finalizado al concierto. La prodigiosa técnica, el impecable
fraseo y la personalidad avasallante de Anne- Sophie Mutter hicieron posible
una de las mejores versiones de este concierto que esta cronista tuvo
oportunidad de escuchar. La sala estalló en aplausos y vítores, que obligaron a
la intérprete a hacer una partita de Bach como bis.
La Sinfonía n° 7 en La mayor es una obra tan célebre y tan conocida
que el periodista especializado en música clásica conoce prácticamente de
memoria. Forma parte del repertorio habitual de Daniel Barenboim con la West Eastern Divan y la ofreció en el Colón
en 2010, dentro del Ciclo integral de las Sinfonías de Beethoven organizado por
el Mozarteum Argentino. En este caso –quizás, para evitar los aplausos entre
movimientos-, Barenboim decidió tocarla en modo attaca; es decir, sin interrupción. Y logró una versión monumental
desde todo punto de vista: excelentes intervenciones de los instrumentos
solistas –particularmente, el grupo de los ocho contrabajos tocando al unísono
en la introducción del 2° movimiento-, grandes matices, profundidad y
equilibrio sonoro sublimes y carácter impetuoso en el movimiento final (Allegro con brio). No obstante, quien
escribe pudo percibir una ligera disonancia en los cornos que opacó ligeramente
el final. De todos modos, dicha circunstancia no impidió el largo y prolongado
aplauso de aprobación por parte del público al finalizar el concierto.
Esta vez, el director decidió no
decidió hacer bises. Tampoco hicieron
falta. Luego de escuchar versiones tan excelsas y luminosas de estas
celebérrimas obras, hubieran estado de más. Un final de fiesta brillante para
un festival de música y reflexión de gran jerarquía, que promete seguir el año
que viene con la participación de Barenboim al frente de nada más ni nada menos
que la Filarmónica de Viena en el Auditorio Nacional del CCK. No sólo es
posible soñar, sino también, poder hacerlo realidad. De la mano del mago
argentino- israelí, todo es posible.
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