martes, 31 de mayo de 2022

 

Un Mozart rústicamente servido…

                                                                                         Por Jaime Torres Gómez

 

Luego de un excelente arranque con los dos primeros programas de abono, la temporada de la Filarmónica de Santiago ha tenido un sinuoso desarrollo, tanto por la contingencia de cancelarse el cuarto programa ante un brote viral, como a errores insalvables de diseño programático en el caso de la presentación con Los Pitutos, y luego junto al maestro argentino Alejo Pérez.

 

La quinta sesión de abono llegó de la mano del debutante maestro estonio Hendrik Vestmann, de interesante trayectoria como Director Musical de los Teatros de Tartu (Estonia), Münster y Bonn, y actualmente Director del Teatro Estatal de Oldenburg, en Alemania.

 

Cabe destacar el acertado impulso por retomar la presencia de directores internacionales en la temporada de conciertos del  Teatro Municipal de Santiago, luego del retorno de actividades en dicho coliseo artístico durante la pandemia, disponiéndose de temporadas casi en niveles normales, esperándose para 2023 un mayor salto internacional, como se está viendo en coliseos como el Teatro Colón de Buenos Aires, dentro del continente.  

 

La llegada de un director desde Europa revestía alto interés, y especialmente al tratarse de un programa Mozart, con naturales expectativas de valor agregado frente a un repertorio bien servido localmente. Sin embargo, tal expectativa no se cumplió… ante lecturas rutinarias en la mayoría de las obras consideradas, más un rendimiento no siempre homogéneo de la Filarmónica, y definitivamente mediocre del Coro Profesional del Municipal Santiago

 

Después de muchos años de ausencia, abrió con la Obertura de la ópera “La Clemencia de Tito”. Pieza de inmenso brío y rica armonía, requiere de un neurálgico enfoque capaz de atrapar desde el acorde inicial ante una punzante rítmica en sus desarrollos ulteriores, amén de una sonoridad transparente y compacta no fácil de producir. La versión presenciada (primer día) se apreció con parciales logros, no obstante un enfoque correctamente delineado del flujo melódico, dinámicas más acertados tempi, pero con una respuesta no siempre ensamblada de los filarmónicos.

  

Posteriormente, una sentida versión del Ave verum corpus, K 818. Esta corta pieza para coro, cuerdas y órgano corresponde a un motete compuesto por Mozart para la festividad del Corpus Cristi. De frecuente uso litúrgico, empero no se tiene recuerdo de verla en una sala de conciertos, celebrándose su inclusión. De buen enfoque, Vestmann imprimió debida eufonía y redondez sonora global.

 

Como obra de fondo, una rutinaria versión del emblemático Réquiem mozartiano. Requiriéndose de entregas de máximo compromiso interpretativo, esta catedrálica composición dispone de desgarradores interpelaciones emanadas del mismo texto, más gran profundidad de carácter impresa por un Mozart pronto a morir…

 

De insípida lectura, Vestmann no fue capaz de brindar relieves en la orquesta (sonoridad cruda) ni menos en el coro, salvo en momentos puntuales como en el Dies Irae y algo en el Lacrimosa, quedando la sensación de desconexión casi absoluta entre la batuta y el coro, en esta oportunidad de malogrado resultado general en comparación a su presentación de inicio de temporada, con un memorable rendimiento en el Réquiem de Verdi.

 

Con fallas de afinación en las voces femeninas, proyección estentórea general y desbalances en todas las secciones, dieron cuenta de la peor presentación de este organismo profesional desde su fundación, máxime al tratarse de una obra de repertorio básico para una agrupación coral (con muchas y exitosas presentaciones previas, como aquellas dirigidas por Gabor Ötvös, Juan Pablo Izquierdo, Jan Latham Koenig y Maximiano Valdés), esperando prontamente una recuperación del reconocido nivel histórico de esta profesional agrupación coral.

 

Y por mejor carril discurrieron las intervenciones de los solistas vocales. Correcta intervención de la soprano Andrea Aguilar, no obstante no contar con la diáfana vocalidad requerida. La mezzo María Luisa Merino Ronda, con buen espesor y pareja línea de canto, se la percibió excelente en carácter y musicalidad. El tenor Gonzalo Quinchuahual, a quien se le viera el año pasado en un notable Don Ottavio (Don Giovanni), volvió a deslumbrar con irreprochable musicalidad más una excelente proyección de su privilegiado material vocal (hermosura de timbre y colocación). Asimismo, el emergente bajo Pablo Santa-Cruz volvió a exhibir su magnífico potencial, de atractivo material aunque aún perfectible en lo estilístico.

 

En suma, un programa Mozart rústicamente servido, con un sabor a rutinario trámite y salvado principalmente por un adecuado equipo de cantantes

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