maestro
Por Jaime Torres Gómez
Con gran expectativa se recibió la segunda visita al Teatro Municipal de Santiago del
famoso maestro italiano Evelino Pidó, quien deslumbró hace dos años con su
dirección de Don Pasquale, siendo distinguido en esa oportunidad por el Círculo de
Críticos de Arte de Chile.
En esta oportunidad Pidó regresó para presentarse junto a la Filarmónica de
Santiago, celebrándose el retorno a la temporada de conciertos de importantes
batutas de la escena internacional acorde al nivel de los últimos 45 años, con
directores como Rafael Fruhbeck de Burgos, David Shallon, Moshe Atzmon, Kurt
Redel, Steuart Bedford, Dietfried Bernet, Friedemann Layer, Uriel Segal, Antoni Wit,
Juanjo Mena, Thomas Sanderling, Stefan Lano, Theodor Guschlbauer, Marcello
Panni, Ralf Weikert, Maurizio Benini y Attilio Cremonesi, además de relevantes
batutas latinoamericanas como Luis Herrera de la Fuente, Isaac Karabtchevsky,
Pedro Ignacio Calderón, Simón Blech, más los históricos maestros chilenos Juan
Pablo Izquierdo, Maximiano Valdés y Francisco Rettig.
Pidó representa la más excelsa tradición principalmente en el campo de la ópera
italiana y francesa, siendo un gran especialista del belcanto (magníficas sus
contribuciones rossinianas y donizzettianas), asimismo, abarcando otros períodos
como el Clasicismo y Romanticismo. Así, del todo pertinente verlo en el ámbito de
conciertos con un repertorio completamente afín, contemplando la Sinfonía N° 45
“Los adioses” de Franz Joseph Haydn y el Stabat Mater de Gioachino Rossini,
brindando completo dominio estilístico y con excelente respuesta de los filarmónicos.
Muy pertinente la elección de las obras, sin duda ideales para abordarlas con un
maestro de autorizada cátedra, permitiendo trabajar bien detalles de articulación,
fraseos, dinámicas y balances, básicamente ante su alta exposición y delicadeza,
propias del clasicismo y romanticismo temprano donde se insertan.
Después de varios años de ausencia, muy bienvenida la Sinfonía de Haydn, con la
particularidad del lúdico último movimiento, simbolizando la protesta de los músicos
de la entonces Orquesta del Príncipe Esterházy al abandonar gradualmente el
escenario hasta quedar sólo dos músicos y el director, esto con el beneplácito
original del compositor más la debida comprensión del mismo príncipe a dicha
acción.
Triunfal interpretación en todo orden, destacándose un acucioso trabajo de afinación,
texturas, dinámicas y balances, más un completo idiomatismo. Y por cierto, con
jocoso carácter el lúdico último movimiento tras la retirada de los músicos…
La segunda parte, confiada al Stabat Mater de Rossini y largamente ausente en el
Municipal (desde 1990, con una recordada versión dirigida por Maximiano Valdés),
en esta oportunidad llegó en una interpretación de proporciones legendarias.
Respondiendo a una sensibilidad propia de un compositor de ópera, en esta faceta
sacra igualmente es fácil asociarlo a su nicho principal. No obstante ello, hay
momentos de poco correlato idiomático, máxime al tratarse de una temática
altamente interpelante cual es el dolor de la Virgen María ante la muerte de
Jesucristo en la Cruz. De hecho, hay partes como el aria del tenor ("Cujus animam
gementem") o el dueto para soprano y contralto ("Quis est homo"), e incluso la
cavatina para contralto ("Fac, ut portem Christi mortem"), hermosísimas, pero algo
sosas y al umbral de lo frívolo… aunque bien compensadas con las demás partes, de
gran profundidad espiritual e incluso teológicas, como la última intervención de la
soprano (“Inflammatus et accensus”) y toda la secuencia del cuarteto solístico
(“Quando corpus morietur”) más el coro final, de notable tratamiento fugado (“Amen,
in sempiterna saecula”).
Empero, de alguna forma, la obra gana en profundidad en formato de puesta en
escena (autosacramental), aflorando en plenitud la esencia del Rossini teatral y a la
vez desentrañándose mejor el carácter sacro de la obra. A la vez, del todo atractiva la
amalgama entre las estéticas belcantista (en las voces solistas) y romántica
(tratamiento del coro y de la orquesta), dándose atractivos contrastes.
La versión firmada por el maestro Pidó respondió a una visión libre de efectismos,
focalizándose en un celebrado respeto al carácter del texto y controlando toda
tentadora extraversión expresiva en las partes solistas, obteniendo completo
idiomatismo global.
Notable participación del tenor mexicano Leonardo Sánchez (Premio del Círculo de
Críticos de Arte de Chile 2024), con irreprochable linealidad de canto e intuición
musical en su demandante "Cujus animam gementem". Asimismo, debidamente
expresiva y pareja vocalmente la soprano María Kokareva en el “Inflammatus et
accensus”, como la mezzo Megan Moore, de innegable belleza vocal y linealidad de
canto, destacándose tanto en la cavatina como en el cuarteto final. El bajo Matías
Moncada, de importantes medios vocales, con muy desempeño especialmente en el
aria “Pro peccatis suae gentis“.Gran desempeño del Coro Profesional del Teatro
Municipal de Santiago, con extraordinario ensamble y esmalte sonoro, como la
Filarmónica, con un concentrado ajuste global, anotándose ambos elencos una
nueva anotación de mérito.
En suma, una presentación con visos de antología…
No hay comentarios:
Publicar un comentario