Un Mozart
rústicamente servido…
Por Jaime Torres Gómez
Luego
de un excelente arranque con los dos primeros programas de abono, la temporada de la Filarmónica de Santiago
ha tenido un sinuoso desarrollo,
tanto por la contingencia de cancelarse el cuarto programa ante un brote viral,
como a errores insalvables de diseño programático en el caso de la presentación
con Los Pitutos, y luego junto al
maestro argentino Alejo Pérez.
La
quinta sesión de abono llegó de la
mano del debutante maestro estonio Hendrik
Vestmann, de interesante trayectoria como Director Musical de los
Teatros de Tartu (Estonia), Münster y Bonn, y actualmente Director del Teatro
Estatal de Oldenburg, en Alemania.
Cabe
destacar el acertado impulso por retomar la presencia de directores internacionales en la temporada de conciertos del Teatro
Municipal de Santiago, luego del retorno de actividades en dicho
coliseo artístico durante la pandemia,
disponiéndose de temporadas casi en niveles normales, esperándose para 2023 un
mayor salto internacional, como se
está viendo en coliseos como el Teatro
Colón de Buenos Aires, dentro del
continente.
La
llegada de un director desde Europa revestía alto interés, y
especialmente al tratarse de un programa Mozart, con naturales expectativas de valor agregado frente a un repertorio bien servido localmente. Sin embargo, tal expectativa no se
cumplió… ante lecturas rutinarias en
la mayoría de las obras consideradas, más un rendimiento no siempre homogéneo
de la Filarmónica, y definitivamente mediocre del Coro
Profesional del Municipal Santiago…
Después
de muchos años de ausencia, abrió con la Obertura de la ópera “La
Clemencia de Tito”. Pieza de inmenso brío y rica armonía, requiere de
un neurálgico enfoque capaz de atrapar desde el acorde inicial ante una
punzante rítmica en sus desarrollos ulteriores, amén de una sonoridad
transparente y compacta no fácil de producir. La versión presenciada (primer
día) se apreció con parciales logros,
no obstante un enfoque correctamente delineado del flujo melódico, dinámicas
más acertados tempi, pero con una
respuesta no siempre ensamblada de los filarmónicos.
Posteriormente,
una sentida versión del Ave verum corpus, K 818. Esta corta
pieza para coro, cuerdas y órgano
corresponde a un motete compuesto por
Mozart para la festividad del Corpus Cristi. De frecuente uso litúrgico, empero no se tiene recuerdo
de verla en una sala de conciertos,
celebrándose su inclusión. De buen enfoque, Vestmann
imprimió debida eufonía y redondez sonora global.
Como
obra de fondo, una rutinaria versión
del emblemático Réquiem mozartiano.
Requiriéndose de entregas de máximo compromiso interpretativo, esta catedrálica composición dispone de
desgarradores interpelaciones emanadas del mismo texto, más gran profundidad de
carácter impresa por un Mozart pronto
a morir…
De
insípida lectura, Vestmann no fue
capaz de brindar relieves en la orquesta
(sonoridad cruda) ni menos en el coro,
salvo en momentos puntuales como en el Dies
Irae y algo en el Lacrimosa,
quedando la sensación de desconexión casi absoluta entre la batuta y el coro, en esta oportunidad de malogrado resultado general en
comparación a su presentación de inicio de temporada, con un memorable
rendimiento en el Réquiem de Verdi.
Con
fallas de afinación en las voces femeninas, proyección estentórea general y
desbalances en todas las secciones, dieron cuenta de la peor presentación de este organismo
profesional desde su fundación,
máxime al tratarse de una obra de
repertorio básico para una agrupación coral (con muchas y exitosas
presentaciones previas, como aquellas dirigidas por Gabor Ötvös, Juan Pablo Izquierdo, Jan Latham Koenig y Maximiano Valdés),
esperando prontamente una recuperación del reconocido nivel histórico de esta
profesional agrupación coral.
Y
por mejor carril discurrieron las intervenciones de los solistas vocales. Correcta intervención de la soprano Andrea Aguilar, no obstante no contar con la diáfana vocalidad
requerida. La mezzo María Luisa Merino Ronda, con buen espesor y pareja línea de
canto, se la percibió excelente en carácter y musicalidad. El tenor Gonzalo
Quinchuahual, a quien se le viera el año pasado en un notable Don Ottavio (Don Giovanni), volvió a
deslumbrar con irreprochable musicalidad más una excelente proyección de su
privilegiado material vocal (hermosura de timbre y colocación). Asimismo, el
emergente bajo Pablo Santa-Cruz volvió a
exhibir su magnífico potencial, de atractivo material aunque aún perfectible en
lo estilístico.
En suma, un programa Mozart rústicamente servido, con un sabor a rutinario trámite y salvado
principalmente por un adecuado equipo de
cantantes…
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