domingo, 15 de mayo de 2022

 

Muy buen concierto de la Filarmónica a cargo de Alejo Pérez en el Colón

 

LA CALIDAD BIEN ENTENDIDA EMPIEZA POR CASA

Martha CORA ELISEHT

 

            Entre otras cosas, el retorno de la presencialidad permite que directores argentinos radicados en el exterior puedan dirigir a los principales organismos sinfónicos del país. Tal fue el caso del 5° concierto del ciclo de Abono de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (OFBA), que tuvo lugar el pasado viernes 13 del corriente en el Teatro Colón bajo la dirección de Alejo Pérez, con la participación de Néstor Garrote como solista en un programa comprendido por las siguientes obras:

-          “Die Toteninsel” (La isla de los muertos) Op.29- Sergei RACHMANINOV (1873-1943)

-          Concierto para oboe y orquesta en Re mayor, Op.144- Richard STRAUSS (1864-1949)

-          “Die Seejungfrau” (La Sirena)- Alexander VON ZEMLINSKY (1872-1942)

 

Una de las características del programa fue que dos de las obras comprendidas en el mismo fueron compuestas prácticamente dentro de la misma década (entre 1902 y 1908), mientras que el mencionado concierto de Richard Strauss data de 1945. Sea como fuere, los compositores vivieron más o menos dentro del mismo período de tiempo y fueron contemporáneos. Por tratarse de poemas sinfónicos, las dos primeras llevan una gran orquestación, mientras que la de Strauss requiere de una formación de cámara para permitir que se luzca el instrumento solista. 

La isla de los muertos Op.29 fue compuesta en 1908 y está basada en la pintura homónima del artista plástico alemán Arnold Bröcklin (1827-1901). Comienza suavemente, con un movimiento de vaivén en compás de 5/8 que remeda el agua del río Estigia -río de los muertos en la mitología grecorromana- por donde navega la barca del dios Caronte, a quien la parca debía pagarle una moneda. El tema principal se repite a lo largo de la obra en un crescendo en la sección central para desembocar en un breve silencio. Luego del mismo, Rachmaninov recurre al tema del Dies irae como referencia a la muerte mediante una orquestación rica en matices sobre variaciones de un mismo tema. El final vuelve a ser calmo y se vuelve al motivo inicial del vaivén del agua hasta llegar al reino de los muertos. La versión ofrecida por la Filarmónica fue muy buena, donde se conjugaron el temple y la profesionalidad del director y de los músicos, con un perfecto ensamble de los principales grupos de instrumentos. El sonido fue muy compacto, bien afinado y por sobre todas las cosas, muy equilibrado; sobre todo, si se tiene en cuenta los tutti y el crescendo en el Dies irae.

El Concierto para oboe y orquesta en Re mayor Op.144 fue una de las últimas obras de Richard Strauss y fue compuesto por sugerencia del estadounidense John De Lancle -un oboísta de la Orquesta Sinfónica de Pittsburg que combatió durante la Segunda Guerra Mundial-, que se reunió con Strauss cuando estuvo destinado en Alemania y que posteriormente fue primer oboe de la prestigiosa Orquesta de Filadelfia por casi tres décadas.  Al principio Strauss se opuso, pero luego aceptó la propuesta y lo compuso en estilo neoclásico con orquesta reducida (2 cornos en Fa, 2 flautas, 1 oboe, 1 corno inglés, 2 clarinetes en Si bemol, 2 fagot y cuerdas) en tres movimientos: Allegro moderato/ andante/vivace- Allegro. Fue estrenado en 1946 por la Orquesta Tonhalle de Zurich dirigida por Volkmark Andreae y Marcel Sallet como solista.  El movimiento inicial es un auténtico tour de force para el solista, porque debe afrontar un fraseo ininterrumpido de prácticamente 56 compases. Pero un virtuoso del instrumento como Néstor Garrote supo llevarlo sin dificultades, con un perfecto acompañamiento por parte de la orquesta. Lo mismo sucedió en el movimiento central (Andante) de carácter lento y melancólico para desembocar en un brillante Vivace- Allegro que permite el lucimiento del solista. La coda que posee este último movimiento también representa un desafió, ya que posee un compás y un tempo diferentes del resto del movimiento. La labor desempeñada por Néstor Garrote fue espléndida, al igual que el contrapunto con el corno inglés -notable actuación de Michelle Wong- y los cornos. Por su parte, Alejo Pérez dirigió al ensamble con fuste y energía, dando una vez más muestra de su profesionalismo.

La obra de fondo elegida para esta ocasión fue otro poema sinfónico: La Sirena de Alexander Von Zemlinsky, basada en el cuento original de Hans Christian Andersen. Fue compuesto entre 1901 y 1902 y su estreno se produjo en 1905. Al igual que la mayoría de las obras del catálogo de este gran compositor alemán -poco escuchado en estas latitudes- no lleva número de Opus y consta de 3 movimientos: Sehr mäβig bewegt (Movido muy moderadamente)/ Sehr bewegt, rauschend (Muy movido, apresurado) y Sehr gedehnt, mit schmerzvollem Ausdruch (Muy estirado, con expresión dolorosa), que representan los estados de ánimo de la protagonista hasta que al final, la sirena no muere, sino que se transforma en “hija del aire” (a diferencia del cuento original de Andersen, donde se desintegra en espuma de mar). Posee una profusa orquestación, donde la protagonista está representada por el violín -estupenda labor de Xavier Inchausti, donde apenas se lo escuchaba en el momento donde la sirena perdía su voz para transformarse en un ser humano- y el mar, mediante una figura ascendente. El tema de la tormenta donde la sirena rescata al príncipe y lo salva de morir ahogado está muy bien representado por los trombones, la tuba y las cuerdas en grave en contrapunto con la percusión, al igual que el poderoso tutti orquestal inicial del 2° movimiento que narra la fiesta en el palacio del rey del mar. Esto brindó una perfecta oportunidad para que la orquesta se luciera en toda su plenitud, logrando una perfecta armonía entre los diferentes grupos de instrumentos merced a la soberbia marcación y enjundia del director. En el movimiento final, la intensidad de la orquesta va en aumento al juntarse los leitmotives de los temas anteriores para desembocar en un tinte dramático cuando la sirena se siente traicionada, hasta que finalmente se vuelve a la calma del tema inicial para ilustrar la transformación de la protagonista en “hija del aire”.  El clima y la interpretación logrados por la Filarmónica fueron perfectos y el público respondió con numerosos aplausos y vítores al final.

A pesar de haber sido un concierto magnífico y con interpretaciones de gran calidad, una tuvo la impresión de haber escuchado un repertorio un tanto iterativo. No es usual -ni casual- que se hayan incluido dos poemas sinfónicos dentro de un mismo programa. Esto hace que el público que no es habitué de una sala de conciertos se aburra y no quiera asistir nunca más, lo cual va en desmedro de su renovación. Si se quiere atraer a un nuevo público, no sólo hay que renovar el repertorio -cosa que sí sucedió en esta ocasión-, sino también hacerlo con una obra más amena al principio o con una obra autóctona de sonido agradable y que sea atractiva -dicho sea de paso, también suelen escasear en los programas de conciertos del Colón, pese a que abundan-. Ojalá que las ideas de esta cronista no caigan en saco roto y sean escuchadas para que no tener que oír un poco más de lo mismo.

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