domingo, 23 de abril de 2023

 Excepcional versión de “EL LAGO DE LOS CISNES” con Marianela Núñez

 

EL SUTIL ENCANTO DE LA PERFECCIÓN

Martha CORA ELISEHT

 

            De los tres ballets que compuso Piotr I. Tchaikovsky (1840-1893), EL LAGO DE LOS CISNES (Lebedinoye ózero, en ruso) es el más conocido y admirado en todo el mundo. Forma parte del repertorio universal del ballet y representa el sueño de toda estudiante de danza de transformarse algún día en una étoile para interpretar los roles de Odette y Odile. Y también, el elegido por Mario Galizzi -Director del Ballet Estable del Teatro Colón- para inaugurar la presente temporada, cuyas funciones han tenido lugar desde el martes 11 hasta el 25 del corriente con diferentes elencos. Esta producción cuenta con la siguiente ficha técnica: coreografía de Mario Galizzi; supervisión técnica coreográfica de Sabrina Streiff; asistencia de dirección de Silvina Perillo -ex primera bailarina del Colón-; escenografía de Christian Prego, iluminación de Rubén Conde y vestuario de Aníbal Lápiz. Participó la Orquesta Estable del Colón, dirigida por Carlos Calleja.

            Quien escribe tuvo la oportunidad de asistir a la representación de Abono nocturno el pasado sábado 22 del corriente, con el siguiente reparto: Marianela Núñez (Odette y Odile), Kimin Kim (Sigfrido), Alejo Cano Maldonado (Von Rothbart), Jiva Velázquez (el Bufón), Analía Sosa Guerrero (la Reina Madre), Omar Urraspuru (Wolfgang, el preceptor del príncipe), Sergio Hochbaum (Maestro de Ceremonias); Camila Bocca y Ayelén Sánchez (pas de trois del 1° Acto); Iara Fassi, Paula Cassano y Manuela Rodríguez Echenique (Tres cisnes); Luisina Rodríguez, Stephanie Kessel, Luciana Barreiro y Natalia Pelayo (pas de quatre y Danza de los pequeños cisnes). Los roles de las princesas del 3° Acto fueron interpretados por Ludmila Galaverna (Húngara), Paula Cassano (Napolitana), Laura Domingo (Española), Rocío Agüero (Rusa) y Iara Fassi (Polaca). Se contrataron numerosos figurantes para las escenas del palacio.

Esta obra maestra representa una bisagra en la materia, ya que rompe con los cánones impuestos por los denominados “compositores académicos” de ballet anteriores a 1877. En la Rusia imperial del siglo XIX era muy difícil ser compositor y mucho más, de ballet. Por lo tanto, cuando un teatro de gran prestigio como el Bolshoi de Moscú encargó a Tchaikovsky la composición de un ballet en calidad de estreno en 1875, éste aceptó el desafío. Era un gran admirador de compositores de dicho género de la talla de Léo Delibes – de hecho, se basó en muchas partes de Sylvia y en Giselle de Adolphe Adam para los leitmotives de El Lago de los Cisnes-. Era un profundo conocedor de la orquesta y tan sólo con la cadencia de 8 notas en Fa sostenido menor que compone el leitmotiv de Odette -introducido por el oboe al final del 1° Acto- logró el tema principal sobre el cual gira la trama, basada en el cuento alemán El velo robado de Johann Karl August Musäus. También empleó material de varias de sus obras anteriores (su ópera Undina para el Gran adagio del pas de deux del 2° Acto, al igual que el Valse des fiancées del tercero y para el Entreacto del 4°, de su ópera El Voievoda). Sin embargo, su estreno -ocurrido en Moscú en 1877- no tuvo una buena recepción. Se decía que su música era “muy sinfónica, demasiado ruidosa y wagneriana”, mientras que la coreografía original de Julius Reisinger fue considerada como “poco imaginativa y memorable”, razón por la cual no se la representó más. Pese a todo, se hicieron numerosas funciones para las cuales, las grandes étoiles de la época le encargaron a Marius Petipa - premier maître de los ballets imperiales de San Petersburgo- una nueva coreografía para el pas de deux del 3° Acto. Así nació uno de los principales tándems de la historia del ballet. Se siguió representando con algunas variantes hasta 1890, cuando Marius Petipa y Josef Vsevolozhky decidieron realizar una nueva coreografía con el visto bueno del propio Tchaikovsky, quien estaba de acuerdo. Debido a su fallecimiento en 1893, no se pudo hacer hasta 1895, bajo supervisión de su hermano Modest y con la revisión de la partitura original por Riccardo Drigo. Si bien hubo diferencias entre la partitura original y su correspondiente revisión, esta última resultó más apropiada para la magistral coreografía de Lev Ivanov -segundo coreógrafo de los Ballets Imperiales de San Petersburgo-, que fue aprobada unánimemente en 1895. El tándem Petipa- Ivanov armó la coreografía de la siguiente manera: Petipa, los actos blancos (2° y 4°) e Ivanov, los impares (1° y 3°). Esta versión es la que se representa hasta la actualidad, con la revisión musical de Drigo. Sobre esta coreografía se introdujeron numerosas variantes a cargo de prestigiosos coreógrafos como Jack Carter, Yuri Grigorovich y el mismo Rudolf Nureyev -gran intérprete de este clásico-, donde cada uno ha puesto su impronta sobre el final. Mientras que en las versiones rusas la historia culmina con un final feliz, tanto en la de Carter como en la versión de Mario Galizzi, Sigfrido cae al lago impulsado por la fuerza maléfica de Von Rothbart y se ahoga. Al no poder recuperar jamás nuevamente su forma humana, Odette se arroja al lago en señal de amor y rompe el maleficio. El resto de los cisnes vuelve a recuperar su forma humana, mientras la pareja protagónica se reúne en el cielo para vivir un amor eterno, que permanece constante más allá de la muerte.

