jueves, 20 de julio de 2023

 Auspicioso inicio de temporada de ópera


                                                                                     Por Jaime Torres Gómez

Con una nueva producción de la ópera “Carmen”, recientemente se dio inicio a

la temporada lírica del Teatro Municipal de Santiago.

Gran expectativa revestía el retorno de la tradicional temporada de

ópera del Municipal capitalino aún en tiempos (¿post?) pandemiales,

considerando la normalización de las actividades, no obstante las secuelas de

la crisis económica asociada

Los desafíos de hoy para la captación de nuevos públicos en el ámbito de

la música de tradición escrita -particularmente en la ópera- no son menores, ante

un natural recambio generacional más los efectos de la pandemia, condicionando

la cantidad y perfil de títulos a programar, lo que amerita una periférica y

realista óptica coyuntural. De hecho, falta

retomar los seis títulos históricos, siendo prudente la

presente gradualidad hasta llegar (ojalá prontamente…) al esquema

tradicional. En este contexto, fue oportuno comenzar con Carmen, de Georges

Bizet, como título convocante y siempre desafiante.

Contemplando dos elencos de perfiles parecidos, es menester señalar la

tendencia del Municipal a una homologación de repartos, quizás para nivelar

a los cantantes nacionales con

los internacionales, traduciéndose en una equivalencia de precios para

sendos repartos. A priori, es riesgoso para los casos de títulos con asimetrías de

trayectorias, redundando en desbalances de la valorización económica inherente.

Por tal razón, antaño existía un primer elenco de verdadero

carácter internacional (incluyendo a artistas nacionales de gran trayectoria) junto a

otro local, este último concebido como el espacio reservado fundamentalmente a

los artistas locales emergentes.  

De la producción en sí, estuvo confiada a Rodrigo

Navarrete, prestigioso regista chileno, con exitosas producciones de ópera en el

mismo Teatro Municipal y en regiones. Lo mismo Ramón López,

de importante trayectoria como escenógrafo, iluminador y regista, confiándosele

en esta oportunidad el diseño escenográfico e iluminación. Y el diseño de

vestuario, recayó en Loreto Monsalve, también con colaboraciones previas en

el Municipal.  

Ambientada en la década de los años 90 del siglo XX, la propuesta apostó hacia

la atemporalidad del libreto de Ludovic Halévy y Henri Meilhac (basado en la

novela de  Prosper Mérimée  y ambientado en Sevilla, alrededor de

1820), axioma absolutamente válido, cuyas líneas macro no tuvieron mayores

tropiezos, máxime al darse, en general, debido correlato entre el espíritu del

mismo libreto y las singularidades históricas de la época actual.


Sobre los aciertos, principalmente se destaca toda la resolución de la escena

del Lilas Pastia, transportado al moderno concepto de “pub”, con acertados

efectos lumínicos, buena administración espacial, más una ad-hoc

introducción con una excelente coreografía flamenca (a cargo de Lorena

Peñailillo). Asimismo, interesante la inclusión

de manifestantes con pancartas contra el maltrato animal en el último acto (corrida

de toros), no obstante no haberse desarrollado mejor la idea, quedando sólo como

un esbozo… Y el concepto de la muerte de Carmen con un disparo en la espalda -

a priori, desconcertante-, a la postre tuvo sentido, en cuanto se desarrolla una idea

de la potente personalidad de la misma protagonista, como de la debilidad (a

grados extremos) del mismo Don José.  

En cuanto a falencias, no convenció del todo emplazar la escena del paraje en las

montañas (tercer acto) circunscrito a una bodega, interpretándose como

un refugio dentro de las mismas, idea un tanto difusa, y quizás única solución ante

la dificultad de resolver la limitante estructura fija a lo largo de toda la ópera.       

Respecto a la iluminación y vestuario, se destaca el apoyo del primero, resaltando

momentos claves como el primer encuentro entre Carmen y Don José,

asimismo el soporte lumínico general, como haber “templado” el vistoso (y en

momentos poco refinado) vestuario, aunque de

coherente aggiornamiento noventero (ante el pesar de los puristas…).

En lo musical hubo equilibradas entregas en los dos repartos, ambos sólidamente

dirigidos por el titular filarmónico Roberto Rizzi-Brignoli, quien

demostró completo conocimiento de la obra, brindando incuestionable manejo

estilístico, amén de un seguro apoyo al palco escénico. Atenta respuesta de

la Filarmónica de Santiago, con debido ajuste y calidad de sonido.   

Los desempeños vocales tuvieron resultados cruzados entre los elencos, al menos

en los roles principales. Es el caso de la joven mezzo georgiana Natalia

Kutateladze, de excelentes medios vocales y musicalidad, sin embargo su

interpretación de Carmen tuvo poco idiomatismo, optando por una visión en

exceso refinada, casi al umbral de una top model, y por encima de lo aguerrido y

brutal del personaje. Por distinto carril discurrió la formidable y experimentada

chilena Evelyn Ramírez, ofreciendo el verdadero psique du rol esperable, más

una musicalidad a borbotones.

En el caso de Don José, se contó con los mismos protagonistas de la “Manon”

de Massenet del año pasado -el mexicano Galeano Salas y el uruguayo Andrés

Presno-, quienes no tuvieron equivalencia de rendimiento, fundamentalmente, en

el caso de Salas, con una vocalidad aún bien asentada para el rol, acusando (en

la función de estreno) sinuosidades de emisión que no proveyeron uniformidad de

línea, y calante en algunos momentos (básicamente en el primer acto), aunque

inteligentemente administradas sus falencias hacia el último acto. Distinto el caso

de Andrés Presno, admirablemente empoderado en su cometido, sabiendo


administrar con entera propiedad sus naturales condiciones de robustez vocal,

amplia proyección y belleza de timbre.

De los demás roles, también hubo diferencias en Micalela, no dándose la

vocalidad ideal en el caso de la soprano norteamericana Alexandra Razskazoff,

de gran recuerdo en Mimí (La Bohéme) del año pasado, habiéndose deseado una

voz más lírica que permitiera contrastar mejor a la protagónica Carmen. Distinto la

chilena Paulina González, con gratos recuerdos en el mismo rol y aún con la

excelencia acostumbrada. En el vocalmente ingrato rol de Escamillo, insalvables

diferencias entre el bajo-barítono polaco Artur Janda y el barítono chileno Javier

Weibel, donde el primero acusó incomodidades de emisión (y entrega

interpretativa), mientras el segundo acomodando inteligentemente sus condiciones

para un adecuado cumplimiento. Y en general parejos los cometidos en los roles

secundarios de Zúñiga, Dancairo, Remendado, Mercedes y Frasquita.

En suma, un buen inicio de la temporada lírica del Municipal de Santiago, con una

producción en general de apreciable factura, con positivas entregas musicales

promedio más un rotundo éxito de público, augurando una creciente demanda por

asistir a la más completa manifestación de las artes musicales y escénicas, como

es la ópera…

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