Orquesta Clásica USACH en
atractivo programa
Por Jaime Torres
Gómez
El segundo programa de temporada de
la Orquesta Clásica de la Universidad de Santiago (USACH),
desarrollado en la magnífica Aula Magna de dicha casa de
estudios, estuvo a cargo de su maestro titular, David
del Pino Klinge.
Es menester señalar, como se
ha consignado antes, la importancia del espacio que ocupa
esta agrupación en el medio nacional, amén de insistir en la
necesidad de aumentar la cobertura territorial de
sus presentaciones, para disponer así de una mayor repetición de sus
programas, normalmente muy atractivos.
Con un ecléctico e inteligente criterio
programático, esta presentación contempló obras de diversas
épocas, origen y carácter, brindándose un buen sentido del contraste y
debida organicidad. A la vez, del todo encomiable las solventes y entretenidas
notas musicográficas de Gonzalo Cuadra, con buen valor
agregado.
En clave culinaria,
este atractivo menú de obras -en su conjunto muy bien
servidas-, se inició, como exquisito aperitivo, con el estreno
(aparente) de “Ciranda das sete notas”, para fagot y orquesta
de cuerdas de Heitor Villa-Lobos.
Esta “Ciranda
de las siete notas” (traducida al castellano) es representativa de la
literatura villalobina, de notable fusión entre la música vernácula (de atrapante exotismo) de su Brasil natal con las estructuras propias de la música de J.S.
Bach. Y en este caso, existe cierta relación entre números y notas tratadas
por Bach, denotando buen manejo armónico
más un excelente tratamiento de timbres y colores. Por su parte, la “Ciranda”
es una danza propia del nordeste brasileño cuya coreografía discurre
en ronda y ritmo lento. Asimismo, las “siete
notas” aluden al motivo melódico inicial, cuyos desarrollos engarzan con el
trabajo de Bach a partir de elementos
numerados alfabéticamente.
Notable
desempeño de Alejandro Vera, joven solista
en fagot de la orquesta
universitaria, demostrando cabal compresión del carácter de la obra más
completo dominio técnico. Grandes logros en sentidas exposiciones melódicas,
matices y dinámicas. Y a su vez, de gran
factura el alado complemento de Del Pino
Klinge, obteniendo de las cuerdas excelente ajuste y calidez de texturas.
Con
radical contraste, y de atípico orden, llegó la Obertura Coriolano de
L.V. Beethoven. Con muy acertadas explicaciones previas del maestro titular, fue interesante
advertir al público que esta obra, de alguna forma, sería precursora del género
“poema sinfónico” -por más que sea
una obertura per se-, razón que
explica su inclusión luego de la pieza de Villa-Lobos.
Excelente versión global y de completa visceralidad conforme el relato de Plutarco (autor del texto homónimo),
pintando empáticamente las diversas escenas contrastantes, no obstante hiperbólico
en algunos pasajes de fuerte dramatismo…
Y con la Sinfonía
N° 101 “El Reloj” de F.J. Haydn finalizó esta inteligente
“cocina musical”, siendo este “plato de fondo” ad hoc para una debida
saciedad de la audiencia… De amable carácter, su título (no apodado por Haydn) obedece al ritmo pendular dominante en el segundo
movimiento, asemejándose al tic-tac
del reloj. De contrastado carácter, sus
cuatro movimientos proveen una
irrefrenable linealidad auditiva, elemento bien comprendido por Del Pino Klinge, proponiendo una imaginativa
versión y casi de dimensiones teatrales,
develando, en propiedad, la trama interna de cada elemento.
Excelente
manejo de las dinámicas, matices y calidad de sonido, más una equilibrada
adopción de tempi, no obstante algunos desajustes menores que de ninguna manera
empañaron una entusiasta entrega…
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