Cierre de Temporada del Ballet Estable del Colón con
“EL LAGO DE LOS CISNES”
UN FINAL BRILLANTE Y
TRISTEMENTE ENLODADO
Martha CORA ELISEHT
La
directora del Ballet Estable del Teatro Colón –Paloma Herrera- decidió cerrar
la Temporada 2019 con el superclásico de la danza: EL LAGO DE LOS CISNES de Piotr I. Tchaikowsky (1840-1893), con
coreografía de Mario Galizzi (sobre original de Maruis Petipa y Lev Ivanov),
escenografía de Christian Prego, vestuario de Aníbal Lápiz e iluminación de
Rubén Conde. La dirección musical estuvo al frente de Ezequiel Silberstein al
frente de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires.
Quien escribe asistió a la función
de Abono Nocturno ofrecida el día 20 del corriente, con el siguiente reparto:
Macarena Giménez (Odette/Odile), Juan
Pablo Ledo (Sigfrido), Federico
Fernández (El Mago Von Rothbart), Yosmer
Mejía (El Bufón), Natalia Sarraceno (La Reina Madre), Roberto Zarza (Wolfgang, el preceptor del príncipe), Leandro
Tolosa (Maestro de Ceremonias) y
cuerpo de baile.
El más célebre y representado de
todos los ballets de Tchaikowsky consta de 4 actos (2 en palacio y los otros 2,
junto al lago que da el título a la obra). Mario Galizzi tuvo una concepción
muy inteligente al unir los dos primeros y los dos segundos, de manera tal que
este clásico quedó reducido a sólo dos actos. Los cambios de escenografía y la
transición de las escenas fueron muy fáciles de hacer merced al ingenio de
Christina Prego, quien empleó una escenografía muy clásica: un castillo estilo
Tudor para las escenas de la corte y un bosque donde se encuentra el lago. Y
dentro del mismo, un promontorio rocoso desde el cual, el malvado hechicero Von Rothbart controla sus dominios y a
los cisnes que en él habitan. Y desde donde Sigfrido
y Odette se arrojan al lago para
luego aparecer transfigurados en la vida eterna, rompiendo el maleficio y
permitiéndole a los cisnes volver a su forma humana cuando aclara el día. La
escena de la desaparición y muerte de Von
Rothbart se logró mediante un recurso muy sencillo y efectivo a la vez: una
gran tela verde –asemejando la marea del lago- donde el villano de la historia
desaparece hundiéndose en sus aguas. Posteriormente, cuando las aguas se
aquietan, todos los cisnes rinden homenaje al amor eterno de la pareja
protagónica, que permanece constante más allá de la muerte. Un efecto muy bien
logrado mediante la excelente iluminación de Rubén Conde. Por su parte, Aníbal
Lápiz diseñó un vestuario sencillo y a la vez, suntuoso –en el mismo estilo- ,
donde predominan el blanco y el negro para los principales protagonistas y en
las escenas junto al lago, y sumamente colorido y vivaz para las escenas de la
corte y la fiesta.
Otra de las características de este
superclásico son sus famosos números: el Pas
de trois del 1° Acto –que en esta ocasión, fue interpretado por el primer
bailarín en lugar de su amigo Benno- a cargo de Juan Pablo Ledo, Emilia Peredo
Aguirre y Georgina Giovanonni. Formaron un trío perfecto, donde los bailarines
se destacaron por sus pezzi di bravura,
al cual Yosmer Mejía se acopló haciendo gala de su capacidad acrobática. Este
extraordinario bailarín venezolano impresionó a la audiencia con sus piruetas,
sus impecables solages y su excelente
técnica. Junto a su colega Jiva Velázquez son los mejores acróbatas que posee
el Ballet Estable del Colón y es un placer verlos siempre sobre el escenario
del mayor coliseo. Por su parte, Jun Pablo Ledo tuvo una destacadísima
actuación por sus manèges y sus
impecables solages. También se
destacó el trío formado por Paula Cassano, Manuela Rodríguez Echenique y Iara
Fassi en el Pas de trois del 2° Acto,
donde también se debe interpretar los pezzi
di bravura. Y pese a que una de las dos bailarinas que acompañaron a Paula
Cassano tuvo un pequeño traspié sobre el escenario, fue rápidamente subsanado.
