domingo, 21 de agosto de 2022

 Sensacional concierto a cargo de la Orquesta Sinfónica Nacional en el CCK

 

DE MENOR A MAYOR, PARA TODOS LOS GUSTOS

Martha CORA ELISEHT

 

            Uno de los objetivos primordiales de la Orquesta Sinfónica Nacional ha sido promocionar, fomentar y difundir la producción de compositores argentinos desde su creación como Orquesta Sinfónica del Estado en 1948, al igual que difundir los clásicos universales tanto en grandes como pequeños auditorios. Dentro de su tradicional ciclo de conciertos que se lleva a cabo en la Sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner (CCK), el pasado viernes 19 del corriente se presentó bajo la dirección de Hadrián Ávila Arzuza, con la participación de Pablo Bercellini como solista para ejecutar el siguiente programa.

-          “Parkour”- Tomás BORDALEJO (1983) (estreno mundial)

-          Concierto para violoncello y orquesta- Esteban BENZECRY (1970) (estreno latinoamericano)

-          Sinfonía n°1 en Sol menor- Vassily KALINNIKOV (1866-1901)

Previamente al inicio del concierto, el concertino Luis Roggero hizo uso del micrófono para anunciar el fallecimiento de un ex integrante de la orquesta durante el transcurso de esta semana: el fagotista Edgardo Romero, quien también fuera fagot solista de la Orquesta Municipal de Avellaneda. Por lo tanto, este concierto fue dedicado a su memoria y el público respondió con el consabido aplauso con el cual se brinda homenaje a un artista.

Seguidamente, Hadrián Ávila Arzuza hizo uso del micrófono para anunciar las obras comprendidas en el programa por no disponer de programas de mano -por desgracia, una costumbre habitual en el CCK-, dentro de las cuales, la primera (PARKOUR) se presentó en carácter de estreno mundial. Tomás Bordalejo es un compositor argentino que reside en París desde 2005, donde se perfeccionó con Bernard Cavanna, Peter Eötvös y Pascal Dusapin. Está considerado como uno de los compositores más brillantes de su generación, motivo por el cual fue galardonado con el Premio de la Fundación de la Banque Populaire. Su obra remeda la traducción musical de esta particular disciplina, donde los jóvenes -provistos de una patineta- realizan todo tipo de acrobacias, figuras y piruetas sumamente audaces en lugares públicos. Se inicia con un solo de redoblante y bombo, seguido de un tutti orquestal en tono menor, donde el gong y el bombo brindan la entrada a las cuerdas en staccato, previo a la entrada de los metales y la percusión, que brindan ese efecto de acrobacia. Tras un coro de metales en disonancia, los violoncellos ofrecen un efecto chicharra en tono ascendente hasta desembocar en otro tutti. Posteriormente, el contrabajo toma la melodía mientras se ejerce un contrapunto entre metales y percusión en glissandi. Un coro de cornos -notable actuación del solista- ofrece un contrapunto con la percusión previamente al solo de trombón tenor en escala descendente. Tras un tutti orquestal en fortissimo (fff), la melodía se desvanece con cuerdas en ostinato en compás de 4/4. Se invitó al compositor a subir al escenario, ya que estaba presente en sala.

