Inorgánico programa filarmónico…
Por Jaime Torres Gómez
Luego
de la cancelación del cuarto programa
de abono de la Filarmónica de Santiago debido a un brote de contagio viral,
llega la quinta jornada de la mano
del argentino Alejo Pérez, debutante en
el Teatro Municipal de Santiago.
Cabe
señalar que la programación del Municipal
se ha llevado a cabo con una irreprochable voluntad de cumplimiento tras la
reapertura de los espectáculos con público presencial, volviendo a dar
continuidad a la dinámica de las presentaciones
de abono en conciertos, ópera y ballet, y conviviendo con las
vicisitudes propias de los avances y retrocesos pandémicos. Prueba de ello fue
la no realización del programa previo, que era de extremo interés ante las
obras contempladas (“La Noche
Transfigurada” de Schoenberg y
una Suite de la ópera “Pársifal” de Wagner), esperándose su pronta reposición…
Interesante
revestía volver a presenciar, después de mucho tiempo, a Alejo Pérez, consolidado director
internacional a quien se le viera en su debut en Chile el año 2006 junto a
la Sinfónica Nacional, y con
extraordinarios resultados.
Lamentablemente,
con un programa inorgánicamente concebido,
dio cuenta de varios “horrores”, al incurrir
en insalvables descriterios combinatorios con ingestas de obras, responsabilidad atribuible tanto a la dirección artística de la Filarmónica como al maestro invitado, al aceptar dirigir un programa de tales
despropósitos...
Titulado
“Bolero
siempre…”, consultó en la primera parte el “Preludio a la Siesta de un Fauno”
de C.
Debussy, seguido del Doble Concierto para Violín y Cello
de J.
Brahms, obras difícilmente
combinables ante parámetros
individuales de poca (o nula) relación
bilateral. Y como vergonzoso colofón,
una segunda parte con el Bolero de M. Ravel seguido de la Sinfonía
N° 3 “Con Órgano” de C. Saint-Saëns, evidenciando una inadecuada extensión con el “gancho” del Bolero, que ni siquiera diera término al programa, al ser ésta una
obra propia para “culminar” un proceso (y/o experiencia) musical específico…
Entonces,
si se concibió este programa en clave de captación
de nuevas audiencias, a la postre
se incurrió en una deformación formativa,
al darse una propuesta estéticamente incoherente y no debidamente dosificada.
Sin embargo, y apelando a toda abstracción, igualmente se asistió a esta jornada filarmónica, apreciando los
avances de Alejo Pérez en obras largamente ausentes.
De
los resultados, en general se
percibió un buen trabajo de Pérez con
la orquesta, mostrándose esta última muy
atenta a sus requerimientos. En cuanto a enfoques, hubo un inidiomático abordaje del Preludio
de Debussy, optándose por una óptica
más bien extravertida, gruesa y ansiosa
por sobre una sonoridad esfumada y/o
etérea propia del impresionismo
musical, a pesar de un descollante desempeño técnico y estilístico de la flauta solista al inicio (Carlos Enguix).
En
el Doble de Brahms, largamente
ausente y con buenos recuerdos, en esta oportunidad se ofreció una prosopopéyica versión a cargo de los filarmónicos Richard Biaggini (concertino) y Katharina Paslawski (primer cello), al no ajustarse en estilo, optándose por un enfoque arrebatado frente a lo canónico brahmsiano, que establece una estructura clásica dentro de un espíritu romántico.
Posteriormente,
inició la segunda parte el exigente Bolero
raveliano (también varios años ausente en la Filarmónica), donde hubo varias fracturas (primera función) seguramente ante falta de ensayos, no lográndose
buen ensamble en varios instrumentos solistas más un malogrado empuje de la batuta hacia la sección final, quedando una sensación de insipidez, no obstante interesantes desarrollos previos con logradas
dinámicas (excelentes progresiones en
las capas sonoras), matices y una
generosa exposición de las líneas
melódicas….
Posterior
a esta “extemporánea” disposición del
Bolero, arribó la Tercera Sinfonía de Saint-Saëns, obra gravitante del género sinfonía en Francia.
Curiosamente, reconociéndose cierta influencia de Brahms, menos se entiende no haber engarzado el Doble Concierto de la primera parte con
la sinfonía, validando el despropósito boleriano de marras, como
elemento estéticamente disociador…
De
atractivo vuelo inspirativo, inusualmente contempla un piano a cuatro manos más un gran protagonismo del órgano, este último proveyendo ora una
envolvente atmósfera en pedal
(principalmente en el segundo movimiento),
ora una grandiosa exposición de un coral hacia
el final, con visos de catártica espectacularidad.
La
versión firmada por el maestro Pérez,
de absoluto empoderamiento y con excelente
respuesta de los filarmónicos.
Magnífico enfoque, signado de atrapante ímpetu (ágiles tempi) e irreprochable coherencia. Exhaustivo trabajo en balances y transparencias, amén de una galería de logros en planos sonoros,
fraseos y matices. Y destacada labor de Jorge
Hevia como solista en órgano, asimismo los pianistas Josefina Pérez y Claudio Oliva, quienes no estaban
consignados en el programa de mano…
En suma, un programa inorgánicamente concebido y de parciales logros, demandando un replanteo de los estándares programáticos conforme la asentada tradición de la Filarmónica de Santiago
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