El cuarteto formado por Emilia Peredo Aguirre, Stephanie Kessel, Magdalena
Cortés y Natalia Pelayo brilló en el celebérrimo Pas de quatre y fueron largamente aplaudidas. A su vez, los roles
de las princesas invitadas a la fiesta del 3° Acto –donde Sigfrido debe contraer matrimonio- fueron interpretados de manera
muy convincente por las siguientes bailarinas: Ludmila Galaverna (Princesa Húngara), Paula Cassano (Princesa Napolitana), Manuela Rodríguez
Echenique (Princesa Española), Ayelén
Sánchez (Princesa Polaca) y Iara
Fassi (Princesa Rusa), mientras que
Candela Rodríguez Echenique, Pablo Marcilio, Matías Santos y Alejo Cano Maldonado
hicieron gala del bellísimo fandango de la Danza
Española en el séquito que acompaña a Odile.
Emilia Peredo Aguirre se lució una vez más como solista en la Danza Napolitana con gracia, soltura y
firmeza en sus movimientos, acompañada por Magdalena Cortés, Stephanie Kessel,
Luisina Rodríguez y Clara Sisti Ripoll.
A su vez, Natacha Bernabei y Gerardo Wyss fueron la pareja protagónica
de la Czarda en compañía de Cecilia
Lucero, Lucía Giménez, Oana Hutsutoru,
Marisol López Prieto, Marín Vedia y Emiliano Falcone, mientras que Julieta
Urmenyi, Eliana Figueroa, Victoria Wolf, Laura Penido, Antonio Luqui Igot
Vallone, Franco Noriega y Alan Pereyra bailaron una acompasadísima Mazurka. Por su parte, tanto Leandro
Tolosa como Roberto Zarza y Natalia Sarraceno supieron encarnar perfectamente a
sus personajes.
En
cuanto a los principales protagonistas, algo se mencionó sobre la
excelente actuación de Juan Pablo Ledo como el príncipe Sigfrido –tanto desde su impecable técnica como desde lo actoral- .
Y Macarena Giménez ha tenido un gran crecimiento no sólo como bailarina, pero
también como actriz. El rol de Odette le
sentó perfecto a su etérea figura, donde temblaba como una hoja ante el encuentro
con Sigfrido e interpretó
perfectamente los desmayos ante la dominación de Von Rothbart en el 4° Acto, traicionada y doliente al saber que
jamás recuperará su forma humana ni el amor del príncipe. Se manejó con gran
precisión en los dos principales Adagi del
2° Acto, destacándose por su port des
bras, sus developées y su panché. Si bien carece del contorneo de
brazos semejando plumas- cualidad sólo alcanzada por la gran Maya Plissetskaia
y Eva Evdokimova, y en menor medida, por Liliana Belfiore-, desde el punto de
vista actoral, aportó gracia, inocencia y temor como Odette mientras que
sobresalió como Odile en el 3° Acto,
mostrándose procaz, audaz y envolvente para engañar y seducir a Sigfrido creyendo que se trata de Odette. En resumen, “sacó la perra que hay dentro de
ella” y lo hizo muy bien con las deslumbrantes 32 fouettes del Pas de deux del
cisne negro. Pero la revelación de la noche fue Federico Fernández como el
malvado hechicero Von Rothbart, asumiendo
un rol de carácter que supo desarrollar a la perfección. Vestido de verde y con
un inmenso manto de plumas del mismo color, le permitió manejar estupendamente el
dominio escénico.
En cuanto a la Filarmónica, Ezequiel
Silberstein tuvo una correcta dirección,
acompañando y respetando el ritmo del bailarín en algunos pasajes que
pudieron haber sonado algo más lentos. El concertino
Nicolás Favero tuvo a su cargo los dos bellísimos solos de violín del 2° y
3° Acto, mientras que Diego Fainguersch, el solo de cello del Adagio del 2° Acto. Con excepción de
alguna que otra nota en falso por parte de los metales, en líneas generales
sonó bien. Todos los integrantes del cuerpo de ballet y el mismo director
fueron largamente aplaudidos, debido a que fue una muy buena versión del
clásico de Tchaikowsky. Lamentablemente, se vio empañada por los reclamos de
los cuerpos estables del Colón por mejoras salariales. Cuando la compañía y los
músicos exhibieron los carteles de #Precarización
laboral, #Salarios Dignos y “Basta de
despidos”, el público reaccionó con un abucheo generalizado. Una verdadera
lástima, porque esta vez, los cisnes nadaron majestuosamente sobre el lago,
mientras parecía que el público no sabía hacer otra cosa que chapotear en un
lodazal.
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