viernes, 24 de mayo de 2019

Extraordinaria presentación de la London Symphony Orchestra en el Colón

EL EQUILIBRIO JUSTO
Martha CORA ELISEHT

De las grandes orquestas sinfónicas del mundo, la mayoría ya hizo su presentación en el Colón (Filarmónica de New York, Filarmónica de Viena, de Londres y de Berlín; Orquesta de París y Nacional de Francia, Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam, Orquesta Nacional de España, Filarmónica de Dresde; National Symphony Orchestra de Washington y tantas otras). Sólo faltaba la presencia de la London Symphony y, finalmente, se concretó el tan ansiado debut el pasado sábado 18 del corriente dentro del Ciclo de Abono “Grandes Intérpretes Internacionales” organizado por el Teatro Colón.
La mencionada orquesta se presentó bajo la dirección de su titular –Sir Simon Rattle- y ofreció el siguiente programa: Sinfonía da Réquiem, Op. 20 de Benjamin Britten (1913-1976) y la Sinfonía nº5 en Do sostenido menor de Gustav Mahler (1860-1911). Tras más de 20 años de prolongada ausencia, Simon Rattle fue recibido con una auténtica ovación antes de comenzar el concierto, en un teatro atiborrado de gente.  Y, como no podía ser de otra manera, demostró su garra desde los primeros compases de la Sinfonía Da Réquiem de Britten. Compuesta por encargo del emperador de Japón en 1940 para celebrar los 2500 años de la dinastía imperial, se estrenó en 1941 en el Carnegie Hall de New York por la Filarmónica de dicha ciudad, con el compositor al podio.  Si bien recibió el rechazo de su destinatario original –el gobierno japonés no la aceptó por tratarse de un Réquiem, considerándola una obra melancólica para una celebración imperial y, entre otras cosas, porque Britten era cristiano-, es una obra muy ricamente elaborada. Consta de tres movimientos (Lacrimosa/ Dies Irae/ Réquiem Aeternam) que se ejecutan sin interrupción. Requiere gran orquestación (maderas y metales por cuatro, cuerdas, numerosos instrumentos de percusión, dos arpas y piano) y el Lacrimosa se inicia con una marcha lenta en 6/8, con fuerte centro tonal en Re, que va in crescendo hasta desembocar en el 2º movimiento (Dies Irae), que constituye una especie de danza macabra que desemboca en un clímax hasta lograr la desintegración de la música. Por último, y tal como lo indica su nombre, el Réquiem Aeternam es un movimiento caracterizado por su serenidad, que se manifiesta en las cuerdas y las arpas, para cerrar con una nota sostenida en el clarinete. Una monumental versión caracterizada por un excelente sonido, perfecto equilibrio de matices instrumentales, estupenda labor del conjunto en general y de los solistas en particular. La interpretación fue magnífica desde todo punto de vista y, al concluir la misma, el público estalló en aplausos.
La Sinfonía nº 5 en Do sostenido menor de Gustav Mahler es una de las predilectas de todo gran director de orquesta sinfónica que se precie de ser tal y, en el caso particular del Colón, ostenta el récord de ser una de las más ejecutadas por orquestas extranjeras. Baste recordar las excelentes versiones ofrecidas por Daniel Barenboim con la Orquesta de París (1980) y con la Staatskapelle Berlin en el Luna Park (2008, cuando el Colón estuvo cerrado por refacciones del Masterplan) y por Bernard Haitink al frente de la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam (1985) entre tantas otras. Pero la ofrecida por Simon Rattle superó ampliamente las expectativas del público y de la prensa especializada. No sólo sonó a la perfección desde la fanfarria a cargo de la trompeta solista en el 1º de los 5 movimientos que integran la obra –Trauermarsch (Luto pantanoso)-, sino que desde el punto de vista melódico, también se logró una brillante profundidad de sonido y una soberbia musicalidad. Como se dice vulgarmente, Rattle hizo “cantar” a la orquesta durante toda la sinfonía. Lo mismo sucedió con el 2º movimiento (Stürmisch bewegt, movimiento tormentoso), donde toda la orquesta ejecutó magistralmente los diversos tempi que integran el mismo. Era un inmenso placer escuchar semejante catarata de sonidos provenientes de los diferentes grupos de instrumentos, bajo una perfección absoluta. El Scherzo que abre el 3º movimiento (Ländern) también sonó magistralmente desde su inicio (dado por el solo de corno), con su característico toque romántico y pastoril, haciendo alusión a la danza popular que lleva su nombre –característica del sur de Alemania, Austria y Bohemia (hoy en día, perteneciente a República Checa)-. Las cuerdas y el arpa se lucieron con un sonido prístino en el celebérrimo Adagietto (4º movimiento, recordado por ser la música de la película “Muerte en Venecia”), donde el contrapunto ejercido por parte de cellos y contrabajos sonó perfectamente. Excelente la labor del arpista Bryn Lewis como solista, marcando la entrada de las cuerdas. Por último, el Rondó – que desemboca en el impetuoso Finale, con un gran tutti por parte de toda la orquesta- fue la pieza perfecta para brindar un final de antología, como solamente un gran director al frente de un organismo sinfónico de primera categoría pudo hacerlo. Y Simon Rattle lo hizo de tal manera, que se retiró ovacionado. Particularmente, una no recordaba una versión tan perfecta desde la magistral ofrecida por Daniel Barenboim en las dos ocasiones en que una lo escuchó (1980 y 2008) y se puede decir que la presente fue aún más brillante que sus antecesoras.
Acto seguido, la orquesta ofreció un bis a su altura: Canción de Cuna y Apoteosis final de El Pájaro de Fuego de Igor Stravinsky (versión 1919). No hace falta decir que Rattle es un experto en este compositor –sus versiones de La Consagración de la Primavera y Petroushka al frente de la Filarmónica de Berlín lo confirman- y así lo demostró. Desde el bellísimo solo de fagot que abre la Canción de Cuna hasta la incorporación in crescendo de los diferentes instrumentos de la orquesta (abriendo con el corno solista) en la Metamorfosis –donde se rompe la maldición de Katschei y todos vuelven a su forma original- hasta la Apoteosis final, todo fue perfecto y de una exquisitez sonora impecable. Una vez más, la London Symphony brilló sobre el escenario del Colón y desencadenó una lluvia de aplausos y vítores. El equilibrio justo de un final brillante para una noche perfecta.

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