domingo, 10 de mayo de 2020


Muy buena reposición por streaming de “CAPRICCIO” desde el Metropolitan

UNA ÓPERA HECHA A PARTIR DE UNA PREGUNTA RETÓRICA
Martha CORA ELISEHT

            Siguiendo con  las transmisiones por streaming en medio de la pandemia de COVID-19, el pasado jueves 7 del corriente tuvo lugar “CAPRICCIO” de Richard Strauss (1864-1949) desde el Metropolitan Opera House de New York, con producción integral de John Cox, escenografía de Mauro Pagano, vestuario de Robert Perdziola e iluminación de Duane Scheler. Sir Andrew Davis dirigió la Orquesta Estable de la institución, mientras que la coreografía correspondiente al ballet estuvo a cargo de Val Caniparoli.
            Esta reposición data de 2011 y el elenco estuvo compuesto por los siguientes cantantes: Renée Flemming (Condesa Madeleine), Morton Frank Larsen (El Conde, su hermano), Sarah Connolly (Clairon), Russell Braun (Olivier), Joseph Kaiser (Flammand), Peter Rose (La Roche), Barry Banks y Olga Makarina (Cantantes italianos), Michael Devlin (Mayordomo), Bernard Fitch (Monsieur Taupe) y la pareja de baile formada por Laura Feig y Erik Otto. El Coro de Sirvientes estuvo integrado por 4 tenores y 4 bajos y la presentación estuvo a cargo de Joyce Di Donato.
            CAPRICCIO es la última ópera compuesta por Richard Strauss en 1942 y lleva el Opus 85 del catálogo de sus obras. El libreto estuvo a cargo del mismo compositor y del director de orquesta Clemens Kraus –quien dirigió su estreno en Munich durante ese mismo año- sobre el tema Una conversación sobre música. A partir de una pregunta retórica “¿Qué es lo primero? ¿La música o la poesía?” se construye esta obra en un único acto, donde tanto el compositor Flamand como el poeta Olivier disputan por el amor de la Condesa, mientras que su hermano mantiene un romance con la actriz Clairon. Sin  embargo, el empresario teatral La Roche  necesita de ambos para componer una ópera sobre la reunión transcurrida esa misma tarde en casa de la Condesa, donde se representa un aria cantada por dos italianos y una función de ballet. Cuando todos se retiran, el coro de sirvientes hace su aparición junto al apuntador (Monsieur Taupe), quien se considera el personaje más importante del teatro y al que –desgraciadamente- nadie lo tiene en cuenta. Posteriormente, Madeleine queda sola y reflexiona con quién de los dos se quedará. Se da cuenta que no puede prescindir tanto de uno como del otro en la célebre ariala más representada de esta ópera en infinidad de recitales- y deja que la misma concluya con un final abierto. Tiene muchas similitudes con dos óperas del mismo compositor: Ariadna en Naxos y El Caballero de la Rosa. Con Ariadna comparte no sólo el argumento –el estreno de una ópera, la frustración del compositor por la inserción de actores de la Comedia dell’Arte italiana- , sino también la orquestación. El Preludio abre con un trío de violín, viola y violoncello, seguido de la orquesta de cuerdas. Posteriormente, Richard Strauss ofrece su policromía y magistral orquestación con sus típicos matices a partir del diálogo de amor entre Olivier y la Condesa. Y con El Caballero de la Rosa, en vez de una rosa de plata como ofrenda de amor, la poesía de Olivier, cuya métrica y rima se ve arruinada por el músico Flammand, quien logra una conjunción perfecta entre ambas artes como ofrenda de su amor por la Condesa. Además, participa un tenor italiano, que tiene a su cargo una de las arias más hermosas compuestas para esa cuerda.
            La dirección musical de Sir Andrew Davis fue magistral, logrando una muy buena recreación del clima straussiano. El trío formado por David Chan (concertino), Rafael Figueroa (violoncello) y Vincent Liotti (viola) sonó espléndidamente desde los primeros compases, caracterizados por su dulzura y a la vez, por su profundidad sonora. El fraseo de los músicos solistas fue soberbio, al igual que la posterior incorporación de las cuerdas hasta desembocar –lenta y paulatinamente- en la orquestación característica de este compositor.
            Con respecto de los principales cantantes, Renée Flemming fue la gran intérprete de las obras de Richard Strauss hasta tal punto, que eligió el rol de la Mariscala en El Caballero de la Rosa para despedirse de la ópera en el escenario del Met en 2017. Su magistral técnica y los exquisitos matices de su voz dieron vida a la caprichosa Madeleine con su maestría habitual. Inclusive, ella fue quien popularizó el aria final de la Condesa en infinidad de recitales bajo las más grandes batutas del mundo. Y la mezzosoprano Sarah Connoly interpretó una memorable Clairon. Quien  ha tenido la oportunidad de apreciarla en las transmisiones HD del Met en otros roles sabe que posee una voz caudalosa, rica en matices y de gran color tonal, que son las dotes que se necesitan para interpretar este personaje. Tanto el barítono Russell Braun como el tenor Joseph Kaiser dieron vida al poeta Olivier y al músico Flammand respectivamente, formando una muy buena pareja de rivales pero a la vez, complementándose perfectamente. Ambos descollaron en sus respectivos diálogos con la Condesa y con el empresario La Roche. Con respecto de este último personaje, Peter Rose ha sido el intérprete ideal. Posee no sólo una voz caudalosa, sino también un espectro muy amplio en la zona de los graves, que le permite sortear las dificultades técnicas y el fraseo sin dificultad. Sus dotes histriónicas son estupendas para interpretar el rol más cómico de la obra. También ha sido excelente el desempeño del bajo barítono Morton Frank Larsen como el Conde, cuyos diálogos con su hermana han sido excelentes, al igual que con la talentosa Clairon. La pareja de cantantes italianos compuesta por Barry Banks y Olga Makarina fue estupenda, al igual que la pareja de baile integrada por Laura Feig –quien interpretó a una bailarina principiante y por ende, cometía errores a propósito- y Erik Otto. Muy bien preparados los 4 tenores y 4 bajos que integraron el Coro de Sirvientes, al igual que el apuntador Taupe- interpretado por Bernard Finch- y Michael Devlin –otro histórico del Metropolitan- como el Mayordomo.
 Por parte de quien escribe, era la primera vez que una pudo apreciar esta auténtica joya, que es muy poco representada en su totalidad y que –lejos de los dramas típicos de este gran compositor- es una ópera buffa de gran calidad, que sorprende por su melodía exquisita y por la comparación con otras óperas del mismo autor –narradas ya en el párrafo anterior- . Y cuando se lo hace con intérpretes de gran calidad y jerarquía, resulta un placer para los oídos en este tiempo de aislamiento social.

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