A diferencia de la obra de Bordalejo, el Concierto para violoncello y orquesta de Esteban Benzecry se estrenó en París en 2015 con la Orchestre Philarmonique de Radio France dirigida por Manuel López- Gómez, con participación del prestigioso cellista Gauthier Capuçon y se presentó en carácter de estreno latinoamericano.  Consta de 3 movimientos: Veta ancestral/ Luna nueva/ Kallpa (fuerza o poder, en quechua), que permiten el lucimiento del instrumento solista y un desafío interpretativo. La obra se inicia con un solo de violoncello en el registro más grave, con arpegios en escalas ascendentes y descendentes hasta la entrada del fagot, contrafagot y contrabajo en una línea melódica que remeda la música de los pueblos originarios del noroeste argentino. Estas invocaciones son respondidas por la orquesta en una especie de ceremonia ancestral, que da el nombre al movimiento Posteriormente, el cello retoma el pedaleo en la nota más grave mientras la orquesta lo acompaña en ritmo de baguala, para terminar con un murmullo por parte del solista y un final abrupto, tras la recapitulación del tema principal. Pablo Bercellini realizó una labor descomunal y una interpretación magistral, donde hizo gala de su fraseo y digitación. El segundo movimiento (Luna Nueva) se inicia con un arpegio por parte del cello en cantábile en contrapunto con cuerdas y maderas, que da el efecto del reflejo de la luna mediante un glissandi en xilofón y marimba. Un segundo contrapunto a cargo del solista, la primera viola y la caja china ofrece ese efecto de misterio y un eco por parte de la orquesta, donde el contrapunto de los cornos en disonancia con las maderas posee ciertas reminiscencias impresionistas. El violista Félix Peroni tuvo una muy buena labor, al igual que la arpista. Por último, el movimiento final (Kallpa) retoma el tema inicial con una cadencia por parte del instrumento solista, con pasajes de extrema dificultad técnica y variaciones, que fueron resueltos por Pablo Bercellini de manera admirable. En esta especie de tocata frenética, el compositor explora los matices y el virtuosismo del violoncello para crear un cuadro de folklore imaginario, sumamente potente. El movimiento culmina con una fuga y la recapitulación sobre el primer tema. El Auditorio Nacional estalló en aplausos y vítores, motivo por el cual el solista ofreció un bis: la Sarabanda de la Suite n°3 en Do mayor para cello solo de Johann Sebastian Bach. Una versión exquisita y una nueva ovación de aplausos para Bercellini.

La Sinfonía nº1 en Sol menor de Vassily Kalinnikov es una obra bellísima, pero que   se representa muy poco en los programas de conciertos, pese a que formó parte de la banda sonora del film El Bosque de los Abedules, de Andrzej Wajda. Compuesta entre 1894 y 1895, consta de 4 movimientos (Allegro moderato/ Andante commodamente/ Scherzo: Allegro non troppo/ Finale: Allegro moderato) y fue estrenada en un concierto de la Sociedad Musical de Rusia en Kiev en 1897, bajo la dirección de Vinogradsky. La obra está dedicada a S. N. Krugilov, quien fuera amigo personal de Kalinnikov y su profesor de composición. A diferencia de muchos de sus contemporáneos, Kalinnikov provenía de un hogar humilde (su padre era agente de policía) y tras ser becado para estudiar fagot en el Conservatorio de Moscú debió abandonar sus estudios, ya que su familia no podía mantenerlo. Por lo tanto, trabajó como pudo en numerosas orquestas para ganarse la vida y en el interín, enfermó de tuberculosis -dolencia que le provocará la muerte a los 34 años-. Por dicho motivo, su obra sinfónica es reducida (dos sinfonías y la música incidental para el drama Zar Boris de Aleksey Tolstoi), pero son típicamente rusas y poseen una inusual belleza cromática. El Allegro moderato inicial abre con un tema lírico que permite el diálogo entre las diferentes secciones de instrumentos. Dicho de otra manera: la orquesta debe “cantar” la melodía. Se produce un profundo contraste en el Andante comodante, introducido mediante un solo de arpa con cuerdas muteadas para dar lugar al bellísimo solo de oboe central, característico de este movimiento, cuyo tema es retomado a posteriori por el corno inglés. El scherzo del 3º movimiento abre con otro tema típicamente ruso, seguido por los sones de una danza de campesinos, donde la orquesta se luce en todo su esplendor. Finalmente, el último movimiento abre con el tema inicial del primero, pero se desarrolla mediante una monumental fuga que permite que la orquesta se expanda hasta el paroxismo. Hadrián Ávila Arzuza demostró con creces su formación en San Petersburgo y su especialización en música sinfónica rusa -fue alumno del Conservatorio Estatal Rimsky- Korsakov de dicha ciudad-, brindando una versión muy equilibrada, con un excelente equilibrio sonoro, que permitió el lucimiento del organismo sinfónico. Si se tiene en cuenta que esta sinfonía se interpretó por la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires en Marzo del corriente año, puede decirse que la versión ofrecida por la Sinfónica Nacional estuvo al mismo nivel. El público estalló en aplausos al final del concierto.

Fue una de las mejores funciones dentro del del ciclo de la Sinfónica Nacional, que -al igual que el Ave Fénix- siempre resurge de sus cenizas tras haber atravesado situaciones sumamente difíciles y numerosas crisis. En este caso, con un programa atractivo, que fue de menor a mayor a medida que se iba desarrollando, con diferentes estilos para todos los gustos

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