domingo, 7 de agosto de 2022

 

L´elisir d´amore en el Teatro Colón

 

.L´elisir d´amore, ópera cómica en dos actos (1832)

.Música: Gaetano Donizetti

.Libreto: Felice Romani, basado en el libreto de Eugene Scribe para la ópera Le Philtre de Daniel-Francois Auber

.Dirección musical: Evelino Pidò

.Elenco: Adina, Nadine Sierra (soprano); Nemorino, Javier Camarena (tenor); Doctor Dulcamara, Ambrogio Maestri (barítono); Belcore, Alfredo Daza (barítono); Gianetta, Florencia Machado (mezzosoprano

.Orquesta Estable del Teatro Colón.

.Coro Estable del Teatro Colón, dirigido por Miguel Martínez

.Dirección de escena: Emilio Sagi

.Diseño de iluminación: José Luís Fioruccio

.Vestuario: Renata Schussheim

.Escenografía: Enrique Bordolini

.Teatro Colón de Buenos Aires, 4 de agosto, abono nocturno tradicional.

 

            Una versión musicalmente muy bien lograda fue la que ofreció el Teatro Colón de

L ´elisir d´amore, obra maestra del bel canto donde todos los elementos deben funcionar con la precisión de un reloj.

           

Música y voces

Evelino Pidò es uno de los grandes especialistas en este repertorio. La textura musical de esta obra está dada en elementos muy puntuales y reconocibles para connotar las distintas situaciones, sentimientos y expectativas: acordes de maderas y rápidos pasajes con reiteración de motivos y duetos donde dos líneas de canto diferente aluden a pensamientos también diferentes de los personajes. Melodías tan definidas como fluidas, todo el tiempo, en un horizonte cambiante: en el coro, en las voces, en la orquesta.

Va de suyo que la mayor exigencia es el fraseo, su continuidad, sus acentos y las dinámicas y que ello es así en todo el conjunto: voces solistas, ante las cuales la acción se interrumpe y que suscitan una expectativa que la música debe poder expresar siempre, orquesta y coro. La música tiene el brillo de sus melodías, de esa suerte de código en que va significando, con elementos identificables, las distintas situaciones y en el timbre: siempre claro en un volumen en que la música cumpla su función sin inmiscuirse demasiado en la escena.

Hubo en todo momento una absoluta flexibilidad y brillo sonoro y una absoluta amalgama entre orquesta y voces. El coro, dirigido por el maestro Miguel Martínez, fue ajustado, sin fisuras, siempre efectivo; el conjunto de las voces centrales fue homogéneo en las exigencias de cada rol: vocales y actorales.

Javier Camarena fue de las voces más destacadas, con un timbre absolutamente musical y brillante y un perfecto fraseo. Decisión, esperanza, desesperanza, ingenuidad, todo eso debe poder connotar su personaje. Dulzura y espontaneidad priman sobre el puro volumen. Probó su técnica al hacer un bis de la famosa aria Una furtiva lágrima. Al personaje de Adina cabe marcar el progresivo pasaje del desdén al amor. Nadine Sierra la compuso con espontaneidad y perfección en los matices y una solvencia total (fresca, espontánea) en la composición del personaje.

Renglón aparte merece Ambrogio Maestri como Dulcamara: el efecto humorístico de su personaje depende en gran medida de la potencia, los matices de su emisión y su gestualidad. Es dable apreciar el efecto de rima de las palabras, efecto en el cual gran parte del humor se basa. Se hace dueño se la escena ya desde el comienzo   

            En su rol de Belcore, Alfredo Daza –perfecto en su desempeño actoral- fue afianzando progresivamente su voz. Florencia Machado compuso perfectamente a su personaje de Gianetta.

           

La puesta

Llevada del ámbito pueblerino (ingenuo, inocente, despojado) a los Estados Unidos de la década del 50, con una cancha y un juego de básquet –la caída de la pelota al foso orquestal en plena interpretación musical fue algo inimaginable no sólo  para Donizetti sino también para espectadores y músicos- se plantea un desfasaje entre el texto inicial del coro y un ámbito fuertemente marcado por la prevalencia del color y el espacio urbano. Dulcamara hace su entrada en un bellísimo Chrysler cabriolet 1951, gris metalizado,  en cuyo gran baúl atesora el elixir y Nemorino cruza la escena en bicicleta. Con un vestuario puntilloso al mínimo detalle y una escenografía e iluminación sumamente cuidadas, con detalles como una ventana de un primer piso en el cual la escena se expande, en los cuidados movimientos escénicos la propuesta funciona como un mecanismo de precisión.

Signada como una necesidad de reinterpretación del espacio escénico, las puestas dejan de ser un soporte físico para la acción y la música y aspiran a ser una segunda creación puesta a resignificar a la primera.

Por suerte está allí la música que sigue siendo lo principal.

           

 

 

Eduardo Balestena 

                           

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