domingo, 27 de octubre de 2019


Maravilloso concierto de la Sinfónica Nacional en el Centro Cultural Kirchner

LA MEJOR ORQUESTA MARCA SU NIVEL
Martha CORA ELISEHT

            Sin lugar a dudas, la Orquesta Sinfónica Nacional es la mejor del país. No sólo por su consabida excelencia sonora y artística, sino además por el repertorio que abarca y por la jerarquía en la interpretación de las obras. Por algo resultó ser la flamante ganadora del Premio Konex de Platino a la mejor orquesta sinfónica del país. Y prueba de ello ha sido el concierto ofrecido en el Auditorio Nacional del Centro Cultural Kirchner (CCK) el pasado viernes 25 del corriente, bajo la dirección de Mariano Chiacchiarini, quien brindó el siguiente repertorio: Triste Noche de Daniel Sprintz (estreno mundial), el  Concierto para piano y orquesta en Re menor (para la mano izquierda) de Maurice Ravel (1875-1937), con la participación de Alexander Panizza como solista y el estreno latinoamericano del oratorio Nagasaki para mezzosoprano, coro y orquesta del compositor ruso- alemán  Alfred Schnittke (1934-1998), con la participación de Alejandra Malvino como solista y el Coro Polifónico Nacional, dirigido por José María Sciutto y preparado por Fernando Tomé. Además, en la presente función se contó por primera vez con traducción simultánea del ruso al castellano. .
            Daniel Sprintz es un compositor argentino radicado en España y su obra Triste Noche está basada sobre el poema homónimo del uruguayo Hugo Mujica. Lleva una orquestación profusa (piano, celesta, dos arpas, percusión, glockenspiel, vibrafón, 3 cornos, 3 trombones, tuba y 3 trompetas) y consta de tres temas concatenados entre sí –acorde al número de estrofas del poema-. Inicia con una melodía ondulante en tono grave con caña percutida, contrabajos y trombón bajo, al cual se le suman un glissandi en xilofón y contrafagot –dando el clima de la noche- , con una combinación de tiempo y ritmo que incluye múltiples efectos sonoros no convencionales (caricia al parche del bombo, arcos frotados bajo el puente de los contrabajos, rasgueo de guitarra por parte de los seis primeros violines). Para lograr una mayor profundidad sonora, el flautín se halla intercalado entre las dos flautas, mientras que el piano y los instrumentos de percusión (celesta, vibrafón, glockenspiel) se ubican junto con las arpas hacia el fondo. El contrapunto efectuado por estos instrumentos logra la atmósfera nocturna que hace honor al título de la obra. Y luego de numerosos tutti y fortissimi, cierra con la melodía inicial en pianissimo, con el solo de caña percutida que inicia la misma. La dirección y marcación de Chiacchiarini fueron soberbias y recibió un aplauso prolongado al igual que el compositor, quien estaba presente en el estreno mundial de su obra y subió al escenario.
            Seguidamente, la dupla formada por Mariano Chiacchiarini y Alexander Panizza brindó una estupenda versión del mencionado Concierto para la mano izquierda de Ravel. Fue compuesto especialmente para el pianista austríaco Paul Wittgenstein (1887-1961), quien perdió su brazo derecho en batalla durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, continuó tocando el piano con su única mano y muchos compositores de la época (Prokofiev, Hindemith, Korngold, Britten y Richard Strauss) compusieron obras especialmente para él. Si bien Ravel no estuvo presente durante el estreno de su obra en Viena en 1931, no estuvo conforme con la interpretación de Wittgenstein y creyó que había alterado su partitura. Tras un desagradable altercado, finalmente, ambos se pusieron de acuerdo y la obra se ejecutó en París con el compositor en el podio y Wittgenstein al piano en 1933. Consta de un solo movimiento, dentro del cual se presentan dos temas opuestos (Lento/ Allegro) que alternan constantemente. Comienza con una atmósfera lúgubre con los cellos, contrabajos y contrafagot, mientras la orquesta toca un breve pianissimo que da paso a un inmenso fortissimo. Luego del mismo, el piano entra con un poderoso virtuosismo en forte, tras el cual, mediante una serie de cadencias en crescendo y descrescendo  finaliza en un glissando que da lugar a la aparición de la orquesta con temas alternantes (fortissimo/mezzopiano). Todo esto se repite en forma alternada sin abandonar la tónica en Re mayor, mediante una serie de escalas disonantes. Prosigue con los arpegios y glissandi del piano, mientras la orquesta toca en sforzatto. Finalmente, el piano acaba en forte sforzatto. Si bien al comienzo Alexander Panizza pudo haber hecho un uso exagerado del pedal, ofreció –no obstante- una versión soberbia, caracterizada por la pureza del sonido en un perfecto diálogo con la orquesta. En el scherzo se destacaron los instrumentistas Ernesto Imsand y Florencia Fogliatti (fagot) y los cornistas Lucio Maestro, Melina Ramírez y Silvia Lanzón, mientras que Diego Armengol lo hizo en contrafagot. Hacia el final de la obra, el público presente estalló en un merecido y prolongado aplauso, que obligó a Alexander Panizza –ahora, con las dos manos (SIC)- a bisar un fragmento de En blanc et noir (En blanco y negro) de Debussy. El público aplaudió acaloradamente, dada la complejidad de ambas piezas y destacando el mérito del solista.    
