domingo, 16 de octubre de 2022

 

Muy buen concierto con la Filarmónica a cargo de Ligia Amadio en el Colón

 

¡BRAVO, ORQUESTA!

Martha CORA ELISEHT

 

            En el caso particular de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (OFBA), el 2022 es un año muy exitoso. Es una de las principales orquestas sinfónicas del país, integrada por músicos de excelente calidad y durante el transcurso del corriente año ha sido dirigida por numerosos invitados extranjeros. Uno de ellos fue la brasileña Ligia Amadio, quien tras 17 años de prolongada ausencia retornó al escenario del Colón el pasado viernes 14 del corriente, con la participación del violoncelista Zuill Bailey en calidad de solista, en un programa integrado por las siguientes obras:

-          Concierto en Si menor para violoncelo y orquesta, Op.104- Antonin DVOŘAK (1841-1904)

-          “De una mañana de primavera”- Lili BOULANGER (1893-1918)

-          Sinfonía n°7 en Do mayor, op.105- Jan SIBELIUS (1865-1957)

 

De los múltiples conciertos compuestos para violoncelo y orquesta, el Op.104 de Dvořak es quizás, el más conocido y permite un perfecto lucimiento del solista. Fue compuesto en 1895 durante su estadía en Estados Unidos, mientras se desempeñaba como director del Conservatorio de Música de New York. Su estilo es netamente romántico en forma de sonata, ya que consta de tres movimientos (Allegro/ Adagio ma non troppo/ Finale: Alegro moderato- Andante- Allegro vivo), donde Dvořak introduce melodías folklóricas típicas de su país de carácter dramático en los dos temas presentados por la orquesta en el 1° movimiento antes de la intervención del cello, que son retomadas por el instrumento solista. En cambio, el Adagio ma non troppo posee un clima más nostálgico y melancólico, donde se introduce un led del propio compositor (“Déjame solo”, Op.82) y culmina plácidamente, mientras que, en el último movimiento introduce melodías folklóricas checas que culminan en un final brillante. En la presente versión, pudo apreciarse un sonido prístino desde la introducción por parte del clarinete marcando el primer tema del 1° movimiento, que se mantuvo durante todo el desarrollo de la obra, donde los solistas de cada grupo de instrumentos se lucieron en sus respectivas intervenciones. Para esta ocasión, con excepción del concertino Xavier Inchausti y el cellista José Araujo -que fueron reemplazados por Pablo Saraví y Benjamín Báez, respectivamente- se contó con los solistas titulares, logrando un sonido sumamente compacto y brillante. Lamentablemente, no pudo decirse lo mismo del cellista Zuill Bailey, quien brindó una versión muy correcta desde el punto de vista técnico, pero completamente insulsa y carente de emoción. El cello es el instrumento más parecido a la voz humana y, por lo tanto, posee múltiples matices que le permiten “cantar” la melodía, cosa que no ocurrió. Y hubo momentos donde la orquesta sonó perfecta, pero opacó al solista. Cabe destacar la magistral cadencia a cargo del Pablo Saraví en el dúo entre el solista y el primer violín del 3° movimiento. Tras los aplausos, Bailey ofreció un bis: una transcripción para cello de Melodía de Glück, donde se lo pudo apreciar mejor en términos de calidad interpretativa.

Antes de comenzar la segunda parte del concierto, Ligia Amadio se dirigió al público munida de un micrófono para agradecer la invitación. Entre 2004 y 2005 dirigió a la Filarmónica en numerosas oportunidades, pero posteriormente, no retornó hasta esta oportunidad, donde brindó -ya con el orgánico de la Filarmónica prácticamente completo- una bellísima versión de “De una mañana de primavera”, de Lili Boulanger. Compuesta unos meses antes de su fallecimiento en 1918, es una obra de neto corte impresionista, donde la flauta introduce el tema principal -magistral intervención de Claudio Barile- que es retomado por el resto de la orquesta, con una paleta cromática sumamente colorida y vivaz, que va hasta las notas más graves. Posteriormente, ocurre un crescendo donde el volumen aumenta hasta un brillante estallido final, que fue abordado de manera muy precisa. Todos y cada uno de los solistas tuvieron muy buenas intervenciones en sus respectivos instrumentos, mientras que Ligia Amadio hizo brillar a la Filarmónica, lo que le valió el aplauso del público.

La Sinfonía n°7 en Do mayor, Op. 105 de Jan Sibelius fue la última del gran compositor finlandés y data de 1924. Con excepción del poema sinfónico Tapiola (1926), Sibelius entra en una etapa de letargo en materia de composición, que sólo se verá interrumpido para los arreglos del himno nacional de su país y música de algunas películas hasta su muerte en 1957. Consta de un solo movimiento dividido en secciones que se ejecutan attaca (sin interrupción) con múltiples cambios en cuanto a la dinámica y tempi, con permanente viraje de diferentes temas que van desde lo romántico a lo dramático, en una línea sumamente expresiva que marca su madurez como compositor. Sibelius incluyó el material de un poema sinfónico nunca compuesto (Kuular/ Diosa de la Luna, que forma parte del Kalévala -poema épico finlandés-) para el inicio del adagio inicial (“Táhtölá” / Donde habitan las estrellas), que posee una hermosa línea melódica desde principio hasta el final en Do mayor. La versión ofrecida por la Filarmónica fue magistral, con una impecable dirección de Ligia Amadio, que se vio coronada con numerosos aplausos por parte del público.

Ha sido una lástima ver a un solista tan deslucido en un concierto tan bello y célebre como el de Dvořak -el predilecto de quien escribe-, porque fue uno de los mejores conciertos de la Filarmónica en lo que va del año. La orquesta sonó perfecta, se encuentra en toda su plenitud y habría que tener en cuenta a valores locales en calidad de solistas. Más aún, cuando uno de sus integrantes es finalista en un concurso internacional en Italia representando al país. ¡Bravo!

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