miércoles, 22 de mayo de 2019


Monumental versión del “MAGNIFICAT” de Roberto Caamaño en el Colón

SOLEMNIDAD Y GARRA EN EL PODIO
Martha CORA ELISEHT

            El pasado viernes 17 del corriente se llevó a cabo el 2º de los tres Conciertos correspondientes al Abono Sinfónico- Coral en el Teatro Colón, con la participación de la Orquesta y Coro Estables del mencionado teatro y la presencia de la soprano Marisú Pavón como solista. La dirección orquestal estuvo a cargo de Mariano Chiacchiarini y la del Coro Estable, de Miguel Ángel Martínez.
            El programa comprendió las siguientes obras: la Música para cuerdas, Op.23 de Roberto Caamaño (1923-1993), la Sinfonía nº29 en la Mayor, K.201de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), el motete Exultate, Jubilate K.165/158ª del mismo compositor y, como obra de fondo, el Magnificat, Op.20 de Roberto Caamaño.
            La Música para Cuerdas fue compuesta en 1956 por encargo de la Asociación Amigos de la Música y estrenada en 1957 por la Orquesta de la mencionada entidad, bajo la batuta de Jean Martinon. Se divide en cuatro movimientos y combina elementos de tango y ritmos populares argentinos, que se van alternando. Una recuerda muy bien esta obra cuando se realizó un concierto en homenaje al compositor –fallecido en 1993- a cargo de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, dirigida por Pedro Ignacio Calderón. En este caso, Mariano Chiacchiarini ofreció una excelente versión, caracterizada por una armonía perfecta, con buen manejo de los tempi, estupendos  matices por parte de los instrumentos de cuerda y, por sobre todas las cosas, profundidad en el sonido. Al término de la misma, el público estalló en aplausos.
            Era la segunda oportunidad que esta cronista escuchó la Sinfonía nº29 en La mayor de Mozart en una misma semana. A diferencia de la versión ofrecida por la Orquesta de Cámara de Munich –que contó sólo con 24 músicos y fue más íntima y luminosa-, la ofrecida por Chiacchiarini fue más académica y más solemne; quizás, por haber contado con mayor cantidad de músicos. Sin embargo, tuvo el enorme mérito de dirigirla de memoria, mostrando su formación y su experiencia europeas, a la usanza de los grandes directores. Porque lo es, pese a su juventud –sólo tiene 37 años- y porque ha ofrecido una versión estupenda, donde hizo sonar con brillo a la Estable. Lo mismo sucedió en el Exultate Jubilate, donde Marisú Pavón demostró ser una excepcional soprano de coloratura, con un gran caudal de voz y un bellísimo timbre para interpretar este tipo de obras. Estableció un perfecto diálogo con la orquesta, sin sobresalir el uno del otro. Y el Halleluja final fue una auténtica apoteosis sonora, tras lo cual, el público estalló en aplausos y se retiró ovacionada.
            Sin lugar a dudas, lo mejor de la noche fue la espléndida y monumental versión que ofreció Chiacchiarini del Magnificat de Roberto Caamaño. Compuesto en 1954, requiere de una orquestación que comprende maderas por dos, cuatro cornos, dos trompetas, tres trombones, tuba baja, timbales, percusión, arpa, cuerdas y coro a cuatro voces. Se trata de un doble canon in crescendo, donde a medida que crece el sonido por parte de la orquesta, el coro responde. En el primer número (“Ad Majorem Dei gloriam”), la respuesta vocal se da por parte de las contraltos y las sopranos, para proseguir en un recitativo (“Et misericordia ejus”) a cargo de los tenores y bajos. Posteriormente, continúa con un pasaje homofónico, que sigue a un breve fugato (“Fecit potentiam”), tras lo cual, las voces retoman la unidad rítmica en “Deposuit potentes”, para recapitular con el primer tema en “Sicus locutus est”. Finalmente, desemboca en una culminación extensa y grandiosa con un tutti orquestal, mientras el coro canta “Gloria patri et fili et Spiritu sancto”, en alabanza a Dios. Durante todo el desarrollo de la obra, tanto la orquesta como el coro descollaron en una versión luminosa, con una pureza sonora pocas veces escuchada, sin caer en excesos. La dirección de Chiacchiarini fue estupenda, demostrando garra y solemnidad sobre el podio, marcando perfectamente los tempi orquestales y las entradas  del coro. Unido esto a los matices y reminiscencias –tanto mahlerianas como straussianas, conjugadas con tintes de Carmina Burana, de Carl Orff- que posee esta obra, hizo que se despertara una ovación de aplausos por parte del público.
            Hasta el momento, el Abono Sinfónico Coral ha dado una grata y agradable sorpresa al contar tanto con un repertorio como de directores de inmensa jerarquía. Lo demostró con la excelente versión del Réquiem de Mozart con Evelino Pidó y con la maestría de Mariano Chiacchiarini, quien brindó esta soberbia versión del Magnificat y va camino a ser uno de los grandes directores argentinos del futuro. Una versión que será recordada como una de las mejores que se hayan escuchado en el Colón.

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