            La obra principal de la noche fue el estreno latinoamericano de Nagasaki, oratorio compuesto en 1958 por Alfred Schinittke como obra de graduación en el Conservatorio de Moscú, a los 25 años de edad. Según referencia de Mariano Chiacchiarini –quien tomó el micrófono para brindar al auditorio una somera explicación de las obras-, Schnittke no quería componer sobre ese tema, pero su profesor –Evgeni Golubev- le sugirió que así lo hiciera. Consta de 5 movimientos, basados sobre la tragedia causada por la explosión atómica sobre dicha ciudad japonesa en 1945 y escritos por el poeta de propaganda soviética Anatoly Sofronov (1°, 3° y 5° movimientos) y por dos poetas japoneses: Töson Shimazaki (2° movimiento) y Yoneda Eisaku (4°  movimiento). A su vez, este último fue sobreviviente de dicha tragedia.  Los textos fueron traducidos al ruso y su estreno tuvo lugar en 1959 con la Orquesta Sinfónica de Radio Moscú, que grabó la obra. Posteriormente, se grabó en Japón, pero al no publicarse la partitura, se dio por perdida hasta que apareció en 2006 en Sudáfrica y fue reestrenada en su versión original por la Orquesta Filarmónica de Cape Town ese mismo año, bajo la dirección de Owain Arwel Hughes. El 1° movimiento (Nagasaki, ciudad del dolor) inicia con un tema de hondo contenido dramático a cargo de la orquesta y el órgano (Andante) en tono menor, haciendo alusión a una ciudad devastada y en ruinas hasta la entrada del coro. En este caso, la voz actúa como un instrumento más y realiza un perfecto contrapunto entre las tres flautas –en sucesión de escalas ascendentes y descendentes- , que es repicado por las trompetas hasta el solo de bombo y timbal, que cierra con un acorde en fff.  En cambio, el 2° movimiento (La mañana) arranca en tono mayor, con ribetes que recuerdan a la cantata Alexander Nevsky de Prokofiev y a obras de Stravinsky hasta la entrada del coro (Gloria) con una melodía suave a cargo de las contraltos, la cual es contestada en canon por las sopranos y el resto de las voces. Las trompetas y los trombones tienen a su cargo glissandi –que ilustran musicalmente el brillo del sol- y, posteriormente, el coro cierra en pianissimo hasta la entrada de la tuba, que anuncia un tono trágico en fortissimo. Posteriormente, los contrabajos, los cellos (en tono grave) y el timbal dan el efecto de la explosión atómica.
El 3° movimiento (En ese fatídico día) es un Allegro con fuoco escrito en 4/4, donde la entrada del corno en fff alude a la bomba atómica y se amalgama con el resto de la orquesta. Mientras los cornos tocan una melodía japonesa trágica, la orquesta ejecuta un contrapunto hasta el llamado del coro. Tras el mismo, el movimiento cierra con un pianissimo a cargo del piano, las arpas y la flauta. El 4° movimiento (Sobre las cenizas) abre con una melodía lenta (piano), que alude al desastre causado por la explosión hasta la entrada de la mezzosoprano, donde narra el dolor de una madre por haber perdido a su hijo. Este efecto dramático se apoya en el clarinete bajo hasta la entrada del órgano, haciendo énfasis con una excelente labor de Sebastián Aschenbach a cargo de dicho instrumento. Alejandra Malvino cantó de forma exquisita un aria caracterizada por ser, precisamente, dramática. Logró estupendos matices y una impecable línea de canto. Y la dirección de Chiccchiarini fue magistral en todos los aspectos: marcación, énfasis, entusiasmo en los forti y suavidad en los pianissimi, en una obra caracterizada por su profusa orquestación y difícil ejecución.
Además de los instrumentos ya mencionados y el coro –estupendamente bien preparado por Fernando Tomé e Irene Amerio como maestros de repertorio-, la orquesta lleva vientos por 4, 8 cornos, 2 tubas, piano, percusión numerosa, celesta, carrillón, vibrafón, campanas, glockenspiel, gong y refuerzo en las cuerdas. El 5° movimiento (El sol de la paz) abre con un tema lento, donde el coro murmura a bocca chiusa hasta que el órgano marca la entrada de la orquesta con el tema inicial del 1° movimiento en tono mayor, dando señal de esperanza y resurrección luego de la tragedia. Posteriormente, el coro invoca a los pueblos del mundo para que jamás olviden el drama de Nagasaki y evitar que suceda nuevamente. La estructura musical es similar a los compases finales del Poema del Éxtasis de Alexander Scriabin (fortissimo- fff/ piano/ in crescendo/ fff finale), para cerrar con una capitulación brillante en tono mayor. El público estalló en aplausos ante la monumentalidad de la obra y el tremendo esfuerzo realizado tanto por parte del director como los músicos, la mezzosoprano y el coro, que se retiraron ovacionados.
            A pesar de los consabidos carteles con la frase #Sinfónica Nacional en crisis previamente a la ejecución del concierto y ante las circunstancias de veda política, esta vez los delegados no hicieron mención alguna a las autoridades y sólo pidieron al público disfrutar del espectáculo. Y pese a todos los contratiempos –al igual que NAGASAKI- , la orquesta es capaz de renacer y resurgir de sus cenizas, como el Ave Fénix. No sólo vuela alto sino que, además, marca su nivel.      

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