Muy buen concierto con la
Filarmónica a cargo de Ligia Amadio en el Colón
¡BRAVO,
ORQUESTA!
Martha
CORA ELISEHT
En
el caso particular de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (OFBA), el 2022
es un año muy exitoso. Es una de las principales orquestas sinfónicas del país,
integrada por músicos de excelente calidad y durante el transcurso del
corriente año ha sido dirigida por numerosos invitados extranjeros. Uno de
ellos fue la brasileña Ligia Amadio, quien tras 17 años de prolongada ausencia retornó
al escenario del Colón el pasado viernes 14 del corriente, con la participación
del violoncelista Zuill Bailey en calidad de solista, en un programa integrado
por las siguientes obras:
-
Concierto en Si menor
para violoncelo y orquesta, Op.104- Antonin
DVOŘAK (1841-1904)
-
“De una mañana de
primavera”- Lili BOULANGER (1893-1918)
-
Sinfonía n°7 en Do
mayor, op.105- Jan SIBELIUS (1865-1957)
De
los múltiples conciertos compuestos para violoncelo y orquesta, el Op.104 de
Dvořak es quizás, el más conocido y permite un perfecto lucimiento del solista.
Fue compuesto en 1895 durante su estadía en Estados Unidos, mientras se
desempeñaba como director del Conservatorio de Música de New York. Su estilo es
netamente romántico en forma de sonata, ya que consta de tres
movimientos (Allegro/ Adagio ma non troppo/ Finale: Alegro moderato-
Andante- Allegro vivo), donde Dvořak introduce melodías folklóricas típicas
de su país de carácter dramático en los dos temas presentados por la orquesta
en el 1° movimiento antes de la intervención del cello, que son retomadas por
el instrumento solista. En cambio, el Adagio ma non troppo posee un
clima más nostálgico y melancólico, donde se introduce un led del propio
compositor (“Déjame solo”, Op.82) y culmina plácidamente, mientras que,
en el último movimiento introduce melodías folklóricas checas que culminan en
un final brillante. En la presente versión, pudo apreciarse un sonido prístino
desde la introducción por parte del clarinete marcando el primer tema del 1°
movimiento, que se mantuvo durante todo el desarrollo de la obra, donde los
solistas de cada grupo de instrumentos se lucieron en sus respectivas
intervenciones. Para esta ocasión, con excepción del concertino Xavier
Inchausti y el cellista José Araujo -que fueron reemplazados por Pablo Saraví y
Benjamín Báez, respectivamente- se contó con los solistas titulares, logrando
un sonido sumamente compacto y brillante. Lamentablemente, no pudo decirse lo
mismo del cellista Zuill Bailey, quien brindó una versión muy correcta desde el
punto de vista técnico, pero completamente insulsa y carente de emoción. El
cello es el instrumento más parecido a la voz humana y, por lo tanto, posee
múltiples matices que le permiten “cantar” la melodía, cosa que no ocurrió. Y
hubo momentos donde la orquesta sonó perfecta, pero opacó al solista. Cabe
destacar la magistral cadencia a cargo del Pablo Saraví en el dúo entre
el solista y el primer violín del 3° movimiento. Tras los aplausos, Bailey
ofreció un bis: una transcripción para cello de Melodía de Glück,
donde se lo pudo apreciar mejor en términos de calidad interpretativa.
Antes
de comenzar la segunda parte del concierto, Ligia Amadio se dirigió al público
munida de un micrófono para agradecer la invitación. Entre 2004 y 2005 dirigió
a la Filarmónica en numerosas oportunidades, pero posteriormente, no retornó
hasta esta oportunidad, donde brindó -ya con el orgánico de la Filarmónica
prácticamente completo- una bellísima versión de “De una mañana de primavera”,
de Lili Boulanger. Compuesta unos meses antes de su fallecimiento en 1918,
es una obra de neto corte impresionista, donde la flauta introduce el tema
principal -magistral intervención de Claudio Barile- que es retomado por el
resto de la orquesta, con una paleta cromática sumamente colorida y vivaz, que
va hasta las notas más graves. Posteriormente, ocurre un crescendo donde
el volumen aumenta hasta un brillante estallido final, que fue abordado de
manera muy precisa. Todos y cada uno de los solistas tuvieron muy buenas
intervenciones en sus respectivos instrumentos, mientras que Ligia Amadio hizo
brillar a la Filarmónica, lo que le valió el aplauso del público.
La
Sinfonía n°7 en Do mayor, Op. 105 de Jan Sibelius fue la última del gran
compositor finlandés y data de 1924. Con excepción del poema sinfónico Tapiola
(1926), Sibelius entra en una etapa de letargo en materia de composición,
que sólo se verá interrumpido para los arreglos del himno nacional de su país y
música de algunas películas hasta su muerte en 1957. Consta de un solo
movimiento dividido en secciones que se ejecutan attaca (sin
interrupción) con múltiples cambios en cuanto a la dinámica y tempi, con
permanente viraje de diferentes temas que van desde lo romántico a lo
dramático, en una línea sumamente expresiva que marca su madurez como
compositor. Sibelius incluyó el material de un poema sinfónico nunca compuesto (Kuular/
Diosa de la Luna, que forma parte del Kalévala -poema épico
finlandés-) para el inicio del adagio inicial (“Táhtölá” / Donde
habitan las estrellas), que posee una hermosa línea melódica desde
principio hasta el final en Do mayor. La versión ofrecida por la Filarmónica
fue magistral, con una impecable dirección de Ligia Amadio, que se vio coronada
con numerosos aplausos por parte del público.
Ha
sido una lástima ver a un solista tan deslucido en un concierto tan bello y
célebre como el de Dvořak -el predilecto de quien escribe-, porque fue uno de
los mejores conciertos de la Filarmónica en lo que va del año. La orquesta sonó
perfecta, se encuentra en toda su plenitud y habría que tener en cuenta a
valores locales en calidad de solistas. Más aún, cuando uno de sus integrantes
es finalista en un concurso internacional en Italia representando al país.
¡Bravo!
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