En la presente versión, los cuatro actos de este clásico se resumen en dos para permitir los cambios de escenografía y vestuario mediante un genial efecto de iluminación de Rubén Conde. La escena se oscurece y se pasa del palacio de Sigfrido y la Reina Madre a la noche junto al lago, donde reina Von Rothbart. Lo mismo sucede luego del 3° Acto, donde el maléfico hechicero se da a conocer tras el engaño, destruyendo el castillo hasta pasar al lago. Mediante una alfombra verde que simula el oleaje desencadenado por el suicidio de Odette, el hechicero agoniza sobre la misma y desaparece. El vestuario diseñado por Aníbal Lápiz ha sido una franca demostración de lujo y buen gusto; sobre todo, para las escenas en el palacio, donde tienen lugar las danzas de las princesas invitadas y del séquito de Odile. La capa de Von Rothbart está íntegramente realizada con plumas de colores verde y amarillo, que resalta sobre el blanco de los cisnes.    

Con respecto de los protagonistas, ¿qué se puede decir de una étoile de los quilates de Marianela Núñez?... Ha demostrado con creces que es la primera bailarina del Royal Ballet de Londres. Radicada desde hace más de 25 años en Inglaterra, su técnica es impecable, pero su interpretación de ambos roles ha sido magistral. El público deliró en la impresionante fouette à 32 tournées del pas de deux del 3° Acto encarando a Odile, al igual que en el Gran pas de deux del 2° Acto como Odette, donde agitaba sus brazos como las alas de un cisne mientras efectuaba un perfecto pas de bourée. Sus dotes histriónicas, su plasticidad y expresividad sobre el escenario fueron fundamentales para interpretar dos roles tan contrapuestos como Odette y Odile: el cisne blanco, símbolo de pureza y bondad, doliente por estar condenada a ser un cisne durante el día y sólo recuperar su forma humana por la noche, mientras que Odile representa la belleza del cisne negro, símbolo de la seducción y la maldad. Altiva y ambiciosa, no sólo pone distancia a Sigfrido cuando éste quiere tomarla creyendo que se trata de Odette, sino que, además, pide permiso a su padre -Von Rothbart- en señal de aprobación de su maléfico juego de seducción. Una interpretación magistral de ambos roles en compañía de un partenaire de los quilates de Kimin Kim, que descolló no sólo por su excelente técnica, sino también por su elegancia y su plasticidad. Sus pirouettes, solages y entrechats fueron de una perfección absoluta y el público lo aplaudió a rabiar luego de cada una de sus intervenciones. Por algo es el primer bailarín del Mariinsky de San Petersburgo y lo demostró con creces sobre el escenario del Colón.

Si bien Alejo Cano Maldonado compuso un muy buen Von Rothbart, se lo vio algo inseguro al inicio del 2° Acto. Posteriormente, se fue afianzando y se manifestó en toda su plenitud en las escenas de mayor tensión dramática y muy especialmente, en el acto final. El otro gran protagonista de la noche fue Jiva Velázquez, dando vida al Bufón con una demostración magistral de técnica, plasticidad, expresividad y actuación. Junto a él y a Kimin Kim, tanto Ayelén Sánchez como Camila Bocca se lucieron en las variaciones del pas de trois del 1° Acto. La interpretación del trío de cisnes compuesto por Paula Cassano, Iara Fassi y Manuela Rodríguez Echenique también fue muy buena, tanto en el 2° como en el 4° Acto. Y el celebérrimo pas de quatre interpretado por Luisina Rodríguez, Stephanie Kessel, Luciana Barreiro y Natalia Pelayo también contribuyó al deleite del público. Asimismo, las bailarinas que tuvieron a cargo los roles de las princesas invitadas a la fiesta de compromiso de Sigfrido tuvieron una destacada actuación, al igual que las parejas formadas por Edgardo Trabalón y Natacha Bernabei en las czardas y Manuela Rodríguez Echenique junto a Pablo Marcilio en la danza española. La disciplina y la coordinación impuestas por Mario Galizzi contribuyeron a que las escenas de conjunto salieran perfectas. Unido esto a la magistral dirección de Carlos Calleja al frente de la Estable, fue el broche de oro para que todo saliera en condiciones inmejorables, ya que es un director que acopla la música al ritmo y al tiempo del bailarín.

Una ha visto innumerables versiones de este gran clásico, pero hay que referirse a las representadas por artistas locales en las últimas temporadas. Sin lugar a duda, la presente representación ha sido la mejor en mucho tiempo desde todo punto de vista. Un excelente comienzo de temporada y una auténtica noche de Colón, donde los protagonistas tuvieron que salir varias veces tras haberse bajado el telón ante los insistentes aplausos y vítores del público. Algo que no se veía desde hacía mucho tiempo tras una representación de ballet y con el valor agregado de una compatriota como prima ballerina, que marca su nivel al inicio de la temporada

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